Revista Infancia

Un post tras mil interrupciones

Por Pingüicas

Un post tras mil interrupciones

Normalmente, los lunes a esta hora ya tengo el post del día publicado en el blog. Pero ahora, son las 7:28 pm y todavía no tengo ni idea acerca de qué escribir.

No es por falta de interés o por dejar las cosas para el último minuto. No. Se trata de que tengo a Pablo enfermo en casa desde el sábado. ¿Y qué? ¡Pues que habla todo el día! TODO-EL-DÍA. No puedo ni siquiera escuchar mis propios pensamientos, mucho menos sentarme a escribir. De ahí, mi confesión de que a veces me gustaría poder apretar un botón de mute para dejar de escucharlo, aunque sea por 10 minutos.

Pero con todo y que a veces me ataranta, la verdad es que me encanta escucharlo. Nunca deja de sorprenderme con sus ocurrencias.

Como la vez que saqué mi licuadora después de… (¿qué, cuántos años llevo de casada?) bueno, después de un buen rato. Creo que Pablo nunca había visto una licuadora en su vida, porque al escuchar el escándalo, corrió a la cocina y no lo podía creer: “¡Wow, ma! ¡Está increíble tu robot!”

O la vez que se fijó en un niño de la calle y tuvimos una plática acerca de la pobreza. Esa noche, llegó conmigo y me preguntó: “Oye ma, ves que a veces Pía y yo le quitamos los juguetes a Luca… ¿eso lo hace un niño pobre o un pobre niño?”.

También me encanta la manera en la que nunca se le cierra el mundo. Él puede resolver cualquier duda con tan sólo consultar a su Computadora 3000. Cabe señalar que dicha computadora es invisible (o sea, no-existente), sin embargo, siempre tiene la respuesta correcta. Por ejemplo: “¿Oye Beto, dónde queda el consultorio del dentista?” Y Pablo, que no tiene vela en el entierro, contesta: “No te preocupes, ma, ahorita le pregunto a mi Computadora 3000”. Hace un movimiento como si abriera su laptop (“chu-chún”), se pone sus lentes especiales (“pu-chú”) y se dispone a teclear la pregunta (“tucu-tucu-tucu-tú”): “Listo. Tienes que irte para abajo, luego a la derecha, por el puente, súper rápido, giras, giras y ahí está”. Okey… gracias, mi pequeño GPS merolico.

Lo que me deja sin palabras ―literal― es cuando me hace preguntas como la siguiente:

― Ma, ¿qué pasa si hacemos un hoyo gigante, como de la mitad de la Tierra, lo llenamos de Cheerios, nos subimos a mi nave, nos vamos al espacio y jugamos Wii?

― Mmmhhh. Éeehhh. Mmmhhh. No, no sé, mi amor.

― ¿Por? (¿todavía pregunta?)

Me quedo sin palabras… y me hace este tipo de preguntas bastante seguido. Ha de pensar que soy una ignorante. Beto, un poco más hábil que yo, se la regresa preguntándole: “¿Por qué quieres saber?”. Entonces, es él quien (por un breve instante) se queda sin palabras.

Otra cosa que me encantan de Pablo son sus deducciones, como: “Cabeza se dice cerebro en inglés” o “El futbolista debe meter la pelota en la porquería” (No, Pablo, se dice portería) “No, se dice porquería porque deberías de ver cómo acaba el portero… súper cochino”.

O bien, la payasada con la que me acaba de salir ahorita que le pedí que viniera a tomar su medicina:

Un post tras mil interrupciones

Sí, esta fue su manera de manifestarse en contra. Se puso masking tape en la boca y llegó con un letrero que decía: “Esa cosa Ascepoza X” o lo que es lo mismo “Esa cosa asquerosa (tache)”.

¡Lo adoro!

¡Gracias, Pablo, por darme un post para publicar el día de hoy!


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