Para implorarle que vuelva a casa tuvo que ensayar frente al espejo de cuerpo entero unas cuantas veces, ensayando una y otra vez un discurso que hizo y deshizo mil veces.
Combinó su ropa de múltiples formas. Salió y entró de su casa repetidamente. Se quitaba la ropa, se volvía a sentar, se la volvía a poner, otra vez a la calle, así día tras otro, año tras año.
Cuando por fin se atrevió a salir de casa y decírselo, se la encontró en la puerta.