Revista Cultura y Ocio

Un viaje en autobús (o cine y palomitas)

Publicado el 13 enero 2015 por Águeda Lorena García González @aguedlgg

todos tenemos una historia que contar

Nos sentamos ante la tele con la idea de distraernos y ponemos cualquier cosa que nos evada del mundo real. Sin embargo,un viaje en autobús puede ser una experiencia con más “miga” que alguna de las mejores “telenovelas” o “reality show” que nos podamos encontrar…Las historias están ahí fuera, sólo hay que saber observar.

Un viaje en autobús (yo que siempre voy en metro y no me aclaro con los números ni las paradas) puede convertirse en el trayecto más emocionante del día. Durante 12 paradas y saliendo desde Gran Vía, aquel trayecto que no significaba nada, se convirtió en todo un drama  y sólo hay que prestar atención  para darse cuenta de que en la calle está “la salsa de la vida”.

El mundo gira a nuestro alrededor y nosotros giramos también. Las situaciones cotidianas que a nosotros nos parecen “insulsas”, cuando son vistas desde fuera y como espectador, adquieren la dimensión de obra teatral en toda su extensión y dignas de una candidatura a “mejor actor y actriz protagonista”.

Subirse a un autobús, tomar asiento, mirar por la ventana y contemplar las luces, los coches, las bicis, los peatones y  cualquier cosa que tu vista alcance. Poner los 5 sentidos en la escena que tienes delante y darte cuenta de que eres parte del cuadro (tú observas o cotilleas mientras es otro el que te observa a ti) y que tienes delante una historia que a todos les pasa desapercibida menos a ti.

Como si se tratase de un guión basado en “La ventana indiscreta”, (yo contemplaba sin ser vista) una pareja de adolescentes se pone muy cerca de mí. Mientras observo disimuladamente todo lo que hacen y dicen (pese a ser muy discretos, cosa que me sorprendió dada la conversación que mantenían) y pese a su inconsciencia descubro que ella llora y él la mira.

Hubo una pequeña duda al respecto, pues no tenía claro si ella le contaba a él que había discutido y lo que le había dicho su novio/amante/ligue/ lo que sea… Pero las dudas desaparecieron en pocos minutos. Sus gestos, sus miradas (o el apartar la vista del otro) les delataban… era una bronca muy silenciosa en toda regla.

Me concentré en la escena e intenté leer sus labios para obtener mayor información y no quedarme con la intriga. Quería saber porqué lloraba aquella chica.

-¿Entonces yo te canso? (ella le preguntaba a él… y yo pensaba…¡Que típico de un hombre!) Seguro que él le dijo: Es que me agobias.

Él la miraba con cierta indiferencia y ella insistía, le preguntaba, agachaba la vista como temiendo mirarle a la cara.

Reconozco que fueron de lo más cortés, de lo más silenciosos, disimulando el agobio en sus caras. No podían esperar a bajarse de aquel autobús. Había que hablarlo. El momento era allí y ahora.

pedir perdón reconciliarse

Parecía el preludio de un desastre emocional, una ruptura amorosa, el típico momento en el que piensas: ¡Ojalá pudiese teletransportarme! ¡No quiero estar aquí! ¡No quiero escuchar eso que sé que va a decirme!

Y la chica le dijo: Lo siento (joder…¿siempre tenemos que sentirlo nosotras?)

Después de un rato el autobús comenzó a quedarse vacío. Quedaron algunos sitios libres y ella se sentó mirando al infinito, mirando a ninguna parte o a todas los sitios…mirada perdida y ojos llenos de lágrimas. Él tardó apenas unos minutos en sentarse en frente.

Yo pensaba (uff…que bajón…yo estaría pegando gritos de desesperación) que la historia se acababa en ese viaje. Que ya estaba todo dicho y hecho y cada uno se iría a su casa  pues ya nada quedaba que decirse.

Pero él le sonrió… En ese momento supe que el juego empezaba de nuevo: ella caería rendida a sus piés y él sería el príncipe que la rescataría, le perdonaría la vida  (él la miraba así, condescendiente) y volvería a hacerla sentir una princesa, mientras ella agradecida por tanta misericordia volvería a decir “lo siento” por si quedaba alguna duda de lo mal que se sentía.

Después de aquella sonrisa, él se acercó a ella (ya no recuerdo si la acarició o si le dio alguna muestra de cariño) se levantaron, fueron hacia la puerta y se bajaron como si nada de aquello hubiese ocurrido. Aquella parada de autobús llamada “Reina Victoria” era su punto de destino.

no todos los ojos cerrados duermen ni todos los ojos abiertos ven

Aquella escena que en cualquier otro momento me hubiese sido ajena y me hubiese pasado desapercibida, se convirtió en una historia que contar, de la que fui testigo como un “voyeur” (al menos me sentí así durante algunos minutos) robándoles su intimidad,su momento, sus emociones, sus sentimientos…

Y al verlos bajar del autobús de nuevo sonriendo, sentí una pequeña alegría (envidia sana yo diría) pues todo había acabado bien. Acabó como quería que acabase, sin dramas, sin llanto, sin ruptura. ¡Y cuánto deseé tener de nuevo 19! A esas edades los problemas se resuelven sin problema mientras tomas el autobús camino a casa. Y la bronca se termina cuando bajas del autobús y él te coge de la mano…

Por una vez volví a creer que esas cosas pasan y que la inocencia que perdimos (por el daño que hemos sufrido, por la desconfianza, por las cicatrices del alma) algún día estuvo ahí. Que yo también sentí el amor de esa manera. Amor de verdad y lleno de pureza.

Si alguien dudaba de lo emocionante que es la vida… que se siente en un banco 10 minutos, que mire alrededor…que observe, que adivine, que intuya. Ese viaje en autobús (tan impropio de mí…que sólo viajo en metro, en la oscuridad y a no sé cuántos metros bajo tierra) me devolvió  la ilusión, la esperanza y sentí la ternura del amor adolescente, sin maldad y sin dramas.

Este mundo aburrido en el que nos hayamos, nos enseña que en cualquier sitio y en cualquier momento  pasan cosas sin cesar y probablemente no son momentos inadvertidos. A veces les pasa a una pareja de adolescentes, otras veces me pasará a mí (mientras alguien me observa sin que yo me dé cuenta) ¿Y si te observasen a ti? ¿Cuál sería tu historia?


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