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Un solo nombre. Tres tragedias

Publicado el 06 noviembre 2014 por Squadraeterna @squadraeterna
Un solo nombre. Tres tragedias
Tragedia que acompañó al Torino mucho tiempo. Tiempo, con el que unimos tres de los dramas que más han hecho sollozar a su afición. Afición sufridora, luchadora, histórica. La afición incombustible del Torino. Pero comencemos por el principio: por el nombre.
Luigi Meroni unió tres acontecimientos separados por más de 50 años. El primero de ellos, sentó un precedente fatalista que rodearía a la Squadra el resto de sus días.
El 4 de mayo de 1949 no brillaba el sol en lo alto de Superga. En esta basílica cercana a Turín, donde descansan los restos de los príncipes y reyes de la casa Saboya, también descansa un equipo mítico, El Grande Torino. El avión en el que viajaban tras disputar un partido homenaje en Lisboa contra el Benfica quedo destrozado, como toda la Italia futbolística. Luigi Meroni comandaba aquel avión. En él, la cita con la historia que sólo un accidente pudo detener y que paró los latidos del considerado mejor equipo del mundo. Capitaneado por el gran Valentino Mazzola y con un récord de 93 partidos sin perder, constituía el pilar de la selección nacional.
Despedido ante más de medio millón de personas, pasarían quince años hasta ver alzar de nuevo la cabeza al equipo. Tratando de recuperar la grandeza adquirida y brutalmente arrebatada, el Torino se fijó en una joven promesa que despuntaba en el Genoa. Un tipo especial, bohemio, seguidor de los Beatles y amante del jazz con un peinado y vestimenta de estilo británico que contrastaba con el clasicismo imperante en aquella Italia de los años 60. Un genio con el balón. De desborde fácil e imaginación superlativa, el que fuera apodado ‘George Best transalpino’ y volvía a poner al Toro en órbita.
Como podrán adivinar, este fantástico jugador no era otro que Luigi “Gigi” Meroni. Tres temporadas luchó con el escudo del Toro inmaculado sobre el granate en el pecho. Daba goles, asistencias y devolvía a esta afición resquebrajada de dolor, la ilusión por el triunfo. De carácter imprevisible, era capaz de negarse a cortarse el pelo (aunque ello supusiera su no inclusión en la convocatoria con la azzurra, donde solo disputó seis partidos) o de pasearse con una gallina como mascota de una tópica comedia romántica hollywoodiense. Incluso fue capaz de frustrar una boda. La de su amor de toda la vida, personándose en la iglesia donde Cristiana Uderstadt se iba a casar con otro hombre por imposición familiar.
Un solo nombre. Tres tragedias
Pero toda esta época de ilusión se acabó de manera brusca. Nada de final romántico. De nuevo un accidente tuvo la culpa. Tras un partido contra la Sampdoria, Gigi pidió permiso al entrenador para salir de la concentración e ir a por un helado. A la vuelta, él y su compañero Poletti intentaron esquivar desde la mediana a un coche que circulaba a gran velocidad. En su retroceso, fueron atropellados por otro que trascurría en sentido contrario.
Poletti solo sufrió magulladuras pero la “Farfalla granata” ya no volvería a volar. Pocas horas después Gigi moría. Aquel ídolo que rechazó un cheque en blanco de la poderosa Juventus se convirtió en leyenda eterna de los tifosi granota.
50 años cicatrizarían el corazón de los aficionados del Torino. Pero la sangre volvería a brotar, y ésta vez, hasta desangrarlo. El cúmulo fatal de casualidades continúa desde el accidente de nuestro “Gigi” Meroni. Aquel coche que acabó con la vida de un ídolo era conducido por un entonces jovencísimo Attilo Romero, un seguidor acérrimo del Torino y del propio Meroni. Attilo había empapelado su habitación con fotografías del futbolista. Su devoción por Meroni llegaba a un punto religioso y acompañaba cada uno de sus viajes en el Fiat con una fotografía del jugador. Como él mismo expresaba en aquel momento, exceptuando a sus padres, no había ninguna persona por la que sintiera más aprecio que por Gigi, con lo que el accidente le causó a sus dieciocho años una fuerte depresión.
Tiempo y destino serían los principales ingredientes de una historia que llegaba a su final. Años más tarde, Attilo llegó a convertirse en presidente. Como un joven correspondido después de cien años enamorado y con la implicación de quien siente que debe saldar una deuda, se volcó en el equipo italiano y en su afán de llevar al equipo de su vida de nuevo al Olimpo del balompié, gastó más de lo que tenía en una serie de gestiones que llevarían en 2005 a la desaparición del club tras varios descensos.
Tres momentos, tres historias con un nombre y una desgracia común que han forjado el carácter de un equipo que no muere. Tras su refundación luchan como siempre por volver a estar donde merecen, la lucha por los títulos y Europa, por la que de nuevo pasean. Siempre con el recuerdo de lo que fueron y de lo que pudieron llegar a ser. La leyenda que fueron, y el sueño que llegarán a ser.
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