Revista Cultura y Ocio

Un mínimo de dignidad

Publicado el 22 octubre 2019 por Mariocrespo @1MarioCrespo

Un mínimo de dignidad
La noche estrellada no consigue atemperar el frío del desierto. Acurrucado dentro de un saco astroso, varias veces heredado, vendido y revendido, y adquirido por él a un precio módico, a un mercader de Senegal, se encuentra Sheriff. Viene caminando desde Gambia con una caravana de migrantes. Pretenden llegar a Europa, donde una parte de la ciudadanía le despreciará, le insultará y le mirará con recelo por ser negro, por ser musulmán, por ser considerado un delincuente potencial, por sobrecargar los servicios públicos y por ser competencia en el mercado laboral. Sin embargo, Sheriff sabe que está condenado a realizar trabajos ilegales, a no cotizar, a no delinquir, a no molestar. A sobrevivir. Sabe que no tiene papeles y que puede ser devuelto en caliente. Sabe que un poco más adelante, más allá de los difusos confines del desierto del Sahara, las milicias del ISIS podrían prenderlo y asesinarlo bajo una falsa acusación exenta de juicio.
Sheriff se despierta al amanecer angustiado por esta idea. La bóveda celeste, opresiva en aquella latitud, lo empequeñece aún más. Días después llega a Libia agotado y sediento. Los pocos billetes que le quedan debe emplearlos en pagar a las tarifas de las mafias, que le darán un pasaje para embarcarse en una lancha con rumbo a Turquía. Hombres sin escrúpulos que trafican con las esperanzas de las personas, con su desesperación. La travesía le enfrenta a los límites de la resistencia y la locura. A la furia del mar y la desolación de verse rodeado de embarazadas y bebés. Exhausto e hipotérmico alcanza la costa turca. Desde allí, otra patera lo lleva a Grecia. Más tarde a Italia. Meses después cruza a pie los Pirineos para entrar en España.
En la Plaza Mayor de una despoblada villa encuentra, como un vestigio del pasado, una cabina telefónica. Despliega un papel arrugado que escondía en su cartera y, tras introducir una moneda, marca el número de María, a quien conociera en la ONG para la que ella trabajaba en Gambia. Días después se reunirán en una localidad de la España vacía. Allí hay sitio para todos. Y trabajo en el campo para muchos. Meses después se casan. Años más tarde, con toda la documentación en regla, Sheriff se da cuenta de que aún no ha conseguido un trabajo legal, de que apenas ha hecho uso de los servicios sociales y de que lo único que le consume en su país de acogida es amor: el amor a María, el amor a su comunidad y el amor a la vida que estuvo a punto de perder a cambio de un mínimo de dignidad.

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