Revista Salud y Bienestar

Un oso panda de peluche con una tirita

Por Pedsocial @Pedsocial

Un oso panda de peluche con una tiritaLos niños, desde muy pequeños, tiene clara la idea del dolor, de las heridas, de los “daños”. Porrazos, caídas, cortes, quemaduras, heridas, ampollas… forman parte de la experiencia de vivir. Los que se estrenan en esto de la vida están naturalmente expuestos con mayor facilidad. Controlan mal sus movimientos, son menos estables, tienen el centro de gravedad del cuerpo más alto (la cabeza les pesa más), no prestan atención a posibles riesgos y el mundo cruel les espera con toda clase de agentes dañinos.

Gestionar con los niños éste tipo de problemas requiere algo más que sensibilidad o cariño. Es preciso prestar mucha atención porque de nuestra actitud ante los pequeños accidentes dependerá la apreciación que los niños vayan adquiriendo de esas experiencias naturales.

La causa. Generalmente los accidentes menores son eso: accidentes. De ocurrencia aleatoria. En ocasiones puede mediar alguna imprudencia por parte de la propia víctima o por parte de otros.

En todo caso conviene identificar la causa, para entenderla nosotros y para explicársela al niño. Conviene distinguir causa y culpa. La culpa es una consideración moral que se presta a interpretaciones. No conviene por tanto incluirla en el discurso, al menos al principio. Esa gestualidad de que, ante un tropezón con una mueble, se juegue con el niño diciendo “…ha sido culpa de la silla, Mala, mala, la silla” con la pretensión de distraer la atención del lloroso. Es muy fácil crear confusiones inútiles e incluir las culpas cuando ni siquiera son exigibles. Los niños pueden ser inmaduros, ingenuos y crédulos, pero no son tontos. Muy pronto saben que las sillas no se mueven solas ni tienen sentimientos…

Y también evitar responsabilizar al propio niño de su pequeña desgracia, faltaría mas!.

Las manifestaciones, los signos y síntomas. Hay que hacer una evaluación, aunque sea somera, de la lesión. Quitar o retirar la ropa, mirar por todos los lados e investigar otras lesiones concomitantes. Dirigirse al niño, si ya tiene edad para explicarse y preguntarle cuánto le duele, dónde y dónde más. En medio de llantos y alaridos a veces se puede distraer al niño dirigiéndose de frente e interesándose por su versión y apreciación del daño. Se le puede distraer pidiéndole que lo compare con otras experiencias que haya podido tener o de alguna forma conocer.

Se puede describir las lesiones para el niño para que adquiera el lenguaje que las define y así tener una terminología común. Es mejor evitar los eufemismos, sobre todo los infantilismos ridículos como “pupa” y demás. Infantilizar las situaciones sirve para poco y retrasa maduraciones de los niños (y de los padres). Los niños son gente seria y quieren que se les tome en serio. Si describimos bien las lesiones nos servirá para seguir la evolución con el propio niño.

El tratamiento “clínico”. Los “primeros auxilios deben estar disponibles en todos los hogares. Un botiquín simple y ordenado (y revisado periódicamente para que no se “pasen” los remedios) con algún agente antiséptico, vendas y esparadrapo o similares, que se pueda utilizar con un mínimo de eficacia, ayuda a los niños a entender que tenemos cosas y métodos para atenderlos, mejorando su confianza.

Por descontado que si la lesión escapa de nuestras posibilidades más elementales, lo mejor es acudir a un centro de salud.

El tratamiento parental. Cualquier incidencia más que considerarla un contratiempo debe servirnos como oportunidad para enseñar y educar a los niños ante los accidentes y contrariedades. La serenidad, los tonos de voz bajos y los movimientos precisos, es decir: lo contrario a las prisas, los gritos y los aspavientos se convierten en lo más fundamental ante un contratiempo.

(Y como consejo adicional, pensar en utilizar los “objetos de transferencia” si el niño los utiliza: la tirita en el pie del oso panda puede tener un excelente efecto curativo…)

X. Allué (Editor)

 


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