Esta semana el reto de escritura tenía como reclamo "la inocencia de los niños". Recordé entonces, que en mi carpeta de relatos (escribo porque sí cuando me apetece, y los tengo ahí guardados), tenía un relato inspirado en mi infancia, llamado "Esas tardes de western".
Espero que te guste 💟
Esas tardes de western
Leyendo la reseña de una película de estilo western, le vino un recuerdo a su cabeza.
Esas tardes de películas “de vaqueros”, porque cuando ella era pequeña, no se usaba el anglicismo. Eran películas, como mucho – el colmo de la inclusión – “de indios y vaqueros”. Ella tendría unos cinco años: en esa etapa de la vida donde el tiempo cobra cualidad líquida, es un líquido muy denso, que lo mismo cae a borbotones que se desliza perezosamente.
Y eso mismo pasaba aquellas tardes de sábado: después de comer, con el regusto salado y sabroso de la tortilla de papas aún en la boca, los mayores se ponían a ver la película de vaqueros que tocase y ella se quedaba jugando en aquel pasillo. Allí, sentada en el suelo, entre sol y sombra, inventaba mil y una aventuras con los encajables de madera (“los tarugos”, les llamaban entonces) mientras oía en el salón disparos y flechas cortando el aire, a ritmo de Morricone.
Tiempo líquido. Lento: la tarde perezosa y larga se abría de posibilidades en su soledad disfrutada.
A veces, aprovechaba la distracción de los adultos para entrometerse en algún cuarto a fisgar. Era un placer cotilla que, pese a su corta edad sabía que no estaba bien…pero le daba mucha satisfacción. Oler la colonia de la abuela, con ese toque empolvado que recordaba a sus besos o mirar más de cerca aquel perro de cerámica que tenía su tía en el dormitorio, ese que de lejos le daba miedo y de cerca, al verlo tan brillante y falso, casi le provocaba la risa.
Tiempo líquido: en menos de un pis pas, la película se había terminado. “Noelia…., ¿dónde estás? Ven a merendar, que te hago un bocadillo de leche condensada”.