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Una de homínidos

Publicado el 25 abril 2011 por ArÍstides

UNA DE HOMÍNIDOS
LA VIDA ES UNA CARRERA DE RELEVOS. PUEDES GANARLA EN OTRA GENERACIÓN de V. Butulescu

Hace 20.000 millones de años -el Mioceno- este hermoso planeta azul era un edén. Estaba cubierto por inmesos bosques, lagos y extraordinarias praderas. En ese momento de la prehistoria, y al abrigo de un clima tropical, se produjo un hecho relevante que marcó el devenir de los primates: la orientación de la colocación de los ojos varió. Mientras que el resto de los animales conservaron la visíón perimetral a los costados con el fin de poder ver a los posibles atacantes, nuestros antepasados, porque lo eran, variaron la colocación de sus córneas al frente. Con ello perdieron la ventaja del resto de los animales, que ya no necesitaban para vivir en los árboles, pero ganaron en una visión estereoscópica que les permitía calcular mejor las distancias para desplazarse entre las ramas.

El paso del Mioceno al Plioceno fue duro. Del edén se pasó a una sequía que duró 12.000 millones de años, donde llovió poquísimo y se creó un hábitat parecido al de las actuales sabanas africanas. La vida se tornó muy dura para aquellos seres que habían desarrollado unas manos hábiles y unos brazos fuertes para desplazarse por los árboles. Su dieta basada en las frutas escaseó y se vió forzado a descender a las praderas, donde sus capacidades de defensa eran escasas. Allí abundaban las gramíneas y resultó que, entre ellas, eran presa fácil de los depredadores por lo que hemos dicho: carecían de visión perimetral y además no podían ver por encima de ellas. En esta parte de la prehistoria se producen otros dos hechos relevantes que nuestros antepasados nos dejaron en herencia. Por una parte, aquella tropa de desventurados aprendió a caminar sobre dos piernas con el fin de poder ver a sus posibles atacantes sobre las gramíneas y por otra, descubrió que éstas eran más nutritivas que las frutas.

Incluir en su dieta los granos de trigo, mijo o avena que se encontraban esparcidos por el suelo les exigió que desarrollaran un habilidad extraordinaria entre el dedo pulgar y el índice. Llegado el Pleistoceno, nuestra época, que se distingue porque ha habido un poco de todo, nuestros antepasados andaban sobre dos piernas, tenían una motricidad fina en los dedos de la mano, conservaban la misma disposición ocular de los ojos que nosotros pero todavía disponían de unas mandíbulas grandes y potentes para poder defenderse. Es en este momento cuando, fruto de una mutación o de la necesidad de juntar los dientes para que los granos no se perdieran entre ellos, los primates se deshacen de los colmillos y reducen su capacidad bucal, al tiempo que aumentan el tamaño del cerebro. Definitivamante pierden toda la capacidad natural para defenderse de los grandes depredadores. Pero es que descubren que tallando piedras y huesos pueden construir armas de defensa.

¿Y qué hacer con el animal muerto? Pues comerlo. Nuestro homínido se hace carnívoro -en realidad lo somos desde hace 2 minutos en la Historia- y aprende a matar. Se hace cazador y poco a poco se va olvidando del gremio y del bienestar colectivo. Sus acciones se vuelven más competitivas y siente placer con la violencia. Ya no mata para alimentarse, como el resto de los depredadores, lo hace, además, para ejercer influencia sobre el territorio o para conquistar espacios que satisfagan su ego. Este comedor de frutas primero y cereales después, cuando se hace carnívoro y desarrolla el intelecto lo hace con fines aviesos para el resto de la naturaleza, a la que esquilma sin compasión y de la que se vale para su lucro como si tuviera el monopolio de la propiedad.


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