Revista Cultura y Ocio

Un mensaje inesperado – @dtrejoz

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Esa noche nada estaba en su lugar. Empezando por los ánimos de Josep y los míos, continuando con la luna, empapada de rocío…parecía que el lago se la había bebido, y terminando por los recuerdos, desbordados de nostalgia, inundados de melancolía. Aquella noche todo parecía regresar de algún olvido. Estábamos ahí, en un pequeño muelle a orillas de la laguna, que tenía como techo unas ramas de Pachira, además del juego de estrellas que ofrecía de forma gratuita la noche en Tortuguero… ¡ay Tortuguero! no sé cuántas noches  le van quedando de sueño a tu cielo virgen, no sé cuántas  promesas de “siempre verde” a tu bosque tropical lluvioso, no sé cuanta avaricia a los bolsillos llenos de los dueños de los hoteles, el tiempo tendrá que averiguarlo.

Josep es un “parce” buen amigo, llevo años conociéndolo, coincidiendo en los distintos proyectos que el ingeniero Incera construía, el parce trabaja la formica y la melamina como pocos, es todo un artista creando muebles de cocina, closets y puertas, yo me dedico a hacer enchapes de azulejos, pisos cerámicos y porcelanatos, durante mucho tiempo hemos trabajado para don Rafael Incera, el respetado “papo”, quien es dueño de dos hoteles tipo lodge en la bella zona del atlántico costarricense, el Evergreen y el Pachira Lodge. Hasta allá nos llevó el destino aquella vez, la construcción de una piscina con forma de tortuga y de un nuevo pabellón de habitaciones, nos hizo coincidir aquella noche en medio de todo el caos de emociones que el alcohol había empezado a alborotar.

Creo que Josep necesitaba contarme aquella historia. El alcohol solo fue la excusa para permitir que todo su dolor aflorara, y la noche puso de su parte sumándole a la nostalgia todo el valor que la distancia le permitía, estábamos a muchos kilómetros de nuestras casas, a muchas millas de cualquier atisbo de civilización, y eso ayuda a que los hombres con una historia de dolor reprimida en su corazón, terminen por sentirse vulnerables, rendidos ante la ausencia.

-Bajo los árboles de su pecho-…allí guardaba su dolor.

Josep tomó un largo sorbo de la botella de vidrio oscuro que tenía a un lado, estaba sentado en las gradas de acceso al muelle, y desde la orilla, al otro lado de la baranda, estaba yo de pie sosteniendo una caña de pescar que ya se había quedado sin carnada, mientras encendía un Marlboro mentolado y aspiraba una bocanada de humo con sabor a miseria -parecía mentol- pero era miseria, porque así me hacía sentir el cigarrillo cada vez que lo dejaba por unos días y luego volvía a caer en sus dominios, le ganaba a mi voluntad, me sometía…eran otros tiempos, ya no fumo, ya soy libre, ya no uso ese veneno. El parce se secó los labios con la manga derecha de su camisa y prosiguió el relato que empecé a contarles el pasado 10 de marzo, dos veces le había destrozado Sandra el corazón, y muy a pesar de eso seguía soñando con encontrarla un día y escucharla pronunciar un “te extraño” que le hiciera creer en imposibles, pero los años seguían pasando y Josep seguía soñando solito, y el imposible no veía la hora de despertar. De pronto, una tarde, el teléfono timbró rompiendo la monotonía en el silencio de la estancia, y desde el otro lado de la vida, una voz le daba un mensaje inesperado…

“En un mes será el matrimonio de Sandra, y ella quiere que lo sepas…estás invitado”

Lentamente retiró el teléfono de su oreja, el otoño pareció transcurrir mientras su mano izquierda dejaba reposar la bocina sobre la base del viejo teléfono de disco, un ocaso se perdió en su parpadeo, y la vida en pleno pareció detenerse desde la noticia que acababa de destruirle su universo.

-Sandra se va a casar… se repitió para sus adentros mientras se le quebraba el alma, porque su voz ni siquiera alcanzó para emitir sonido.

-¿Y ahora con quién voy a soñar? ¿Qué paso con el milagro que le pedí a la virgen? ¿A quién voy a amar, si mi corazón solo tiene espacio para Sandra? No te cases Sandra, no lo hagas…devuélveme la vida.

La resignación se hizo presente. Los treinta días que faltaban para la boda fueron una agonía lenta y dolorosa. A diario se encontraba perdido en algún recuerdo con ella, y cuando se percataba de ello ya tenía las mejillas húmedas de llorar…sí, los hombres también lloran, los hombres también sueñan, los hombres también aman, se entregan a corazón abierto y sufren cuando su amor no puede ser correspondido, y en el caso de “Jop”, hay un ejemplo incomparable, un sufrimiento inmerecido.

El día de la boda llegó. Jop se levantó temprano y elevó una plegaria al creador, no le pidió ningún milagro, solo le pidió fortaleza para callar cuando el ministro preguntara: ¿alguien aquí sabe algo que pueda impedir que ésta boda se realice? Porque Dios sabía, las ganas de ponerse de pie en media iglesia que tenía, y gritar a los cuatro vientos que era injusto, que nadie iba a amar a Sandra como él lo hacía, las ganas de gritarle a Sandra que no lo hiciera, que no se casara, que lo pensara… y le pidió aun más fortaleza para no desmoronarse cuando escuchara al ministro decir: “los declaro marido y mujer” esa frase tan definitiva, tan incuestionable, tan eterna. Se levantó del suelo, se dio una ducha con agua tibia, se puso el mejor traje que tenía en su closet y se dispuso a salir como un moribundo por las calles de Boyacá, a tomar un taxi que lo llevara como oveja al matadero hasta la iglesia de la Misericordia…iglesia de la Misericordia, repitió para sus adentros, mientras se persignaba frente a una imagen de la virgen de Chiquinquirá que tenía en una mesita, en medio del zaguán que conecta la puerta principal del apartamento con la estancia donde suele contestar el teléfono.  Justo ahí, cuando volteó para buscar la puerta y abordar el taxi, justo cuando se dio una última mirada de valor frente al espejo, justo cuando se persignó frente a la virgen…sonó el teléfono. Josep dice que él lo escuchó timbrar mientras caminaba hacia la puerta, incluso piensa que volvió a timbrar mientras cerraba la puerta desde afuera, pero él sabía que si respondía podía perder todo el valor que había adquirido con el rezo, así que decidió alejarse, de cualquier forma quien llamara podía dejarle su mensaje en la contestadora.

Subió al taxi temblando de miedo. Cruzó el municipio de Firavitoba, el viaje se le hizo eterno, llevaba el ocaso a sus espaldas, como todo el peso del mundo sobre sus hombros. Bajó del taxi. Atravesó el boulevard que va desde la calle hasta la puerta de la iglesia, lo hizo muriendo, pensando en todas las cosas que pudo haber hablado con Sandra si al menos ella le hubiera dado una oportunidad, pero no fue así, estaba ahí dando los últimos pasos para acudir a su propio entierro…

Alcanzó entonces las gradas que unen el pequeño boulevard con la plazoleta frente a la iglesia.

-Dios mío, ten misericordia, susurraba mientras daba aquellos últimos pasos para ingresar a la iglesia. Ya podía apreciar la decoración de la boda, muchas flores y guirnaldas, arcos multicolores juntando los bordes de las bancas por el pasillo central, la expectativa se podía sentir, la ansiedad de los presentes era irritante para él, detuvo su marcha un instante y volteó a ver hacia atrás, como valorando la posibilidad de devolverse, miró de nuevo hacia la iglesia, y allí, con su vestido de novia, estaba Sandra. Josep avanzó unos metros hacia ella. Dice que se veía preciosa, bellísima…parecía un ángel sin alas. Pero entonces hubo algo que no pudo entender: su mirada bajo el velo. La mirada de Sandra parecía buscar una respuesta en los labios de Jop, o quizás intentaban una pregunta, pero de cualquier forma, la mirada que Sandra escondía -de cierta forma- bajo el velo, se volvió indescifrable para Josep, y aunque tuvo intenciones de preguntarle algunas cosas, no quiso arriesgarse a terminar llorando, así que le dio una última mirada y fue a sentarse entre los asistentes, haciendo lo necesario para pasar desapercibido.

La boda transcurrió con la normalidad y firmeza de todo lo que se declara inevitable…estaba escrito. Los invitados salieron a disfrutar del banquete, los novios se fueron a su luna de miel y Josep acudió a cualquier bar a ahogarse en alcohol. Toda esa noche, trago tras trago, cerveza tras cerveza, cigarrillo tras cigarrillo, haciéndose la misma pregunta: ¿Qué rayos decía Sandra con esa mirada bajo el velo? ¿qué estabas diciendo?

El amanecer lo sorprendió deambulando con un café para llevar en su mano derecha y un cigarrillo sin filtro en su mano izquierda, regresando a casa lentamente, con la sensación del día después de la derrota, buscando algún sueño para empezar de nuevo, cabizbajo, destruido. Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta de su apartamento, cerró con doble paso y se dirigió a la ventana de la estancia, desde ahí acostumbraba a mirar los amaneceres, y al de hoy, todavía le quedaba algún respiro. Encendió otro cigarrillo de marihuana y mientras lo hacía observó la luz roja titilante de la contestadora, recordó la llamada que no contestó el día anterior antes de salir para la boda, y con la tranquilidad del que ya no tiene nada que perder dio “play” a la grabación y se dejó caer sobre el piso de madera de la estancia.

La voz de Sandra lo sacudió. Esa voz que esperó escuchar tantas noches en su teléfono, estaba ahí. Lo había llamado unos minutos antes de casarse, y en los 90 segundos que duraba el mensaje de voz, dijo muchas cosas sin sentido, cosas que tuvieron sentido hace 18 horas, pero no ahora que todo estaba consumado. Josep se quedó a vivir en las últimas palabras del mensaje, en el mensaje más inesperado de todos los mensajes inesperados que alguien hubiera recibido jamás en la vida, en el timbre de voz tan desesperado, en la urgencia de las palabras que decía y en lo absoluto y definitivo que había resultado la acción de no responder a esa llamada.

-Josep, decía Sandra con un toque de esperanza y de premura.

-Estaré esperando hasta el último momento en la entrada de la iglesia de la Misericordia, solo tienes que venir y decirme que me extrañas, y mandaré al carajo toda ésta farsa de boda por ti, yo no lo amo.

-Solo tienes que venir Josep, solo tienes que decirlo.

Y el amanecer, aquel día, me encontró a mí,

herido de luz sobre aquel muelle…

Con la guitarra fría y una canción escrita sobre la historia de Josep…o algo así.

[ Escucha la canción aquí ]

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