Hoy os traigo un cuento que me ha mandado Pilar: “Hoy entre caña y bocado de patata revolcona me has inspirado un cuento y luego lo he escrito.
Hala, pa ti.
Un besito. Buena tarde.
Pilar”.
Aquel hombre era tan alto, tan alto, que tenía cuatro plantas.
En la primera guardó sus recuerdos dentro de cojines y edredones. Cuando estaba nostálgico se refugiaba allí. El lunes por ejemplo se tumbó en un almohadón enorme, blanco, bordado con unas iniciales a los lados y regresó a la infancia. En él durmió cuando se puso malo con anginas y le subió la fiebre tanto que creció cinco dedos en solo una semana. Cosechaba mejor los buenos ratos. El verano, la playa, con sus tardes infinitas y largas las escondía en un cojín naranja. Las salidas al campo con amigos debajo de la manta de patchwork que su abuela le regaló en su santo. Los recuerdos oscuros también los camufló en alfombras, pero nunca durmió en ellas, por si acaso regresaban.
En la segunda planta organizó sus planos de viajero. Trazó líneas rojas en grandes mapas que extendía en la tarima. Desenrolló un planisferio y gozó como un crío recorriendo países. Coronó el Machu Pichu dos veces. Navegó el Mississippi y saltó la frontera entre Asia y Europa como el que pasa páginas. Una vez arriesgó tanto que llegó hasta Calcuta en una tarde azotado por las lluvias monzónicas.
En el piso tercero guardó sus planes, proyectos y tareas. Cubrió de corcho todas las paredes y las llenó de notas sujetas con pinchos de colores fluorescentes. Aprender ruso y chino. Podar el rosal. Arreglar el pedal de la bici. Llamar a Mara. Nadar dos veces por semana. Comer con m los domingos con mi madre. Al principio bajó los martes regularmente, pero dejó de hacerlo porque le deprimían las fechas que él mismo se fijaba.
En el cuarto guardó los pensamientos en dos muebles antiguos que compró a un anticuario. En el escritorio castellano de recias patas de león, archivó por tamaños, las frases extraídas de libros favoritos y citas inmortales. En el otro bargueño colocó con esmero sus ideas, igualmente ordenadas de la A a la Z en cajones dorados que formaban un retablo.
La cabeza no le daba para una planta más y se hizo una buhardilla con ventana de líneas diagonales. Desde allí se asomó y recogió sueños de las nubes que tocaban su frente. Los limpió, los secó con cuidado, y los puso a secar en una cuerda que había colgado expresamente para ello.
Pilar Lucía.
Marzo 2013