Revista Cine

Una Aventura Extraordinaria

Publicado el 27 diciembre 2012 por Diezmartinez

Una Aventura Extraordinaria
En los primeros minutos de Una Aventura Extraordinaria (Life of Pi, EU-China, 2012), el más reciente largometraje del versátil Ang Lee (perfecta cinta-de-papá Sensatez y Sentimiento/1995, sólido drama familiar La Tormenta de Hielo/1997, eficaz western Paseo con el Diablo/1999, formidable wuxia El Tigre y el Dragón/2000, buena película súper-heroica Hulk/2003, sublime filme romántico/reprimido Secreto en la Montaña/2005), hay tantos guiños realista-magicosos, que uno espera lo peor: alguna ñoñería pseudo-garciamarquiana que puede funcionar en papel –la película está basada en un bestseller escrito por Yann Martel- pero no en el cine. Vea si no. Hay elementos realista-magicosos al pasto: el origen chistosón tanto del nombre del protagonista, Pi –abreviación de su nombre completo, Piscine Molitor Patel-, como de cierto imponente tigre de Bengala que, por un error burocrático, termina llamándose “Richard Parker”; la ingeniosa forma en la que Pi pudo sortear el bullying escolar al aprenderse de memoria el número Pi (3.14159….) con sus infinitos decimales; la incansable búsqueda de Dios por parte del adolescente Pi al probar/explorar cada religión con la que se topaba (hinduismo, cristianismo, islamismo, más la que se acumule en la semana), ante el disgusto de su racional y agnóstico padre; y así hasta coquetear con la exasperación.
Sin embargo, planteado el origen del personaje y el pretexto para la historia –un maduro Pi (Irrfan Khan) le cuenta la aventura extraordinaria del título a un escritor (Rafe Spall)-, la película toma vuelo a partir del naufragio del barco en el que el adolescente Pi (Suraj Sharma) se dirige con su familia hacia Canadá. Único sobreviviente humano del desastre, Pi termina en un bote, compartiendo espacio con los animales de un zoológico: una cebra, un orangután hembra, una hiena y el citado tigre de Bengala, “Richard Parker”. Por supuesto, el enorme felino pronto se despachará a los otros animales –incluida una rata que le sirve de botana- y Pi tendrá que buscar la forma de sobrevivir no sólo al naufragio, sino al hambre del susodicho Mr. Parker.
El Pi adulto le dice al escritor que la historia que le está contando le hará creer en Dios, pero creo que esta afirmación es más que discutible. La historia de Pi –y la película de Lee, por supuesto- propone la necesidad de creer en Dios, que no es exactamente lo mismo. Y lo hace a través de una puesta en imágenes luminosa, colorida, mágica, con el mejor uso del 3D que he visto en el año –si exceptuamos La Invención de Hugo Cabret (Scorsese, 2011), por supuesto.
Una Aventura Extraordinaria termina, pues, resultando más insidiosa de lo que uno podría haber pensado al ver los minutos iniciales del filme. Sí, es cierto, directamente aboga por la necesidad humana de la mentira, la fantasía, la evasión. Es decir, por la necesidad que tenemos de que nos cuenten buenas historias, en más de un sentido. Y eso es Ang Lee: un buen contador de historias.

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