Revista Cultura y Ocio

Una educación de cine

Publicado el 08 agosto 2012 por Rbesonias

Una educación de cine

El Ejecutivo sube el IVA al cine un 21%. No es el único servicio que asiste perplejo y con incertidumbre ante esta invitación al suicidio. Mi prima, que es peluquera, está acojonada (permítanme la licencia); porque no sube solo el IVA, también lo hace el alquiler de locales, el material de trabajo y los productos profesionales, de tal forma que a final de mes no te salen las cuentas. Si subes el precio del servicio, se te espanta la clientela, en busca de gangas (ofrecidas por eventuales peluqueros sin titulación); y si lo mantienes, a fin de mes no tienes ni para pipas. A esto hay que añadir que ya de por sí, sin la subida del IVA, la ciudadanía ajusta su consumo con prudencia; vamos, que si te cortas el pelo o te haces un cardado, vas a la peluquería de higos a brevas, en bautizos y comuniones.

Pero volvamos a lo del cine. Los que viven de esto ya han ido a la funeraria a pedir con antelación su ataúd. Los números no salían antes de la subida del IVA; imagínense ahora. La cultura popular se ha acomodado al cine en casa, ya sea a través de la descarga filibustera o el recurso creciente del pay per view, vía televisión inteligente. Lo de ir al cine se reserva a momentos especiales, tipo chico-chica, happenings de colegas o la típica ruta familiar palomitas-cine-Mcdonald. La escena, antaño habitual, de hacer colakilométrica para ir al estreno del mainstream del momento, es hoy material para nostálgicos. El remate que quedaba para acabar convirtiendo en ciencia ficción el cine en pantalla grande ha sido obligarla a elevar el precio de la entrada o reducir aún más el margen de beneficios a través de un IVA imposible. 

Sin embargo, esta subida también afectará al precio del cubata y hasta la fecha nadie se ha rasgado las vestiduras a causa de ello. ¿Por qué? Porque el español paga a gusto su Beefeater con Coca Cola, pese a que el placer le dure lo que un suspiro y te dejes un riñón en una noche, pero se le hinchan las venas del cuello al comprobar lo que cuesta una entrada de cine, pese a que el coste sea similar. Sobre todo, si el producto te lo puedes descargar y ver cómodamente apalancado en un sillón. Valoramos de diferente manera una película a un cubata, a pesar de que éste también pueda ser consumido por menor precio en tu propia casa, evitando con ello los elevados costes que supone salir de juega. Preferimos solazar nuestro cuerpo al fresco de la noche que tumbarnos dos horas en la soledad de una oscura sala de cine. No es una cuestión de precios y sí de cultura. 

Pese a que fuera de España nuestra industria cinematográfica sea bien valorada, dentro de casa ni apreciamos lo que tenemos ni acabamos de ver en el cine una experiencia estética, más allá de su evidente potencial como producto de entretenimiento. Si nos comparamos con los vecinos galos, quienes no solo saben degustar su propio cine, sino también el foráneo, y consideran el séptimo arte como el primero, quizá logremos comprender las carencias de nuestra educación sentimental (Flaubert dixit) y la urgente necesidad de arbitrar medidas que corrijan esta ausencia.

Resulta inquietante, por citar ejemplo, cómo dentro de los programas escolares de Lengua Española no se incluyen contenidos que subrayen la comprensión y valoración del lenguaje audiovisual. A día de hoy, el único área de estudio que se dedica a estos menesteres es Cultura Audiovisual, que es optativa en Bachillerato. Por supuesto, no estoy queriendo decir con esto que se debilite la adquisición de las habilidades básicas de escritura y comprensión lectora; faltaría más. Al contrario, el recurso al lenguaje audiovisual puede ser una excusa atractiva para que nuestros alumnos aprendan a descodificar a un lenguaje oral y escrito las incesantes imágenes que protagonizan su devenir vital. Potenciando esto estaremos no solo previniéndoles contra la manipulación informativa, sino generando en ellos un interés humanista y estético por el arte fílmico.

En el fondo (que me disculpen los exhibidores de cine), no es solo un problema económico el que sobrevuela en torno al futuro del séptimo arte. El Estado, y con él los profesionales que se dedican a esta noble profesión, debieran poner su ahínco en favorecer una nueva cultura del cine, originada en el seno mismo del parvulario. 


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