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Un tipo duro de roer

Publicado el 29 noviembre 2010 por Josep2010

Ya lo habré escrito en alguna que otra ocasión, pero no puedo resistir el ímpetu que me mueve a declarar de nuevo el inmenso goce que como cinéfilo siento al adentrarme en una obra que habré visto varias veces y que un buen día, por casualidad, redescubro averiguando más datos relativos a su construcción, a su historia genética, completando el cuadro, como quien dice.
Parece ser que hallándose Lee Marvin rodando en tierras británicas The Dirty Dozen quiso la casualidad que trabara conocimiento con John Boorman, que había dirigido algo para la televisión pero se hallaba esperando una oportunidad para iniciarse en el cine. Marvin debía de pasar ratos muertos entre rodaje y rodaje leyendo una novela, The Hunter, escrita apenas cinco años antes, en 1962, por el escritor Donald E. Westlake bajo el seudónimo de Richard Stark. La novela fue un éxito que promovió a su protagonista, un hampón llamado Parker, a la fama de las novelas de ambientes criminales y además propició que el autor publicara hasta veinticinco libros relatando las aventuras de Parker.
Reconozco que no tenía ni idea de la existencia de tales novelas que, por lo leído, gozan de una merecida fama en el mundo anglosajón; incluso hay un colega del bloguerío que ha dedicado un espacio en internet al ínclito Parker, en inglés, que se puede consultar aquí.
Puede que la primera intención de Lee Marvin fuera provocar una serie de películas en las que él se ocupara del protagonista porque ya en 1967 era evidente que ese turbio personaje era un filón comercial, aunque su dueño, el avispado Westlake/Stark, nunca permitió que en ninguna película el carácter basado en su personaje se denominara igual. Quizá por dicha causa las diferentes películas basadas en tramas protagonizadas por Parker muestran la variedad que pudimos comprobar el viernes pasado, llegando a representarse el carácter también por una mujer y por un estadounidense negro.
Lee Marvin era ya un veterano actor que había llegado al estrellato después de una remarcable carrera como secundario de lujo y apenas tres años antes había protagonizado Código del Hampa en la que daba imagen y realidad a un hampón muy decidido, obteniendo un buen éxito comercial, con lo cual presentarse de nuevo en una trama que transcurre en ambientes del hampa era una oportunidad casi que garantizada, aunque la dirección se confiara a un novato como John Boorman, con todo por demostrar. Está claro que Marvin tenía un buen olfato cinéfilo y demostró valor y confianza al depositar en manos de un desconocido una historia que a él, como estrella, le convenía que no fallara estrepitosamente.
Un tipo duro de roerLa decisión la tuvo que tomar Marvin con mucha presteza pues ese mismo año de 1967, recién acabado el rodaje de Doce del Patíbulo, metió a Boorman en un avión y se largaron a los U.S.A. para iniciar el rodaje de la película que titularon Point Blank (A quemarropa), basada en un guión escrito por Alexander Jacobs y David & Rafe Newhouse, los tres británicos, lo que hace suponer que empezaron la tarea así que Boorman recibió el encargo de Marvin.
Ahora que constatamos que A Quemarropa (yo hubiera preferido como traducción al castellano A Bocajarro, mucho más personal, pero ya se sabe...) es la ópera prima de John Boorman, forzosamente debemos verla con otros ojos, más atentos, pero no será necesario que rebajemos el nivel de exigencia ni que seamos condescendientes con un novato, porque la mirada tranquila sobre el producto final no puede menos que sorprendernos: tampoco dejaré de reiterar mi opinión que, en una película, el Director es el máximo responsable (salvando aquellos grandes productores que todos conocemos y que serían objeto de discusión) y por lo tanto a su arte y ciencia hay que adjudicar todo cuanto vemos en pantalla; en ocasiones, las menos, incluso cuanto oímos.
Ello viene a cuento porque Point Blank al parecer se ha convertido -o está en buen camino de convertirse- en un ejemplar de “película de culto” consiguiendo sobrepasar con el paso del tiempo y el recuerdo de los cinéfilos entusiastas sus propias limitaciones, adquiriendo unas virtudes que en el momento de su estreno pasaron desapercibidas, probablemente porque, claramente, la competencia era feroz. Revisarla en este siglo con ojos primerizos debe ser una sensación deslumbrante porque es evidente que John Boorman se cuida muchísimo de todos los detalles, logrando enriquecer la trama del guión que por sí misma ya es atractiva:
Un tipo duro de roer
Un tipo al que todos conocen únicamente por su apellido, Walker (adjudicación muy oportuna por su significado literal: el que camina), ha perpetrado un robo con un socio, Mal Reese (John Vernon) que le agradece la colaboración pegándole cuatro tiros, llevándose su parte del botín y dejándolo por muerto y acostándose con su esposa.
Pero Walker es un tipo duro de roer y sobrevive a los tiros y a la traición y, claro, va a por ellos y a por el dinero que considera le pertenece.
Este esquema de persecución y venganza nada tiene de novedoso ni hoy ni en la fecha en que se estrenó la película: pero el tratamiento que Boorman le da, en cambio, sí resulta muy efectivo, no tan sólo desde el aspecto formal externo: más allá del discurso cinematográfico, Boorman se recrea dividiendo las diferentes partes de la trama incidiendo plásticamente en el significado de los diversos episodios que se sucederán consecutivamente.
A pesar de apoyarse en un vestuario muy sesentero creado por Margo Weintz, Boorman, con la colaboración de la cámara de Philip H. Lathrop y el diseño de escenarios de Keogh Gleason , usa la paleta de colores para establecer estados de ánimo y ayudar al entendimiento de lo que piensa el protagonista, un Walker hierático que apenas tiene diálogos y mantiene un mutismo en sus enfrentamientos con el resto de personajes que provoca en éstos la imperiosa necesidad de contar lo que sea con tal de que Walker se vaya.
Un tipo duro de roerResulta evidente el interés de Boorman en diferenciar los episodios de la trama a base del uso de cromatismos porque hay una escena en la que llega al extremo de usar el mismo color para un elemento del decorado, un telescopio callejero, con el vestido que en aquel momento luce la protagonista femenina, una Angie Dickinson que repite colaboración con Marvin, aportando su habitual erotismo y eficacia interpretativa; precisamente, Boorman lleva al extremo su obsesión por el cromatismo al presentar perfectamente conjuntado a ése Walker con cualquier mujer a su lado, como si tratara de adaptarse camaleónicamente a su entorno incluyendo a las mujeres.
Boorman rueda en perfecta complicidad con Marvin que se mueve felinamente por el plano con una precisión perfecta sin dejar traslucir sentimiento alguno, casi mecánicamente: es un tipo duro que persigue un objetivo y sabe lo que se hace: un profesional del crimen que planifica con detalle sus movimientos y que se muestra constante y pertinaz en su voluntad.
No obstante, uno tiene la sensación que los 93.000 dólares que Walker pide una y otra vez no dejan de ser más que una excusa, una motivación aparente para cumplir una venganza de más largo alcance: ese tipo duro de roer, difícil de matar, esquivo y astuto, ve cómo algunos de sus contrincantes caen, pero, curiosamente, ninguno por su mano.
Así, el personaje consigue unas características que le hacen perceptible e individual, distinto: un antihéroe que consigue la simpatía desde el primer momento: un superviviente a una traición que se nos antoja cruel e innecesaria y nos lleva mucho más allá de lo debido en la consideración del carácter, olvidando que se trata de un hampón sin escrúpulos: el tratamiento cinematográfico le otorga un nihilismo creciente conforme el metraje avanza y vemos cómo se asemeja cada vez más a la fiera que acabará ocultándose entre las sombras sigilosamente al escuchar que le llaman.
Parece ser que la adaptación de la novela a la pantalla no es todo lo fiel que los aficionados a las novelas de Parker deseaban, pero sin dudarlo un instante, la fuerza de las imágenes y el discurso cinematográfico del novato Boorman que sabe mover y emplazar la cámara muy adecuadamente a cada circunstancia nada tienen que envidiar a cualquier película de acción de la época, mostrando una robustez que se mantiene, sin tiempos muertos que sean un lastre y el uso -tan frecuente entonces- del flashback como expresión de lo que pasa por la mente del protagonista, aunque ahora no sea habitual, tampoco llega al extremo que pueda confundir al espectador de este siglo ni alcanza las cotas de arrogancia intelectual de algunos.
Un tipo duro de roerBoorman, con ser un novato, demuestra haberse estudiado a fondo el guión y haber escrito él mismo un guión técnico muy elaborado: a modo de ejemplo, hay una escena en la que mediante unas gafas de sol que van de uno a otro entendemos que hay algo más que amistad entre la esposa de Walker y Mal Reese: sin palabras, el mensaje es claro, y resulta evidente que Walker, pobre, está en la inopia.
En definitiva, una buena película que no ha envejecido en absoluto: unas interpretaciones remarcables, sobre todo Lee Marvin demostrando dominar la gestualidad apropiada y el movimiento en el tempo idóneo para cada acción; una trama que se sigue con interés y no defrauda y, sobre todo, que no engaña al espectador: da lo que promete: acción a raudales con muy pocos efectos especiales y entretenimiento durante hora y media que pasa en un suspiro.
Eso sí: hay que verla en formato de pantalla panorámica: rechacen abominables tergiversaciones televisivas, porque Boorman se removerá en su tumba. Mejor en v.o.s.e., como siempre, aunque el doblaje al castellano, en esta ocasión, es muy bueno.
Tráiler:


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