Revista Regiones del Mundo

Un turbio pasado

Por Nestortazueco

Por Paco Soto

El procesamiento del ex jefe de los servicios secretos polacos, Zbigniew Siemiatkowski,  por su presunta implicación  en la existencia de una cárcel secreta de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos en Polonia, donde fueron detenidos ilegalmente y torturados presuntos terroristas islamistas, ha provocado una tormenta política en el país centroeuropeo. Este centro de detención clandestino funcionó entre 2002 y 2003 en Kiejkuty (noreste de Polonia). Varsovia lo niega categóricamente, pero los medios y la justicia han conseguido demostrar que la CIA actuó ilegalmente en Polonia y que su actividad era conocida por las autoridades. El ex primer ministro socialdemócrata,  Leszek Miller, un oportunista del antiguo régimen comunista que abrazó la socialdemocracia y el capitalismo liberal después de la caída del Muro de Berlín y  actualmente lidera el opositor  partido socialista SLD,  también podría ser obligado a comparecer ante los jueces  por haber permitido la instalación de la citada  base secreta estadounidense entre 2002 y 2003. En aquella época, el jefe del Estado era el también socialdemócrata  y ex jerifalte de la dictadura comunista Aleksander Kwasniewski. Mientras el Gobierno de Donald Tusk intenta capear el temporal político como puede, los ultraconservadores del partido Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kaczynski, que gobernaron en Polonia entre 2005 y 2007,  y los socialdemócratas de SLD han sellado un pacto no escrito para impedir que el Parlamento tome cartas en el asunto y no ven con buenos ojos que la justicia siga investigando la existencia de una prisión secreta de la CIA. Pero en el seno de la oposición, Janusz Palikot, que lidera el partido anticlerical de centroizquierda Movimiento Palikot (RP), pidió que se esclarezca toda la verdad sobre esta cuestión, y acusó a Leszek Miller de haber puesto en peligro la seguridad de Polonia frente a la amenaza terrorista al haber autorizado a la CIA a actuar ilegalmente en su país. El ex comunista Miller reaccionó insultando a Palikot y diciendo de este político democrático que es “el portavoz de Al Qaida”. “No voy a llorar por los criminales. Un buen terrorista es un terrorista muerto”, declaró Miller. Mucho más digno que ese vulgar politicastro, el presidente de Polonia, Bronislaw Komorowski, que pertenece al mismo partido que Tusk, la Plataforma Cívica (PO), consideró que hay que investigar esta cuestión, “aunque se trate de un asunto delicado y quizá doloroso para el Estado polaco, ya que se trata de la imagen pública de Polonia”.

Cambios sorprendentes
La polémica sobre la cárcel secreta de la CIA, en mi opinión, entre otras cuestiones, pone sobre la mesa la naturaleza oportunista y escasamente democrática de algunos políticos polacos que proceden del antiguo régimen comunista o que no movieron un dedo contra ese sistema criminal y opresor. Leszek Miller es un paradigma de esta situación.  Fue uno de los jefes de gobierno más importantes de la Polonia democrática. Desempeñó el cargo entre octubre de 2001 y mayo de 2004. Hijo de obreros, tuvo puestos decisivos en la dictadura comunista y en 1988, cuando el general Wojciech Jaruzelski, el responsable de la ley marcial decretada en diciembre de 1981, planteó la liberalización del régimen, Miller fue nombrado secretario del Comité Central del partido único y después miembro del Buró Político. Tras la llegada de la democracia, abrazó la socialdemocracia y hoy en día es un político respetable que da lecciones sobre justicia social y libertades públicas. El caso del ex presidente Aleksander Kwasniewski es también llamativo. Antiguo comunista, se transformó en socialdemócrata, porque se lo permitió la Internacional Socialista, que también acogió en su seno a dictadores asesinos como el tunecino Zine el Abidine Ben Ali y el egipcio Hosni Mubarak, y fue jefe de Estado de 1995 a 2005. Firme defensor del liberalismo económico, Estados Unidos y la OTAN, Kwasniewski desempeñó un papel decisivo en la puesta al día de la socialdemocracia polaca, como hicieron otros dirigentes poscomunistas: Gyula Horn en Hungría; Algirdas Brazauskas en Lituania y Milos Zeman en Chequia. El ex presidente polaco militó en diversos movimientos juveniles comunistas y en 1977 ingresó en el Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR). Entre 1979 y 1980 encabezó el Departamento de Cultura del Comité Central del partido único y en plena represión del movimiento obrero llegó a ser un líder estudiantil comunista. Kwasniewski siguió escalando puestos en el aparato estatal y llegó a ser ministro de Deportes. Se alineó con el sector reformista del régimen, lo que le facilitó su reconversión democrática a partir de 1989. A  finales de los años 90 del siglo pasado fue acusado por la derecha polaca de haber sido un colaborador de la SB, la policía política del régimen anterior. Los casos de Miller y Kwasniewski no son únicos en Polonia y la antigua Europa comunista. Todo lo contrario: abundan los sinvergüenzas, oportunistas, mentirosos y demócratas de última hora tanto en las filas de la izquierda como de la derecha.

Raíces históricas
Esta situación tiene raíces históricas y políticas. Los países de Europa central y oriental iniciaron su transición a la democracia parlamentaria hace más de dos décadas sin llevar a cabo una ruptura radical con el pasado comunista. El cambio pacífico, que fue positivo porque evitó la violencia y mucho dolor a la población, como ocurrió en la España franquista a la muerte del dictador Francisco Franco, facilitó, sin embargo,  a la inmensa mayoría de los dirigentes comunistas, ‘aparatchiks’ y cuadros medios  su cómoda integración en el sistema capitalista. Muchos dirigentes actuales,  tanto de la izquierda como de la derecha, proceden del antiguo régimen. Su pasado es turbio. La carrera política de jefes de Estado y de gobierno, ministros, líderes de partidos y cargos institucionales empezó en la época oscura del ‘socialismo real’. El afán de poder, el gusto por  los privilegios, la habilidad por adaptarse al cambio y la falta de ética y escrúpulos son el denominador común de estos dirigentes. Representan una casta política desvergonzada que en los tiempos difíciles del régimen de partido único no se arriesgó a  luchar por la democracia. A partir de 1989, unos echaron por la borda el marxismo leninismo en un abrir y cerrar de ojos y se hicieron socialdemócratas, u hombres de negocios; otros, desde etiquetas conservadoras, liberales o democristianas, se fabricaron un pasado heroico y se transformaron en adalides de la lucha por la libertad. Las transiciones del Este europeo, aunque no todas fueron iguales, evitaron el enfrentamiento civil y sentaron las bases de la reconstrucción democrática de países  sometidos durante más de cuatro décadas a regímenes dictatoriales y al dominio de la URSS. Pero también permitieron que personajes con las manos manchadas de sangre y un sinfín de  vividores se mantuvieran  en puestos clave de la política y los aparatos del Estado renovados. Polonia, que tuvo una transición parecida a la española, es un claro ejemplo de la complejidad del cambio político vivido en la Europa poscomunista. Lech Walesa, el antiguo electricista de los astilleros Lenin de Gdansk (norte de Polonia) que en agosto  de 1980 encabezó una revuelta obrera y se convirtió en el líder del sindicato Solidaridad, es acusado por varios historiadores polacos del Instituto de la Memoria Nacional (IPN) de haber sido un  colaborador del SB.  Walesa, que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1983 y fue presidente de Polonia de 1990 a 1995, lo ha negado, pero no ha podido demostrar su inocencia. Hombre de ideas conservadoras, ha quedado muy tocado por estas acusaciones. En el campo de la derecha, cabe destacar a los hermanos gemelos Lech y Jaroslaw Kaczynski.  Lech Kaczynski fue presidente  de Polonia de 2005 a 2007 y murió en un trágico accidente aéreo en Smolensk (Rusia), el 10 de abril de 2010. Su hermano Jaroslaw  desempeñó el cargo de primer ministro y lidera el partido Ley y Justicia (PiS). Ambos nacieron en 1949 y fueron  de la mano en todo lo que emprendieron, especialmente en su carrera política. Eran físicamente idénticos, aunque al presidente le delataban dos lunares que tenía en la nariz y en la mejilla izquierda, así como su anillo de casado. Jaroslaw, que vino al mundo 45 minutos antes que su hermano, permanece soltero y vive con su anciana madre en Varsovia. Ambos representan al sector más conservador y anticomunista de la derecha polaca, pero Jaroslaw no tuvo ningún reparo en gobernar con Samoobrona (Autodefensa), un grupo populista de izquierda formado por nostálgicos poscomunistas y aventureros, y los ultraderechistas de la Liga de las Familias Polacas (LPR).  Cuando tenían 13 años, ambos hermanos actuaron de protagonistas en una película de aventuras destinada al público infantil y realizada por el régimen comunista, que era la adaptación del relato ‘Dos que robaron la Luna’ del novelista Kornel Makuszynski. Lech se doctoró en Derecho Laboral y su hermano se especializó en Derecho Administrativo. En los años 70 del siglo XX, entraron en contacto con la oposición, pero no se situaron en primera fila. Quizá sea por esto que Jaroslaw no fue detenido cuando Jaruzelski decretó el estado de sitio en 1981. Su hermano sí que sufrió arresto y confinamiento. Los Kaczynski fueron estrechos colaboradores de Walesa, hasta que se enemistaron con él, y algunos analistas creen que están detrás de las acusaciones contra el ex líder de Solidaridad.

Demócratas de última hora
En la vecina Chequia, no todos los políticos tienen un pasado de lucha por la democracia como el fallecido dramaturgo Václav Havel, que fue presidente de Checoslovaquia y de Chequia. Václav Klaus, el actual jefe del Estado, que no pierde ninguna oportunidad para expresar su odio al comunismo, no fue un activista demócrata en tiempos en que las cárceles de Checoslovaquia estaban llenas de disidentes. Este economista  sólidamente instalado en el mundo de las finanzas desde su juventud, estudió en universidades de Estados Unidos y en los años 70 y 80 del siglo pasado desempeñó altos cargos en los aparatos económicos del Estado comunista. Se unió a la oposición en 1989, cuando el riesgo era menor. Después, este admirador de Margaret Thatcher  hizo una carrera política meteórica, en la que no faltaron las críticas a la OTAN por bombardear Serbia durante la guerra de Yugoslavia y a la UE por la aplicación de sanciones a Austria a raíz de la entrada de la ultraderecha de Jörg Haider en el gobierno. En el polo ideológico opuesto se sitúa otro demócrata de última hora, Jiri Paroubek, el ex líder de la oposición socialista checa. Nació el 21 de agosto de 1952. No se incorporó a la oposición democrática, porque era comunista. En 1986, tuvo problemas con la burocracia dirigente. La STB (policía secreta comunista) se puso en contacto con Paroubek al menos en tres ocasiones y le asignó el nombre de ‘Roko’. El político socialdemócrata afirma que jamás llegó a colaborar con la policía política. En Eslovaquia, tanto el presidente, Ivan Gasparovic, como el primer ministro, Robert Fico, ambos socialistas, tampoco fueron luchadores por la democracia, porque proceden del régimen anterior. Antiguo Fiscal General de Checoslovaquia, el actual jefe del Estado nació en 1941 y militó en las filas comunistas, aunque él asegura que estuvo al lado del dirigente reformista de origen eslovaco Alexander Dubcek, un comunista íntegro que sufrió la furia del estalinismo. Este jurista criminalista de formación no desempeñó cargos importantes en el antiguo régimen, pero tampoco se metió en líos. La carrera universitaria le atrajo más que la democracia.  Robert Fico, que gobiernó con dos grupos de extrema derecha en el pasado y ganó recientemente las elecciones legislativas al centroderecha, es un populista de poca monta que nació en 1964 y estudió leyes en Bratislava y Estados Unidos. Hasta pudo visitar países como el Reino Unido y Francia.  En 1987, recibió el carné de miembro del Partido Comunista Eslovaco (KSS). Dos años después, se olvidó del comunismo y fundó el Partido Socialdemócrata Eslovaco (SMER), del que es líder.

Socialista multimillonario
En Hungría, Ferenc Gyurcsány, que fue primer ministro y líder socialdemócrata, es un ejemplo de la metamorfosis que experimentaron muchos comunistas en 1989. Nacido en 1961, Gyurcsány estudió Ciencias Económicas y fue un destacado líder  de las Juventudes Comunistas. Cuando en 1989 los comunistas húngaros renunciaron al marxismo, Gyurcsány fue elegido vicepresidente de las juventudes del nuevo partido socialista. En 1991, con el título de economista bajo el brazo, Gyurcsány dijo adiós a la política y se dedicó a los negocios al calor de la naciente economía de mercado húngara. Trabajó para varias compañías financieras y fondos de inversión occidentales y en poco tiempo se convirtió en multimillonario. Gyurcsány regresó  a la política en 2002 bajo la etiqueta socialdemócrata, y fue acusado por la oposición de derecha de haberse enriquecido ilegalmente. Esto no le impidió desempeñar varios altos cargos y ser primer ministro en 2004. Este socialista que ama al capitalismo liberal y es amigo de George W. Bush y Tony Blair, se enfrentó en octubre de 2006 a una rebelión popular en las calles de Budapest, después de que una emisora de radio difundiera la noticia de que había mentido sobre el estado financiero del país para ser reelegido. En Bulgaria, el ex presidente socialista Georgi Parvanov ingresó en el Partido Comunista Búlgaro, denominado Partido Socialista (PSB), en 1981. Parvanov, que se doctoró en Historia por la Universidad de Sofía, desempeñó varios cargos políticos e institucionales antes de ser elegido jefe del Estado por primera vez en 2002. El actual primer ministro de centroderecha, Boiko Borisov, es también todo un personaje. Este karateka de ideología conservadora fue guardaespaldas del último dictador comunista, Todor Zhivkov, y del ex Rey Simeón II, además de bombero y policía, y la oposición sospecha que mantiene relaciones con los poderosos clanes mafiosos que controlan la actividad económica del país.

El escándalo rumano
Rumanía, que vivió uno de los regímenes comunistas más duros, es un caso especialmente escandaloso. Nicolae Ceausescu, que no se llevaba bien con los dirigentes soviéticos, fue derrocado en diciembre de 1989 por un golpe de Estado protagonizado por un sector del Partido Comunista y los aparatos de seguridad. Al frente del golpe se situaron personajes del sistema como Ion Iliescu, hombre de confianza de la URSS, y Petre Roman. El dictador y su esposa Elena fueron ejecutados tras un simulacro de juicio y la mayoría de los antiguos dirigentes comunistas y los responsables policiales y militares siguieron en el poder. Con el paso del tiempo la nueva casta política se fue reorganizando: unos dirigentes giraron a la derecha, otros al centro o  la izquierda. Muchos habían colaborado con la Securitate, la policía secreta comunista. Ion Iliescu es un símbolo de esta siniestra realidad. Elegido presidente de Rumanía en tres ocasiones, fue un alto dirigente comunista cuando el llamado ‘genio de los Cárpatos’ dirigía el país con mano de hierro y mataba de hambre a sus compatriotas. Tuvo sus divergencias con Ceausescu, y hasta se acercó a las tesis de Mijail Gorbatchov. La democracia lo catapultó a la primera línea política como dirigente socialista. En 1990, fue el responsable de la brutal represión de manifestaciones de estudiantes en Bucarest contra el poder. Iliescu utilizó como fuerza de choque a los mineros, y también se empleó a fondo contra la minoría húngara de Transilvania. La justicia rumana decidió que Iliescu no sería juzgado por la represión de los estudiantes. Petre Roman, que es de origen español por parte de madre, fundó el Frente de Salvación Nacional (FSN) con Iliescu y fue primer ministro y titular de Exteriores, entre otros cargos. En la etapa comunista fue un hombre del sistema, aunque él asegura que en el bando reformista. El socialista Adrian Nastase  representa la corrupción por antonomasia. Antiguo primer ministro, sociólogo y jurista de formación, hizo su carrera profesional al calor de la nomenclatura comunista rumana. Fue un hombre de confianza del régimen y un enemigo acérrimo de la Perestroika soviética. Imputado por haberse enriquecido de forma sospechosa, Nastase todavía no ha podido ser condenado a una pena de prisión firme. En el campo de la derecha se sitúa el actual presidente del país balcánico, Traian Basescu, que nació en 1954. Diplomado por el Instituto Naval y oficial de la Marina Mercante rumana, no fue opositor a Ceausescu. Se dedicó a su profesión y hasta llegó a ser un alto funcionario del Ministerio de Transportes. En 1989, fue nombrado por el régimen responsable de la agencia NavRom en Amberes, por lo que se supone que era un hombre de confianza del dictador y un colaborador de la policía política. Corneliu Vadim Tudor es otro caso sorprendente. En tiempos del comunismo fue periodista y poeta oficial de los Ceausescu. Después de 1989 fundó un grupo de extrema derecha, el Partido de la Gran Rumanía (PRM). Tudor sustituyó las loas al ‘conducatore’  por las alabanzas al fascismo y al nazismo, odia a los judíos y  los homosexuales y niega el Holocausto.


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