Revista Sociedad

Un milagro en el lejano sur

Publicado el 14 junio 2013 por El Patíbulo
Cultura Tabernas (1)

Publicado el 14 junio, 2013 | por Antonio Cruz

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Un milagro en el lejano sur

Una tierra abrupta y desértica, invadida y cultivada –en todos los aspectos– por todas las civilizaciones; una tierra reseca por un sol inclemente, lejana, olvidada por los políticos –y recordada sólo cada cuatro años–, casi abandonada y mal comunicada; suavizada por un mar benévolo, la última patria del poeta José Ángel Valente y la protagonista principal de Los campos de Níjar (1954), de Juan Goytisolo: “En aquel universo mineral, la calina inventaba espirales de celofán finísimo”. Años después, aquellos terrenos inhóspitos experimentaron un impactante milagro, adjuntando a su mar otro realmente feo, menos estético, en este caso plastificado pero tremendamente productivo, levantando la economía de toda una provincia para convertirse en la zona exportadora de hortalizas más importante del mundo.

Otro milagro, de otra índole ha vuelto a suceder. No era fácil, en estos tiempos de mortal crisis, sin ayudas públicas de ningún tipo, incidiendo en la intangible cultura y sobre un estilo de música tan ajeno y disonante para esos lares –aunque tenga tantos puntos en común con el flamenco–, sobre una ciudad que nada tenía que ver con las urbes patrias del jazz: Barcelona, Madrid. Mucho menos con aquéllas europeas: París, Ámsterdam, Copenhague. Y ni qué decir con ésas en las que surgió todo: Nueva Orleans, Chicago, Nueva York.

Pero el jazz se asentó en Almería, desde la nada, de la mano de la música prohibida y perseguida por el Nazismo como se describe en la novela El saxofón bajo (1967), del checo Josef Skvorecky, una situación que se asemeja a la que se escenifica en la película Los rebeldes del swing (Swing Kids, 1993, Thomas Carter), ambientada en la Alemania nazi de 1939, al inicio de la II Guerra Mundial cuando unos jóvenes alemanes amantes del swing se enfrentan al régimen de Hitler; constituye también el género musical que fascinaba a los protagonistas del film El talento de Mr. Ripley (The Talented Mr. Ripley, 1999, Minghella), basado a su vez en la novela de Patricia Highsmith; el sonido del jazz, algo tan genuinamente americano, ensalzado por los escritores de la narcótica Generación Beat, en especial por Jack Kerouac (gran influencia de formaciones musicales como Morphine).

El jazz, ese género que comienza en estos meses su época álgida de festivales, esos que con dificultad lograremos ver a horas extrañas, sin aviso, con alevosía y traición, trasnochados (por la hora), casi ocultos, como si aún fuese una música proscrita y demoníaca, hurtados de programas televisivos que aborden el género, como aquél –que recuerdo vagamente–, Jazz entre amigos, presentado por el crítico Juan Claudio Cifuentes, “el Cifu”, eliminado de manera inmisericorde por el gobierno de turno como se ha hecho con otros tantos programas culturales: ¡Qué grande es el cine! o Negro sobre blanco. Los abandonados se tuvieron que conformar con los programas radiofónicos, siempre en un horario nocturno y de soledad, como El Bulevar del Jazz, que por suerte aún dirige Javier Domínguez.

Hace unas semanas se otorgaba el Premio Max de la Crítica a las Jornadas de Teatro del Siglo de Oro de Almería (otro milagro), y allí, en pleno desierto, en la capital del spaghetti western hace ya una década que dio comienzo un sueño que muchos creyeron utópico, efímero, irremediablemente finito, que acabaría derritiéndose hasta desaparecer… sin más gloria. Pero no fue así, y Almería se ha situado como un lugar de referencia en el jazz nacional, abordando incluso los exquisitos oídos internacionales, aunque pueda parecer exagerado, tanto es así que hasta la prestigiosa revista Cuadernos de Jazz le dedicó un editorial hace un par de años, justo cuando todo terminó de explotar definitivamente, en un pequeño club, por nombre Clasijazz, cogiendo a todos por sorpresa… aunque no a todos.

Y allí, en Clasijazz, ofreciendo un programa anual completísimo y permanente a la altura de cualquier gran ciudad que ofrezca este tipo de música aunque extrañamente inusual en una del tamaño de Almería, alternando figuras consagradas del panorama nacional como David Pastor, Iñaki Salvador, Jorge Pardo, Perico Sambeat, Ignasi Terraza, Jorge Rossy, Carles Benavent, Ramón Cardo o Tino DiGeraldo, con otros emergentes como Enrique Oliver, Ernesto Aurignac o Julián Sánchez, y a partir de ahí la súbita eclosión, grupos daneses, Fabio Miano, Jim Rotondi, Grant Stewart, Eric Alexander y hasta el mismísimo Joe Lovano, para resquebrajar el panorama jazzístico nacional y europeo y erigirse como una de las ciudades de referencia del estilo. Los especialistas hablan de Almería como una ciudad unida al jazz, un puntito en el mapa que cada vez se hace más y más grande; el lugar al que peregrinan los extranjeros, los nórdicos, asombrados por el milagro y sin creer lo que ven (y escuchan).

Clasijazz y sus doscientos socios cumplen ahora diez años, y lo acaban de celebrar con un cartel tan impecable como imposible. El gran artífice y alma de este proyecto tiene nombre propio, Pablo Mazuecos, pianista e impulsor –junto a algunos más– de un sueño en forma de swing. Mazuecos, inquieto por naturaleza, viaja anualmente a Copenhague para empaparse de la trascedental esencia del jazz nórdico, ya que fue en Dinamarca y los Países Bajos en donde grandes estrellas del jazz poco apreciadas ya en su América natal dejaron su semilla en la vieja Europa, en donde acabarían sus carreras –e incluso sus vidas–: Chet Baker, Ben Webster, Don Byas, o Dexter Gordon, que aunque no llegó a morir en el viejo contiente sí desarrolló la última parte de su carrera aquí, dejando para la posteridad un papel soberbio en la crepuscular y evocadora película Round Midnight (1986), dirigida por Bertrand Tavernier y el mejor film sobre el mundo del jazz jamás hecho, muy superior a Bird (1988), el biopic sobre Charlie Parker que dirigió Eastwood, gran aficionado al jazz.

Recuerdo también otra gran película sobre el mundo del jazz, El trompetista (Young man with a horn, 1950) de Michael Curtiz, pero que al igual que en aquélla dirigida por Eastwood los actores son eso, actores, pero no músicos como en la de Tavernier, y eso se percibe. Retomando el viaje de Mazuecos, tras él, éste trata de verter las ideas allí recabadas en el club, usado a modo de laboratorio, como un alquimista, en forma de talleres, cursos y master classes que adapta a las diversas formaciones que están asociadas al proyecto Clasijazz. Fruto de esta tarea se creó una Big Band permanente al estilo de los antiguos clubes de jazz americanos, nutriéndose de músicos de toda España, con un reperterio complejo e inverosímil que va desde Thad Jones, Count Basie, Duke Ellington o el inclasificable Gordon Goodwin.

El milagro continúa, y no parece que vaya a detenerse. La ciudad crece a ritmo de swing, invadida por las notas de Coltrane y la sugerente voz de Billie Holiday. Junto al paisaje desértico y westeriano emerge el jazzístico; es la banda sonora que empapa Almería con un manto de sonidos sincopados que marca Clasijazz, una ciudad infectada mortalmente por una música que maravilla cada temporada al personal ante un descubrimiento inesperado, ocupando los espacios culturales que la crisis ha dejado mermados. No tiene Almería grandes avenidas ni rascacielos; nada tiene en común con una ciudad americana, pero cada vez se parece más a una de ellas. Suena Round Midnight mientras cae la noche; las últimas nubes del día permanecen suspendidas hasta desaparecer, y el olor a salitre se mezcla con el sonido triste que a lo lejos emerge de un piano acompañado de un saxofón que se desvanece por el estruendoso rugido de un barco del cercano puerto. Empieza la noche en Almería, y el jazz invade cada rincón.



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