Revista Cultura y Ocio

Una madre, de Alejandro Palomas

Publicado el 03 mayo 2015 por Goizeder Lamariano Martín
Una madre, de Alejandro Palomas Título: Una madre Autor: Alejandro Palomas Editorial: Siruela Año de publicación: 2014 Páginas: 242 ISBN: 9788416120437 Hacía muchos meses que no dejaba de leer en todas partes opiniones muy buenas de todas las novelas de Alejandro Palomas y especialmente de este libro, Una madre, su penúltima obra. Por fin a mediados de abril pude cogerlo de la biblioteca junto con El año sin verano, de Carlos del Amor, otro libro al que le tenía muchas ganas, aunque quizá no tantas como a este, y devorarlo en un par de días. Pero tal vez la palabra más adecuada no sea devorar. Lo he degustado, lo he paladeado, lo he saboreado y me lo he bebido.  Y me ha gustado tanto, tantísimo, me ha llegado tan adentro, me ha hecho sentir tantas cosas, me ha transmitido tanto, que me ha hecho reír a carcajada limpia y llorar a lágrima viva mientras no podía dejar de leer y, al mismo tiempo, me daba muchísima pena terminarlo tan pronto y no poder seguir disfrutando de esta obra maestra de la literatura que, ahora sí, sé por qué recibe opiniones tan positivas de todos los lectores.
¿Quiénes forman nuestra familia? ¿Abuelos, padres, hermanos, tíos, primos? ¿Los que están a nuestro lado solo en los buenos momentos o los que permanecen también en los malos? ¿Los que nos dicen solo lo que queremos oír o los que se atreven a decirnos la verdad, por mucho que duela, para hacernos reaccionar y salvarnos de nosotros mismos? Alejandro Palomas nos traslada en esta historia a Barcelona, una ciudad que, como todas las grandes ciudades, puede resultarnos acogedora, sorprendente, deslumbrante, fantástica y, al mismo tiempo, esquiva, hostil, agobiante y opresiva. Una Barcelona que se convierte en uno de los personajes de la novela. Al resto de los personajes los empezamos a conocer durante la tarde del 31 de diciembre, pocas horas antes de la cena de Nochevieja, cuando Amalia y su hijo Fernando, Fer, ultiman nerviosos los detalles para que nada falle y todo salga perfecto esa noche tan especial. Amalia tiene 65 años y por fin ha conseguido que toda su familia cene junta la última noche del año. Su hijo Fer, sus hijas Emma y Silvia y su hermano Eduardo. Amalia es una mujer maravillosa, extraordinaria, valiente, entrañable, con una forma muy peculiar de ver la vida, porque ya está de vuelta de todo, porque ahora le toca a ella vivir, ser feliz y, por encima de todo, que los suyos sean felices, y está dispuesta a todo para conseguirlo. Un personaje al que es imposible no cogerle un cariño inmenso, incondicional, a pesar de sus desvaríos, sus locuras, sus teorías absurdas, que la hacen todavía más inolvidable, más tierna, más cercana, más nuestra. Fer es gay y no sabe vivir sin un hombre a su lado. No aprende, a pesar de los muchos palos que le ha dado la vida, siempre comete los mismos errores y ya se ha cansado de sufrir, de que le hagan daño, de que le apaguen la luz de sus ojos de bosque alemán. Emma es lesbiana y está aprendiendo a rehacer su vida, que un día saltó por los aires, se rompió y la dejó a ella también completamente rota, hecha añicos. Silvia es la pragmática de la familia, una obsesa de la limpieza, la que siempre hace todo bien, la políticamente correcta, la que no tiene sentimientos, la que siempre sabe lo que hay que hacer. Y Eduardo es el ojito derecho de su hermana Amalia, el que siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, porque todo el mundo le baila el agua y no solo le dejan seguir a lo suyo sino que encima le ríen las gracias. Aunque tengo que confesar que desde el principio he sentido debilidad por Amalia, Fer y Emma y Silvia y Eduardo me caían bastante mal, al final les he cogido muchísimo cariño a todos. Porque todos me han recordado a gente que conozco, amigos y familiares. Son personajes de carne y hueso, cercanos, humanos, que van mucho más allá de la credibilidad o la verosimilitud. Personajes a los que poco a poco vamos conociendo, su pasado, su presente, el futuro que desean, sus sueños, sus anhelos, pero también sus miedos, sus fantasmas, sus ausencias. Porque esta cena de Nochevieja es especial, inolvidable, llena de humor, pero también de lágrimas. Llena de silencios, de secretos, de mentiras, de confesiones. Porque todos tenemos una cara A que mostramos a los demás y una cara B que intentamos ocultar y ocultarnos a nosotros mismos, aunque muchas veces no lo consigamos. Una cena intensa, visceral, que nos recuerda que en la vida hay que atreverse a llorar, reír, sentir, avanzar, echar de menos, preguntar, querer, sufrir, recordar y, por encima de todo, vivir. Una cena que nos habla de la necesidad que tenemos de amar y que nos amen, de tener unos lazos que nos unan a las personas que queremos y que nos quieren, aunque sean pocas, aunque no siempre sepamos quiénes son.
Una historia que nos recuerda la entrega, el sacrificio y la protección de una madre dispuesta a todo para mantener a su familia unida y a flote. Una historia que me ha movido algo dentro, muy adentro. Tal vez haya influido que la leí justo cuando se cumplía un año de la muerte de mi padre y de mi abuela materna. Un mes después de haber muerto mi abuelo materno. Quince meses después de haber sido madre y de haber perdido a mi abuela paterna. Muchas, demasiadas muertes en muy pocos meses. Demasiadas pérdidas, demasiada gente que se va sin despedidas, sin respuestas a tantos porqués. Demasiadas ausencias. Tantas, que ya no caben en una sola silla...  Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí. 

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