Revista Arquitectura

Una casa en el Hollywoodès

Por Jaumep

(a Roberto Rojas y Jordi Badia, que me pidieron que lo escribiese)
Una casa en el Hollywoodès
Mañanas como la que pasé el viernes 3 de diciembre pasado tendrían que ser obligatorias por ley: aprovechando un interludio de dos horas y media que al final fueron tres, buscaba una cafetería que me gustase y la acabé encontrando en la esquina de la calle Sant Màrius con Camp, en el barrio del Hollywoodès: “Cervecería Hollywood: especialidad en Brastwurt de no sé dónde, amplio surtido de Cervezas. Conéctese: tenemos wifi”. Ubicada en un edificio de los años treinta con suelo de mosaico hidráulico, de ese a cuadros blancos y negros, escalones de mármol, mesas del mismo material, un tablero lleno de plantas, dos o tres ambientes, todo pintadito de verde con esas ventanas fabulosas que deben de medir metro ochenta de altura y tienen un antepecho donde se puede estar. Hacía un poco demasiado frío, el bikini que me sirvieron era mediocre, el café estaba buen y el ambiente, formado por dos chicos más con portátiles y cara de estar trabajando con hojas Excel demasiado complicadas, un potus, el amo del local y un cliente, que buscaban incesantemente escenas de tetas y culo en los canales de colores del Plus mientras hablaban de fútbol, no del todo desagradable.
Medianera por medianera está la casa Gil Sala de Clotet y Tusquets cuando todavía formaban parte del Studio Per, famosa y relativamente publicitada en su época, que, vía Facebook, me pidieron que reseñase.
Nunca he visto los planos. Ni tan sólo soy consciente de si, cuando la publicaron, trascendieron, y la razón es muy sencilla: se vendió como una “casa venturiana” en Barcelona. Vaya, en el Hollywoodès. Este calificativo me llamó la atención cuando conocí la casa en publicaciones por un hecho tan banal que todavía me parece de vergüenza ajena: tan sólo se refería a la fachada. El resultado es el que se ve en las fotos: un edificio muy bien conservado, digno, correctamente emplazado en su calle, de dimensiones relativamente modestas (planta baja más dos), pero con un secreto que, a no ser que la observes muy atentamente y conozcas las fotografías de la época, pasa completamente desapercibido, y que tiene más que ver con el Hollywoodès que con la calle Muntaner, a dos pasos de allí: cosas de las ordenanzas. La crítica: una “casa venturiana”. Fin. ¿Qué quiere decir esto? Planchas metálicas en la fachada en lugar de materiales pétreos (oh, primera ironía), composición simétrica y central con un orden que trasciende completamente el de las simples ventanas y hasta el de los pisos (oh, segunda ironía), que juega a hacer un dibujito unitario (oh, tercera ironía): en fin, que emplazaron el edificio en la categoría de las casas-manifiesto destinadas a dinamitar de raíz las convenciones pequeñoburguesas de Hollywoodès y alrededores y, además, lo calificaron de moderno o tendencioso por ser capaz de haber seguido una tendencia que, en ese momento, ya no era nueva.
Para refrescar la memoria miro un libro prohibido de los FAD, exclusivo para los socios, que llegó a mis manos no-me-preguntéis-cómo. En este libro descubro el nombre de la casa y el año de su entrega: 1971. De la excepcional serie de fotografías inicial (Colita, quizá?) sólo han escogido una que no está nada mal: un interior blanquito que comentaré más tarde: la única pista que tengo sobre cómo es el edificio por dentro.
Han pasado treinta y nueve años. La casa Gil Sala sigue allí. Su nivel de conservación tira a óptimo. Per está olvidada. No dinamitó ninguna convención pequeño o gran burguesa. Su ironía pasó, y acabó quedando sepultada bajo las toneladas y toneladas de publicaciones que ha habido desde entonces. Es decir: el olvido no ha tenido tanto que ver con la calidad de su arquitectura como con el hecho que se le pidiesen cosas totalmente ajenas a ella (como que sirviese de manifiesto, como que ayudase a transformar una sociedad) y fracasase en el intento. Y ahora? El edificio no hace ruido. Puede que, ocasionalmente, alguien lo reconozca y lo mire medio segundo. Pera los demás no es más que otro edificio. Analicémoslo.
Primero sus arquitectos: Òscar Tusquets y Lluís Clotet, tanto monta, monta tanto. En palabras de Ignacio Paricio, “dos arquitectos a los que les gusta el mismo vino”. Se asociaron a mediados de los sesenta, entre ellos y con otro estudio de arquitectos formado por Pep Bonet y Cristian Cirici. Los cuatro (siempre trabajando dos más dos) formaron el Studio Per, construyeron algunos de los edificios más memorables de su tiempo, fundaron la firma de muebles BD y revolucionaron el panorama cultural de su época, amparados en esa especie de fraude que se llamó “gauche divine”, que no era gauche ni mucho menos divine. En cualquier caso, cuatro arquitectos magníficos que continúan más o menos en activo. En el caso de Clotet y Tusquets, separados desde poco antes de los 80, al máximo nivel, con dos trayectorias paralelas que se han ido transformando con el tiempo y que continúan sin dar signos de decadencia. En el caso de Clotet incluso se podría afirmar que está en uno de los momentos más dulces de su carrera. Clotet y Tusquets son dos hombres cultos, irónicos, refinados, que se toman muy seriamente lo que hacen. Tanto que, independientemente de sus personalidades, de su afabilidad, de su sentido del humor ácido, me resisto a creer que, para ellos, la arquitectura sea irónica.
Una casa en el Hollywoodès
Habíamos dejado el edificio perfectamente conservado en su parcela, criticado por los que sabían hacerlo hace treinta años, calificado de broma culta y de manifiesto. Pero ¿y si no lo fuese? ¿Y si, sencillamente, lo tomamos como lo que es ahora mismo, un edificio bien resuelto que ha aguantado más de treinta años sin ninguna reforma? ¿Y si rasgos como la chapa metálica que lo recubre son totalmente circunstanciales, ligados no tanto a un presunto venturianismo como a un solar y un problema muy concretos?Analicemos el revestimiento: una chapa sandwich no sé si in situ o prefabricada, metálica, lacada y bien rematada por sus cuatro lados. Un revestimiento continuo en toda regla mucho menos alterable que un revoco o un aplacado con piedra fijada con mortero y unas grapas que seguro que ya habrían saltado o agrietado el material. Más que ironía me parece una decisión responsable. Siguiéndola nos encontraríamos fácilmente con otro hecho: esta chapa no es fácil de trabajar. Por tanto, pensar que las oberturas del edificio se agrupan para conseguir que, en lugar de muchos pequeños recortes de chapa dispuestos en superficies pequeñas, se tenga una enorme obertura central bordeada por pedazos más grandes y con más área, que tengan, por tanto, menos longitud de remate perimetral, vuelve a ser una decisión de proyecto muy sabia. Esta chapa es fácilmente vandalizable y poco resistente a los golpes y a la degradación que sufre habitualmente una planta baja aquí y en Roma. La chapa llega, pues, a la planta primera y allí muere.
Nada es tan fácil. La casa está y no está entre medianeras, obedeciendo a este rasgo fabuloso de la arquitectura de ser una cosa y la otra a la vez y tener que responder simultáneamente a circunstancias completamente opuestas. Miremos la cafetería que da nombre a la comarca. Sobre ella se abre, perpendicularmente a la calle, un balcón-galería que da, precisamente, a nuestra casa. Típico recurso para conseguir una fachada más entre medianeras, presente en todo el ensanche y en buena parte de nuestros pueblos y ciudades: se retira el primer piso unos metros (entre tres y cinco, habitualmente, contado a palmos), es decir, una crujía, de hecho, y se abre una fachada contra este vacío. Y el vecino ya se apañará. Normalmente se apaña no haciendo nada. Es decir, haciendo la misma medianera que haría si la casa fuese realmente entre medianeras y revistiéndola para que no entre agua, sea mediante un tabique pluvial de ladrillo, sea mediante una chapa metálica grecada que contiene aislamiento térmico en su interior. ¿Os empieza a sonar? Allí había un problema: mirada en escorzo (y en la calle Sant Màrius las cosas se miran, invariablemente, en escorzo), la casa tendría siempre una medianera pelada contra la que sería absolutamente imposible abrir ninguna ventana (por tenerse que retirar y quedarse sin parcela). Solución: tomamos el material de la medianera y lo pasamos a la fachada principal. Ya tenemos un volumen. Decisión circunstancial llevada al huerto, sin más. ¿Y este volumen podría ser, sencillamente, un cubo o se le podría practicar algún otro tipo de operación? Sigamos hasta la cubierta: no es plana, sino que termina con una cubierta a una agua muy pronunciada que define una especie de prisma truncado muy atractivo. Si algún crítico hubiese sido menos perezoso a la hora de mirar al arquitecto a referenciar, encontraríamos un amigo o conocido de Venturi que hacía estas cosas sistemáticamente: el gran John Hejduk, uno de los mejores de toda la segunda mitad del siglo XX. Collage de referencias cultas, encuentro, por fin, con América, y más sutileza que la que nos pensábamos al principio. Tanta que he hablado de cubierta, no de buhardilla: ¿por qué? Volvamos a la foto de época: un interior donde se adivina un trozo de barandilla (podría ser una doble altura pero es algo más modesto: el final de la escalera). Este interior tiene un techo altísimo a dos aguas. Bajo él, una chica. A un lado, un peludo con la melena rizada-casi-afro (¿el propio Clotet?). Es decir, toda la planta superior es un volumen interior completamente vacío, tan sólo mordido por una terraza-patio que lo ilumina, un ambiente contado en metros cúbicos, microcosmos aislado de un entorno hostil, reflejo vago en tres dimensiones de una fachada que es un gesto para ser visto al escorzo.

Una casa en el Hollywoodès

John hejduk, viviendas en Berlin: juegos constantes de cubiertas de gran pendiente paralelas, perpendiculares a fachada  en un juego formal sólo interrumpido por su muerte prematura. 


Para realizar el zócalo se recorre, precisamente, a los materiales minerales que los críticos parecían querer matar con el otro material: otra decisión responsable que, de hecho, parece contradecir la fuerza del presunto manifiesto original. Ah, es cierto, no pasa nada: no en vano Venturi tituló su libro “Complejidad y Contradicción”. ¿Todo vale, no?
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Pero de nuevo: ¿y si no? Y si el zócalo es como es no porque lo hubiesen proyectado así sino porque lo hubiesen integrado así? Tengo una laguna: no puedo afirmar rotundamente que la casa sea una remonta. Cuando volví por segunda vez (la primera no llevaba cámara. Lástima: hacía mejor día) me acompañó una amiga, arquitecta también, con experiencia construyendo y rehabilitando, y no lo dudó: “Jaume, esto es una remonta”: Pero no puedo probarlo. Dejémonos llevar por esta hipótesis: el edificio recicla una planta baja existente. Se entendería mejor ese machón extraño que separa las dos puertas de garaje (que también podría estar justificado por el hecho que haya dos viviendas), y la posición excéntrica de una portería más que justa, de otro lado relativamente usual en una época en que las normativas no tocaban tanto la pera como ahora. Si el edificio fuese una remonta, la elección de la chapa de fachada tendría una nueva lógica: la de no cargar excesivamente de peso un edificio con unos cimientos débiles. Su interpretación como un gesto formal podría, nuevamente, tener una génesis más lógica.
Ahora la composición: ¿edificio simétrico? Rotundamente no. Más bien un edificio que parece simétrico. Es cierto que esto va más en la línea de Venturi que no los desastres realmente simétricos con que se ha vulgarizado a posterior (y contemporáneamente al edificio) este tipo de arquitectura. Remarco otra cuestión importante: el uso que actualmente se da al término “simetría” es totalmente falso, porque se ha acomodado un término basto y complejo a un significado pobre y banal. Vitrubio define la simetría como una “perfecta correspondencia de las partes respecto del todo”. Es decir, el dedo pequeño del pie izquierdo es simétrico respecto de cualquiera de los dos ojos. Un pene lo es a una vagina. Una hoja de árbol lo es a todo el árbol, a la raíz o al tronco. Y cualquier organismo perfectamente equilibrado dinámicamente, con una forma extraña, es, en consecuencia, simétrico. Es simétrica una nube. Lo es un tornillo. Son simétricos los acantilados de Brighton y un Picasso y las Meninas de Velázquez. Y, por descontado, lo es el Partenón, con su media fachada igual a la otra media si la partimos por el eje medio de la fachada principal. Pero un edificio desastroso amparado bajo el paraguas estilístico de eso que llamamos postmodernismo que tenga media fachada igual a la otra media puede no serlo. Como la Guild House, del propio Venturi, vulgar y desangelada. ¿Qué tiene eso de simétrico? No hay equilibrio, ni gracia, ni armonía. Por tanto, no hay simetría. Lo mismo con tantos y tantos otros edificios por el estilo, de los que no hablaré para no ofender a sus arquitectos.
Una casa en el Hollywoodès

La casa que estoy reseñando es perfectamente simétrica. Pero no lo es en el sentido en el que se lo han atribuido. Cuando se habla, en esta casa, de composición simétrica respecto del eje medio de la fachada principal se miente totalmente. De entrada porque el eje medio de la fachada principal no está centrado con las ventanas. Uno de los dos vanos de chapa sandwich es más ancho que el otro. La razón aparece en la planta baja: la escalera del edificio está empotrada en su lado derecho, allí donde hay una puertecita de más o menos ochenta centímetros, y obliga a las ventanas centrales a desplazarse hacia la izquierda, en una posición excéntrica respecto de la fachada. De salida porque el vano central tampoco es simétrico: en la primera planta aparece un módulo más de ventana que asimetriza, desde un punto de vista formal, la composición. Es posible que la razón sea la el estar de esa vivienda, desplazado al lado de la escalera, que se ha querido más grande que una habitación que debe de haber en el otro lado. La ventana superior tampoco se ha querido exactamente simétrica: el balcón está excéntrico y desplazado a la derecha. Es decir, que lo que se tiene al final es una composición en la que resulta completamente imposible trazar un eje. Cualquier eje. O es un corte arbitrario, secante, sobre una yuxtaposición de ventanas aparentemente mal alineadas, simétricas-especularmente-pero-no, o es un corte por un eje medio no correspondido por nada, o cada planta tiene un eje sin correspondencia con el de las plantas adyacentes. Esta composición tiene, además, un elemento de dinamismo adicional. Ya he contado como la chapa recubre la medianera lateral y gira para convertirse en fachada principal formando un volumen extraño. Esta composición no quedará interrumpida cuando se termine el edificio, sino que se parará antes, cuando los arquitectos quieran, aprovechando una circunstancia que todavía no había explicado: la iluminación y ventilación de la escalera. Ésta se producirá por un corte vertical de la dimensión de toda la fachada metálica, de poco más de diez o quince centímetros de ancho, que sirve de freno, de tope, a la fachada, complejiza una medianera proponiendo una moldura abstracta, barata, útil. Todo el edificio quedará entonces, atado por un dinamismo que lo recorre transversalmente, que empieza, quizá, en la fachada posterior y termina en el corte de la escalera. Un dinamismo ascendente que recorre la composición y termina en la cubierta inclinadísima.
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El diseño de las carpinterías es exquisito: sencillo, vertical, aparentemente modulado igual en toda la fachada. Cada módulo es una ventana independiente, y el conjunto parece formado por una sucesión de ventanitas aparentemente intercambiables, largas y estrechas. Están protegidas por unas cerrajerías igualmente bien diseñadas, sencillas, prácticas. Todo aguanta perfectamente.
La fachada es, en apariencia, completamente plana respecto de la calle, porque los balcones están retranqueados en lugar de en voladizo, excepto por el pequeño balcón superior que sobresale, a la altura del segundo piso, cincuenta o sesenta centímetros, y corona el no-eje de simetría en una posición que marca la cornisa que la casa no tiene. Eso da un aire abstracto, extraño, a la casa, incluso hoy en día.
Volvamos a la cafetería Hollywood, medianera por medianera con la casa. Queda en un edificio de los años treinta: revestimiento continuo de mortero de cal, ventanas individuales cuadradas, una escala aparentemente más humana, una composición digna que todos sabemos de memoria pero que, incomprensiblemente, se ha repetido muy poco, y menos veces todavía se ha hecho bien. Una galería lateral que, como hemos visto, puede ser el origen de la composición de nuestro edificio, formada por unas viguetas de hierro dulce en voladizo, prolongación de las que cubren la habitación adyacente, soportadas sobre el dintel de la ventana y rematadas en punta, sin capa de compresión ni zuncho perimetral, marcando la geometría de los revoltones que forman el forjado. Allí, plantas, domesticidad, un microcosmos alejado de la calle paralelo al que se forma en el ático que antes he comentado. La casa Gil Sala de Clotet y Tusquets es lo mismo. Lo mismo cuarenta años más tarde: una composición entre medianeras, con las oberturas agrupadas en el centro, realizada por unos arquitectos con otras circunstancias y otra cultura manejando materiales diferentes. Por el resto, el edificio es igual. Se vive igual. Se siente igual. Tiene la misma dignidad.
Hacer arquitectura (hacer buena arquitectura) no es fácil. Nunca lo ha sido, independientemente de las circunstancias de cada época. Y lo que tiene la buena arquitectura es que no crea disyuntivas. Entre la Ville Savoye y la casa de Enric Miralles sé cual elegiría, pero la elección sería subjetiva y tendría que ver más con lo que me gusta y me emociona que no con cuestiones jerárquicas de un proyecto respecto del otro: las dos, y esta casa de la calle Sant Màrius en el Hollywoodès, y cualquier otra casa que me interese, están en el mismo plano Pretender tomarla como un manifiesto es absurdo.
Curioso, también: la arquitectura se olvida. Incluso (o sobretodo) la buena arquitectura. Las revistas publican, siempre, novedades, y ha sido necesario esperar a internet y al fenómeno de los blogs de arquitectura para encontrar críticos, amateurs o no, que se ocupen regularmente de edificios que, hasta ahora, se emplazaban mudos en su ciudad, olvidados de una profesión que parece que esté deseando una huida constante hacia delante. No sé cual debería de ser el equilibrio entre novedad y revisión, pero sí sé que actualmente está completamente roto: si no brilla no interesa. Y que nos queda mucho por aprender de los que ahora se han convertido en nuestros mayores, sobretodo cuando tienen la osadía de estar vivos y construyendo a buen nivel.  
Por suerte todavía no he probado los Braswurt presuntamente fantásticos de can Hollywood y tendré que volver a visitar el lugar. Será una buena excusa.
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