Revista Opinión

Un Halloween medieval y cosas que de verdad dan miedo

Publicado el 29 octubre 2010 por Eowyndecamelot

En aquella Noche de San Juan, la aldea donde había nacido me apareció imbuida de una pátina fantasmal y terrorífica que consiguió arrancarme más de un escalofrío.
-Joder, no sabía que celebraban Halloween en la Edad Media. Y desde luego, no tres meses antes de lo que toca. ¡Realmente, vuestro decorador municipal es un artista! Este aspecto lóbrego, viscoso y chorreante está muy conseguido.
Mis acompañantes, con torvas miradas, negaron silenciosamente con la cabeza.
-No lo hemos hecho nosotros. Apareció así, sin más.
-¿Mande? -me extrañé yo.
-Debido a las artes mágicas del señor del lugar -explicaron-. Hace tiempo que desea vengarse de nosotros. Por eso te hemos traído aquí; pensamos que sólo tú podrás luchar contra ellas.
Me encogí de hombros con expresión dubitativa. En mis numerosos (y poco deseados, y bastante incómodos) viajes en el tiempo, he aprendido que los encantamientos están mucho más lejos de nuestro mundo de lo que solemos desear, aunque sus efectos no sean los más adecuados para nosotros. Pero el color de la magia da siempre un toque de animación a la grisor de nuestras vidas corrientes, esas para las que, ironías del destino, parece que no hemos sido preparados. Es curioso: a veces pienso que todos estamos desterrados en un mundo que no nos pertenece. Por eso buscamos más. Por eso perseguimos cosas como la dominación del mundo y la riqueza suprema. No digo que lo justifique.
-Tal vez sobrestiméis mis capacidades -advertí, cautelosamente, sin querer entrar en el controvertido tema de la hechicería.
-Te admiramos -contestaron mis anfitriones-. Conocemos tus hazañas. Creemos firmemente que sólo tú podrás averiguar lo que sucede.
No traté de rebatir estos elogios inmerecidos. Sé la relatividad de todo lo visible e invisible, los múltiples puntos de vista, prismas, estados de ánimo, deseos y necesidades desde los que se puede observar un hecho. Si a ellos les parecía que había hecho algo útil con mi vida, pues mejor que mejor: tal vez incluso eso sea cierto en alguno de los muchos universos posibles (aunque improbables); me conformé con que de momento tenía alojamiento gratuito (una ya está un poco cansada de dormir al raso, con esto de la crisis económica del año 1000 se han encarecido bastante las posadas y hace un frío de la hostia en esta Edad Media más cercana la última glaciación que al cambio climático), y además me habían prometido barra libre en la taberna del pueblo. ‘Vamos allá’, me dije.

Llegué a mi destino alcohólico atravesando deprimentes y sucias callejuelas de aspecto gótico (pero en el sentido moderno) donde, paradójicamente, parecía que se estaba preparando una boda, por los marchitos adornos florales que aparecían por doquier. La jarra de cerveza era tan grande como yo, y tuve que ayudarme de las dos manos para levantarla: cómo se notaba que hacía tiempo que no privaba como se debía, me resultaba más fácil enarbolar el cacho espada que llevo colgada a la cintura que esta ofrenda de paz y amistad etílica. Pero me la bebí de un trago: durante mis andanzas había aprendido que hay que beber, comer y dormir (y asearse convenientemente) cuando dispones de las posibilidades de llevar a cabo estas acciones, porque en este mundo cruel nunca se sabe cuándo podrás volver a hacerlo. Uno de los mozos del pueblo se me acercó.
-Me alegro de verte. Las cosas andan mal por aquí desde que te fuiste.
-Es halagador resultar tan imprescindible -contesté.
-En realidad, quiero decir que el señor del lugar se ha vengado en todos nosotros de tu huida.
Sentí algo parecido a una patada en el estómago, y no fue por las cortantes palabras de mi interlocutor y el ridículo subsiguiente.
-¿Quieres decir que todo lo que os ha sucedido en estos últimos años es culpa mía?
Mi interlocutor se encogió de hombros.
-Eso es lo que dice la gente. Yo lo único que sé es que, además de este terrorífico aspecto, las casas parecen cada vez más pequeñas y cuestan más de calentarse. Antes, con unas cuantas cargas de leña teníamos suficiente para pasar el invierno: ahora, por alguna extraña razón, se necesita el doble o el triple. Nuestra aldea pasa hambre y frío.
-Esto parece la burbuja inmobiliaria de España a principios del tercer milenio -relacioné yo-. Tranquilo, que pronto explotará. Aunque no sé si eso va a ser mejor o peor.
El joven me miró con cruel indiferencia.
-No sé que estás diciendo. Pero ten en cuenta que la gente aquí está muy cabreada contigo.
Se alejó. Me quedé sola con mi birra de tamaño XXXL, una amiga que nunca me abandonará, sean cuales seas sus perniciosos efectos para mi salud, y observé, en los parroquianos del bebedero, la hostilidad latente en esas miradas que me evitaban, relegándome a otra burbuja, esta vez de aislamento, donde me faltaba incluso el aire de respirar. Los ignoré, tras un hercúleo esfuerzo de la voluntad, y me volví al mesonero: entre nosotros se estableció un entendimiento tácito, típico entre proveedor y asiduo cliente, y no tardó ni un minuto en aportarme otra jarra. Y así hasta que la noche acabó.

Salí de la taberna con aspecto de haber asistido a un botellón multitudinario en algún descampado de las afueras de Barcelona; menos mal que los caballeros andantes no sufren controles de alcolhemia y que los caballos son más inteligentes para conducir a los bateaux ivres a un buen puerto, por entre el proceloso y bravío mar de las decepciones diarias, que cualquier ingenio automovilístico de la Edad Contemporánea, por mucho que lo anuncien en la tele. Y contaminan menos. Con la lucidez contradictoria de la embriaguez, hice un repaso de mis vicisitudes de los últimos años, y constaté que desde que salí mi aldea, desde que me opuse a seguir pasando por el aro, las desgracias se habían sucedido en mi vida sin solución de continuidad. Probablemente, pensé, existía un Dios justiciero y todo eso, a pesar de lo contagiada que estaba por el ateísmo del siglo XXI (no obstante lo cual la industria eclesiástica católica, a base de sus alianzas con otros poderes, no había perdido un ápice de su influencia y fortuna; de hecho, dan más por culo [en todos los sentidos de la expresión] en la actualidad que en la Edad Media; esperaba sinceramente que la distorsión espacio-temporal me mantuviera alejada de Barcelona en noviembre del 2010 y así no tuviera que ver el feo careto del ex nazi Ratzinger paseándose por las calles de la amada ciudad, sufragado por los impuestos de los pobres españolitos en paro crónico). ‘Estoy siendo castigada por abandonar a mis conciudadanos y conciudadanas e irme de parranda por esos mundos del diablo. Que los santos se apiaden de mi perdida alma’, me lamenté para mis adentros. Y en ese momento sentí que una especie de presencia se sentaba a mi lado.

Con sigilo volví la cabeza hacia esa dirección, no sin esforzarme por contener una urgente necesidad de miccionar de puro terror agravada por el alcohol y el frío de la jodida noche medieval, y vi a al típico mago de la barba blanca y la túnica y el capirote estrellado que sale en todos los cuentos. Le recriminé.
-Oye, guapo, que estemos en la Edad Media no justifica que vayas por ahí vestido de payaso y dando sustos de muerte a las pobres y honradas guerreras mercenarias en mitad del bosque. Que manía tenéis todos por aquí de celebrar Halloween antes de tiempo, me cago en la hostia.
Me sonrió conciliador y con algo de paternalismo, cosa que no ayudó a mejorar mi opinión sobre él, y me dijo:
-Eowyn, mira a tu alrededor.
No le pregunté cómo conocía mi nombre: tantos meses de andar vagando de un universo a otro han mermado considerablemente mi capacidad de asombro. Sólo respondí:
-¿Y qué coño quieres que mire en esta oscuridad sin una puta farola? -como se ve, no estaba yo de muy buen humor.
El personaje no varió su expresión.
-Mira a tu alrededor y retrocede en el tiempo. Así te será más fácil. Deja que la memoria te invada. Que tu ojo penetre en tu pasado como la punta de tu espada en la carne cuando te enfrentas a tus enemigos. Sin miedo. Vamos. Es difícil, pero puedes.
Supuse que aquel vejestorio que parecía haberse tragado sin pestañear las peores películas de filosofía oriental y artes marciales de toda la historia del cine era una consecuencia de mi juerga cervecera. Pero realmente me sumergí, no sé si voluntariamente o no, en una especie de espiral descendente que me representó un panorama desolador: un poco menos estropeada por el tiempo que en el momento que entonces vivía, la aldea de mi infancia ya tenía en el pasado el mismo aterrador aspecto que se me había presentado.
-¿Por qué no podía recordarlo? -pregunté, no sé muy bien a quién.
-Suele suceder. El pasado se endulza, se magnifica -me contesta.
-Y ellos se han aprovechado. Fue por eso por lo que me fui. Siempre he creído en la gente, sobre todo en los momentos de euforia alcohólica, claro, pero aquí… pasaba algo extraño. Es como si lo que siempre he intentado combatir hubiera vencido en este lugar. Desde luego acerté de pleno.
El pintoresco anciano quizá imaginario calló. Yo recordé las macilentas flores que engalanaban las calles.
-Ahora lo entiendo todo.
El ser disfrazado desapareció de pronto. Pero no importa: sea realidad o ficción, él, o lo que represente, ya ha cumplido su misión. Me acerqué a la cuadra donde descansaba mi caballo, monté y desaparecí rauda y veloz como el rayo…

Pero no llegué muy lejos: a las afueras del pueblo, armados hasta los dientes y con toda la pinta de fanáticos que van a proceder a un linchamiento, me encontré a mis amados convecinos.
-Eowyn de Camelot, detente. Vamos a hacerte pagar por todo el mal que nos has causado.
Nunca toleraron mi rebeldía, aunque pudiera ser beneficiosa para ellos, mi oposición a su inactividad les restaba parte del poder que podían conseguir acercándose al poder… y no obstante noté que sus palabras volvían a ocasionarme el dolor en el estómago que había experimentado ya en la taberna.
-Conozco vuestro juego. Pretendíais convertirme en una víctima. Pero no sabéis -presumí- que la cerveza para mí funciona como una poción mágica -tal vez tambié me mate en el futuro, pero ¿quién ha dicho que voy a tener futuro?
Ellos parecían muy seguros de sí mismos.
-Pero tal vez hayamos conseguido debilitarte lo suficiente. El complejo de culpa tiene esos efectos. ¡A por ella, chicos!
Saqué la espada de la vaina y me dispuse a vender cara mi salud mental, porque era a ésta a la que querían erosionar, no a mi vida. Pero el arma de los cojones pesaba como dos quintales y me resultaba imposible manejarla. Mientras, mis adorables vecinos se me echaban encima y no tardé ni tres décimas de segundo en hallarme atada y amordazada sobre un carro, para ser conducida a las mazmorras de la aldea, viejas conocidas mías. ¿Para qué necesitamos la magia, si la manipulación puede ser mucho más efectiva? Bien, todas las heroínas, por cutres que sean, como es mi caso, tienen su kryptonita, y obviamente estos han averiguado la mía.

Y después de eso, lo de siempre; de patitas a la celda más tremebunda, donde esperaban que volviera a recobrar eso que ellos llaman el entendimiento y accediera a matrimoniarme con algún colgado para sentar la cabeza y dejar de traerles problemas. Para más inri, el maldito túnel espacio-temporal sólo me ha permitido hacer leves incursiones en el futuro durante estos tres meses, aunque debo decir que las he aprovechado bien: he tenido tiempo de participar en una Huelga General y de, consecuentemente a esta participación, sufrir la Reforma Laboral en mis propia carnes tras ser despedida de mi trabajo de mierda con una indemnización que merece el mismo calificativo. Y ahora que ya parece que voy a permanecer aquí por algún período de tiempo, se acerca Halloween y tiemblo de terror pensando, no en los monstruos típicos de esta época, sino en el miedo que dan los países aliados del Gobierno español, que no dudan en disparar contra niños si les apetece, que el machismo del siglo XXI se acerca peligrosamente al Medieval, que los pederastas fascistas y pseudointelectuales se jactan públicamente con el beneplácito del Tea Party español y, lo que me quita el sueño de verdad, que parece ser que no voy a ahorrarme de ver al Ratzinger enseñando por Barcelona su repelente jeta.


Un Halloween medieval y cosas que de verdad dan miedo

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