Revista Religión

Un nuevo despertar

Por Perfumedecristo R. Elisabet

Es muy cierto que es el Señor quien nos levanta y quien abre para nosotros el cielo (Dt 28,1.12), pero no es menos cierto lo que Él mismo le dijo a Josué: “Os voy a dar toda la tierra en la que pongáis la planta de vuestros pies” (Jos 1,3). La fe de la Iglesia del tercer milenio es, a menudo, demasiado pasiva; esperando a que las cosas cambien o incluso, en ocasiones, sin esperar nada. Esta fe nos lleva a esperar que Dios abra las puertas y es entonces cuando nos decidimos a ir hacia delante, o esperamos que el río se abra para que podamos pasar sin mojarnos ni siquiera los pies. Pero la fe que el Señor nos quiere regalar va en otra línea; es una fe que confía, que espera y que da el salto, porque sabe de quien se ha fiado. Si no tocamos la puerta, Dios nunca la abrirá para que podamos atravesarla; si no entramos en el río y nos mojamos los pies, Dios nunca lo abrirá para que podamos cruzar a la otra orilla. En la pedagogía del Señor, Él solamente nos da más cuando vamos más allá de lo normal y cuando estamos dispuestos a salir de nuestros círculos de seguridad.

El Señor siempre hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5) y Él desea hoy renovar a su Pueblo con un nuevo Pentecostés, para hacer posible una Nueva Evangelización. 

Somos la luz del mundo y la sal de la tierra (Mt 5,13-16), y no podemos permitirnos escondernos o entretenernos con otras cosas porque tenemos que entregar gratis aquello que hemos recibido gratis. Si es verdad que Cristo vive en mí, una Nueva Evangelización no será tan solo una posibilidad más ni mucho menos una teoría bonita, sino que se convertirá en una realidad en la Iglesia de Jesucristo .

 Puedes ir a este enlace : Nuevo Pentecostés.

“Levántate, Jerusalén… porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti.

La oscuridad cubre la tierra, la noche envuelve a las naciones, pero el Señor brillará sobre ti y sobre ti aparecerá su gloria.

Las naciones vendrán a tu luz… Levanta los ojos y mira a tu alrededor…   Por amor a ti, Sión, no me quedaré callado; por amor a ti, Jerusalén, no descansaré hasta que tu victoria brille como el amanecer y tu salvación como una antorcha encendida” (Is 60,1-5; 62,1)

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