Y al recordar estos y otros casos la voz de Rosario Ibarra da paso a la de su hija Rosario Piedra para que responda a las emocionadas palabras de las organizaciones de académicas e intelectuales que se reúnen en este Museo Casa de la Memoria Indómita para rendirles un homenaje al declararlas “Mujeres del año 2011-2012”, y estremece cuando revela el sufrimiento que implica perder a la persona amada que es orillada al suicidio mismo, a la inmolación, para tratar de proteger a los suyos. La desaparición como una tortura permanente que no mata pero que no deja vivir a quien la padece. Delito de lesa humanidad, que no prescribe con el paso de los días y los años, que lacera la dignidad humana, que mientras permanezca en la impunidad seguirá haciéndonos gritar esa consigna de “vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
Los días y las noches de insomnio, en las cárceles clandestinas, con la tortura brutal que sufrieron por órdenes del gobierno priista durante los años 70 y 80 no se han ido. Si fueron cientos de desaparecidos durante los gobiernos de Echeverría, López Portillo y De la Madrid, con Salinas y Zedillo disminuyeron en cantidad pero se extendieron los asesinatos que con el panista Calderón han llegado a niveles demenciales de miles de desaparecidos y asesinatos, ya no solo a activistas y militantes, sino a casi cualquier persona a lo largo y ancho del país. El feminicidio es parte de esta criminal política de violencia institucional, de militarización y estado policiaco.
Sabemos que en la actualidad hay doble victimización y se legisla para una ley de víctimas que ni siquiera se respeta en lo más mínimo, porque el ejercicio del poder pretende legitimarse mediante el engaño, la manipulación mediática, la imposición, el autoritarismo, la represión y el fraude que pretende repetirse de manera ya sistemática en 2012 como lo fue en 2006 y en 1988.
Un homenaje que se traga las lágrimas y resuena en un grito de exigencia. Un reconocimiento que este país en su conjunto les debe a las madres que luchan. Porque han sabido educar a generaciones enteras en la dignidad y la resistencia. Porque este país sería peor si no contáramos con el ejemplo de las madres de Eureka. Porque este país sería mil veces mejor si tuviéramos entre nosotros y nosotras a quienes hoy están desaparecidos, en algún lugar, por los que quieren seguir imponiendo su autoritarismo por encima de la voluntad popular. Un homenaje que representa la esperanza de un futuro mejor, donde no impere la impunidad y donde se escuche fuerte el silencio y no haya más otras noches de Tlatelolco que nos empañen la esperanza que merecemos todas y todos. Hoy desde aquí decimos, que la única lucha perdida es la que se abandona.