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Una de Basil Holmes y Nigel Watson: Sherlock Holmes frente a la muerte (Roy William Neill, 1943)

Publicado el 26 febrero 2014 por 39escalones

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Mucho antes de que el insípido Guy Ritchie confeccionara sus mamarrachadas sacrílegas con los inmortales personajes de sir Arthur Conan Doyle, el atípico director Roy William Neill dirigió nada menos que catorce películas entre 1939 y 1946 basadas en las aventuras de Sherlock Holmes y el doctor Watson, en todos los casos protagonizadas por la más inolvidable dupla de intérpretes que jamás los ha encarnado, en pantalla grande o pequeña: Basil Rathbone (con permiso de Peter Cushing, que no le anda lejos) y Nigel Bruce [Nuestro aplauso, en todo caso, para la BBC por su respetuoso tratamiento del universo holmesiano en su reciente actualización televisiva, tanto o más próxima a la naturaleza de las andanzas detectivescas de la pareja que la serie ochentera de Granada TV].

Roy William Neill es un director curioso. En su haber, más de cien películas entre Gran Bretaña y Estados Unidos, más de un tercio de ellas en el periodo mudo, y casi siempre dentro de los géneros de intriga y suspense, terror o aventuras. Algo que parecía venirle impuesto desde su nacimiento: venido al mundo como Roland de Gostrie e hijo de un oficial de la marina mercante, Neill nació en un barco en plena travesía, cerca de las costas de Irlanda. A pesar de una obra tan prolífica, su posteridad cinematográfica se ha debido principalmente, casi podría decirse que únicamente, a la serie de películas de Holmes y Watson. Sus rasgos distintivos como cineasta son una gran eficacia narrativa (películas por lo general, muy breves, que no superan casi nunca la hora y media de metraje, o que a veces incluso sobrepasan por muy poco la hora, pero tratadas con excelente ritmo y pulso), un cuidado extremo por la puesta en escena, con rodajes muy económicos y ajustados a los planes de trabajo y un talento muy notable para la creación de atmósferas de misterio y suspense. En sus adaptaciones de Conan Doyle, en particular, tiende a simplificar la psicología de los personajes, especialmente la de Watson, al que reduce a la caricatura que se ha hecho más popular, la de una mente sencilla, llana, destinada únicamente a admirar la capacidad de deducción de su amigo y a ofrecerle ayuda “material”, contribuyendo así decisivamente a que la memoria sentimental colectiva de millones de lectores haya identificado a Watson con su caracterización y su estética cinematográficas. Neill, además de dotar a las historias del consabido humor inglés, repleto de sarcasmos, ironías y diálogos y réplicas chispeantes, también suele conservar el hilo general de las historias conforme a los relatos de Conan Doyle, si bien en no pocas ocasiones introduce notables variaciones, a veces de tipo narrativo por una mera cuestión de eficiencia cinematográfica, y  en ocasiones a raíz de otra de sus características como adaptador holmesiano: retrasa temporalmente el contexto en el que tienen lugar las aventuras de sus protagonistas para acercarlos a la actualidad de los años treinta y cuarenta. De hecho, a menudo el cuerpo central del relato literario se altera convenientemente para ajustarlo a la realidad histórica y política del momento del rodaje, introduciendo tramas de espionaje o resonancias bélicas propias de la Segunda Guerra Mundial. Como resultado de todo este proceso de traslación que, sin embargo, a diferencia de Guy Ritchie, captura y mantiene la esencia de la creación de Conan Doyle, hay de todo: cintas coyunturales y modestas pero también películas excelentes como La garra escarlata (Sherlock Holmes and the scarlet claw, de 1944 o, del año siguiente, El caso de los dedos cortados, también titulada Sherlock Holmes y la mujer de verde (The woman in green), importante, además, porque supone la culminación -completamente alejada del original literario- de la relación Holmes-Moriarty. A medio camino entre una y otra, esta Sherlock Holmes frente a la muerte (también llamada Sherlock Holmes desafía a la muerte o, simplemente, Desafiando a la muerte), adapta a su manera el relato titulado El ritual de los Musgrave.

De inmediato captamos las diferencias entre el relato original, que constituye uno de los fracasos de Holmes como detective, y la adaptación cinematográfica: el misterio básico se mantiene, el ritual que un antepasado de los Musgrave, contemporáneo del rey Carlos II, impone a sus descendientes en el momento de cumplir la mayoría de edad, y que consiste en la lectura de una fórmula escrita en un viejo pergamino que en realidad oculta un secreto de signo monetario y de incalculable valor. Pero si en el relato es un antiguo compañero de colegio, con el que Holmes había coincidido levemente, quien contrata al detective para encontrar a un mayordomo y a una doncella desaparecidos, en la película nos enfrentamos a un escenario muy diferente: los Musgrave han convertido su mansión en una casa de reposo para veteranos de la Segunda Guerra Mundial aquejados de shock postraumático, en la cual Watson está alojado para su supervisión clínica.El detonante de la acción consiste en las relaciones entre los distintos miembros de la familia Musgrave, sin perder de vista la cuestión hereditaria, y el fracaso de Holmes sólo es parcial: llega a encargarse del caso demasiado tarde, cuando ya se han producido muertes, pero, a diferencia del relato, no descubre el misterio cuando el culpable ya ha huido con su tesoro, sino que contribuye decisivamente a su captura con una ingeniosa trampa. Naturalmente, la película posee todas las señas de identidad de una historia de Holmes y Watson (el 221b de Baker Street, los recorridos en tren por el campo inglés, las torpes conclusiones de Lestrade y el arresto inicial del hombre equivocado, la irrupción brillante de Holmes y la resolución del caso) pero, después de la primera mitad de la cinta, algo más estática, destinada a presentar al gran número de personajes que circulan por la casa (entre familiares, personal de servicio y militares de paso) y a representar los crímenes cometidos, Neill se luce en una segunda parte vibrante (el total del metraje asciende solamente a 68 minutos) con unas cuantas secuencias especialmente estimables: la primera, como muestra la fotografía superior, la forma en que un aparentemente despistado Holmes recrea la fórmula del ancestral rito colocando figuras de carne y hueso sobre el tablero de ajedrez que parecen confeccionar las baldosas blancas y negras del vestíbulo de la casa, a fin de averiguar si existe una correspondencia entre los implicados, las piezas del ajedrez y los movimientos de las últimas horas; la segunda, la noche en la que Holmes pretende resolver el enigma, en la que Watson, revólver en mano, hace de custodio burlado por el asesino (y por el detective, que una vez más lo usa como cebo para atrapar al culpable), una escena que transcurre casi todo el tiempo en penumbra o completa oscuridad, constituyendo el sonido prácticamente la única pista de que el espectador dispone para averiguar qué es lo que está pasando; y tercera, el desenlace final en la cripta, cuando Holmes demuestra que es humano (el culpable le engaña momentáneamente con una treta casi infantil) pero se repone para reconducir las cosas a la única conclusión posible tratándose de él, una secuencia presidida por una puesta en escena y una labor de decoración, ambientación e iluminación más que encomiables.

Una pequeña perla que, como el resto de la serie, resulta más que recomendable para seguidores de Holmes y Watson, para amantes del cine de intriga y suspense y para quienes quieran disfrutar de una buena historia de entretenimiento inteligente narrada con eficacia e interés sostenido que no le lleve más que apenas una hora de su tiempo. ¡Empieza el juego!


Una de Basil Holmes y Nigel Watson: Sherlock Holmes frente a la muerte (Roy William Neill, 1943)

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