Revista Cultura y Ocio

Una alboronía austrohúngara

Por Calvodemora
Hay palabras que en ocasiones aparecen en tu cabeza de improviso y no hay manera de apartarlas. La de ayer fue alboronía, que es un guisado de berenjena, tomate, pimiento y calabaza. No sabiendo bien dónde calzarla, me obstiné en traer otra que ocupara su lugar y pudiera ser usada a propósito, bien ajustada a otras, cumpliendo su labor, ayudando a que las demás cumplan la suya. En parte uno no es responsable de lo que dice. Irrumpen palabras que no cuadran o incluso no convienen. La alboronía es una invasión léxica amable e inocente, no trasciende, no peligra el orden de la conversación, ni su propósito. A modo de relevo, querríamos que quien la escuchara la hiciera propia y la difundiese. Por no arruinar su periplo léxico, por darle oficio y prestigio. Berlanga no perdía ocasión de meter la palabra “austrohúngaro” en sus películas. Son promesas fáciles de cumplir, deudas intimas, compromisos privados que salda uno a veces fácilmente.Un amigo mío escribió hace tiempo en un billete el apodo con el que se le nombraba en la esperanza de que el azar se lo devolviera en un futuro, más pronto que tarde. No sé si le sonrió la fortuna. Hasta es posible que ese billete caiga en mis manos. En cierto modo, es nuestro, le marcamos como una propiedad y luego lo dejamos marchar. Hay amigos de los que nos despedimos sin la certeza de que volvamos a encontrarlos. En realidad no hay nada a lo que aferrarse con la convicción de que nos pertenece. Todo es volátil y transitorio. Ni siquiera uno mismo posee esa claridad ontológica. La metafísica es una disciplina fantástica. Dios es un personaje de una saga mitológica. Nosotros somos actores menores. La trama de la realidad es un vértigo. Ojalá la alboronía mía de ayer, por obra de este texto irrelevante, un texto entre millones, palabras entre otras palabras, alcance un destino más duradero que éste, tan diminuto, tan etéreo.

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