Revista Opinión

Un ruido ligero y sordo

Publicado el 02 septiembre 2010 por Alfonso

¿Por qué el mundo no estalla de felicidad cuando el presidente de los USA proclama el fin de la misión de combate en Al-‘Irāq? ¿Por qué las pantallas de televisión y los periódicos no se llenan de letreros que proclamen War is over!? Sólo hay dos respuestas: o nadie recordaba tal guerra o ni el mismo Alabado Obama se cree que haya finalizado. Algo de verdad encierran ambas. Por un lado la operación libertaria del pueblo iraquí hace tiempo que se demostró inútil y llena de manipulaciones comerciales, y así como no hacemos caso al niño que llora por no recibir otra galleta, le habíamos dado la espalda al conflicto creyendo que ignorando al general, éste se cansaría de lanzar al viento su grito de terror y acabaría por marcharse del territorio invadido. Pequeña verdad -al fin y al cabo qué son siete años y medio si no eres la víctima- que se suma a una mayor: nuestra impermeabilidad al dolor ajeno -mientras los Enola Gay no sobrevuelen mi casa, el refugio de los míos, ¡a mí me trae sin cuidado!-. Por otra parte es cierto que se han retirado tropas norteamericanas del suelo extranjero, pero 50.000 soldados se quedarán unos cuantos meses más como apoyo y respaldo al nuevo (des)gobierno de la zona, con total probabilidad dirigido desde la sombra para asegurar que si el barril de crudo no baja su cotización al menos su suministro sea constante, lo que repercutirá en los bolsillos, y será la alegría, de los pocos de siempre, lo que te llena de escepticismo y te ahoga el grito.
Es cierto que se armó revuelo en el mundo occidental cuando nos incomodó la postura estadounidense frente al régimen de Ṣaddām Ḥusayn y que algunos pacifistas al borde del alboroto a comienzos de marzo de 2003, mientras la ONU deshojaba la margarita de la destrucción masiva, ya habían clarificado su postura: “No a la guerra”. Y ello mientras los partidarios de las armas contaban que Bushito conocía la existencia de tan temidas armas porque su padre tenía los albaranes de entrega. Pasado los años, nadie ha pedido perdón a la humanidad, ni a Bush alguno, por chiste tan gracioso como falaz. Pero pronto se olvidan las pataletas, aunque el niño no reciba su galleta, y tampoco es menos cierto que los ciudadanos bulliciosos han aprendido que no son los países los que deciden el destino de sus ciudadanos: son los gobiernos; basta con negarles el voto para que entren otros que, con toda seguridad, proclamarán las maravillas de realizar justamente todo lo contrario de lo hacen los actuales mandatarios, y asunto solucionado. Es por tanto que las guerras no son cosa de países y fronteras sino de Jefes de Estados y egos. Como siempre, vaya, pero algo vamos aprendiendo: a pensar que el poder no otorga siempre la razón. Los gobernantes, también se educan: mejor ahorrar que seguir tirando proyectiles; ¡maldita crisis!
Conocimientos que no podrán aplicar los cuatro mil soldados norteamericanos que han encontrado reposo bajo un firmamento de barras rojas y blancas y doscientas mil estrellas. (Si la bandera iraquí conservase las tres baazistas junto a la inscripción Alá es grande, el takbir escrito con la caligrafía árabe de tipo cúfica, crearía un cielo de más de tres millones de luces para sus muertos. Sin contar los millones de refugiados, mutilados, harapientos, vejados, sin techo, está claro que el soldado yanqui viaja con una mochila más bien escasa de buenas intenciones.) Si al menos uno de los que abandonan Oriente para refugiarse en su casa con jardín en Philadelpia, Houston o San Diego, de los que pasan el domingo entre asaltos a la barbacoa y miradas de reojo al coche, la piscina o la esposa del vecino, dispone en los próximos días de la tranquilidad suficiente como para sentarse frente al televisor bien aprovisionado de cervezas y bolsas de patatas fritas y se traga las seis horas de Generation kill, los primeros días del desembarco de las tropas y la entrada de las mismas en Baġdād cortesía de Evan Wright -un periodista lleno de dudas y osadía-, la serie completa de una sentada, como hay que entregarse a los productos de la factoría HBO - no podía ser de otro modo: es hermana de Band of brothers y The Pacific, prima del mejor cine de hoy-, si al menos uno, se deja arrastrar por la acción, seguro que cuando llegue a la escena final le sucede como a los personajes y se siente incapaz de volver a mirar su reciente pasado en el desierto con los mismos ojos. Porque Afġānistān, Pakistan, Israel o los misiles de Kim Jong-il están a la vuelta de la esquina. Y un militar informado hoy quizá sea un ciudadano comprometido mañana, alquien que diga NO.
UN RUIDO LIGERO Y SORDO
Generation kill

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas