Revista Psicología

Una mente maravillosa: mentiras blancas

Por El Baúl De La Psique @bauldelapsique

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Escena de “Una mente maravillosa” (2001)

¿Quién nos iba a decir que John Forbes Nash (1928-2015) se despediría de nosotros de esa manera? Un final demasiado injusto para una vida tan polémica e impredecible como extraordinaria. A pesar de ello, gracias a Sylvia Nasar y Ron Howard Williams, el verdadero protagonista de Una mente maravillosa (2001) no ha dado su último aliento en el anonimato. Fueron pocos los que no se conmovieron con el magnífico trabajo de Russell Crowe (puede que no le diesen la estatuilla aquel año porque en 2000 ya la había ganado como Máximo Décimo Meridio) y las tenaces miradas de Jennifer Connelly como Alicia López-Harrison de Lardé (papel que le permitió ganar el Oscar a mejor actriz de reparto).

La crítica cinéfila alabó el largometraje y desde el ámbito de la psiquiatría y la psicología muchos aplaudieron el esfuerzo por intentar borrar el estigma que suele recaer sobre personas que padecen esquizofrenia u otros trastornos mentales de carácter crónico. El Oscar y el Globo de Oro a mejor película eran más que merecidos… sin embargo, como todos sabemos, el libro es mejor que la película y los lectores de la biografía* de Nasar saben muy bien que el film de Howard Williams está repleto de mentiras blancas.

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Discurso final de “Una mente maravillosa” (2001)

El libro mejor que la película

Aunque la novela homónima de Sylvia Nasar publicada en 1998 fuese una biografía no-autorizada, lo cierto es que la precisión de los datos históricos y las increíbles entrevistas de la periodista alemana nos permiten conocer de manera detallada la vida del premio Nobel. El libro, a diferencia de la película, no pretende contar el relato biográfico en un formato tradicional donde se van narrando distintos sucesos en orden cronológico: de forma inteligente la escritora aglomera distintos eventos históricos alrededor de la personalidad de Nash para permitirnos ir más allá de la brillante trayectoria académica y conocer a la persona detrás del genio extravagante.

Elegante e inteligente para los amantes de la literatura pero todo un rompecabezas para el director Ron Howard, quien tuvo que adaptar el libro a un lenguaje visual más comprensible. Y es en esta adaptación donde se pierden anotaciones importantes y detalladas, alejándonos de la realidad del día a día de John Nash… y que en ciertos momentos, nos aleja de la realidad del trastorno mental.

Bolígrafos y discursos: dos de las escenas más entrañables tienen lugar en el último tercio del film. La primera se sitúa en el comedor donde las mentes más brillantes de Princeton honran al profesor Nash otorgándole sus plumas por una trayectoria excepcional, tal y como manda la tradición. La segunda escena se encuadra en la gala donde John recibe el premio Nobel y pronuncia uno de los discursos más emotivos de la historia… del cine. Así es, tanto el ritual de los bolígrafos como el discurso final, son una invención. Puede que los guionistas lo añadieran para embellecer el relato y ajustarlo al canon hollywoodienses que ya hemos criticado en otras ocasiones.

La medicación de Nash: situados en 1994, un anciano discute con el profesor Nash la posibilidad de entregarle el premio Nobel. Siendo sincero, John le comenta que a pesar de tomar nuevos medicamentos, las alucinaciones siguen siendo parte de su vida cotidiana. Puede que Sylvia Nasar llorara en dicha escena… pero no de emoción precisamente. Uno de los aspectos que más resalta la periodista en su libro, es el hecho de que John Forbes Nash pudiera llevar a cabo su recuperación sin tomar medicamentos desde 1970. Un hecho insólito, teniendo en cuenta que el paciente sufría de un trastorno cuya medicación es obligatoria aún hoy en día. ¿Por qué el director y los guionistas decidieron modificar este hecho? Hagan sus apuestas.

Simplificaciones complejas: numerosos especialistas en la materia han criticado la manera en que quedan simplificadas las teorías de Nash a lo largo de la película (al parecer, la teoría del Equilibrio de Nash es mucho más compleja que una estrategia de ligue con una rubia). Y puede que pase lo mismo con ciertos conceptos psicológicos; cuando el psiquiatra intenta explicarle el diagnóstico de John a su mujer podemos escuchar lo siguiente: “Yo tan sólo puedo ayudarle [a John] mostrándole la diferencia entre lo real y lo que está en su mente”. De este modo, la esquizofrenia se reduce a una mera confusión entre la realidad y el imaginario de un individuo. Podríamos excusarnos diciendo que el psiquiatra se sitúa en el contexto médico de los años 60 y que por ello ignora que la esquizofrenia es mucho más que un darse cuenta pero… no. Desde que apareció el término primigenio de demencia precoz de Kraepelin (y aunque los manuales diagnóstico no lo demostrasen así siempre), los profesionales y familiares que tratan con pacientes que padecen esquizofrenia, saben perfectamente que dicho trastorno no se limita a los síntomas positivos (como las alucinaciones). De hecho, para diagnosticar esquizofrenia no es necesario que se den dichas alucinaciones y suelen ser los síntomas negativos los que más afectan y deterioran la vida de los sujetos que la padecen.

Además de estos embustes cinematográficos, los guionistas no hacen referencia alguna al hijo que Nash tuvo con una enfermera en 1953, ni a las relaciones homosexuales que el matemático mantuvo con algunos colegas… y claro está que tampoco quisieron hacer alusión al hecho de que John y Alicia estuvieran divorciados desde 1963 hasta 2001, año en el que volvieron a contraer matrimonio después de su reencuentro en 1994. Supongo que dichos eventos no encajaban en Una mente maravillosa para los productores.

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Fotografía de John Nash y Alicia López el día de su boda en 1957.

Mentiras blancas

Especialistas como Edward Shorter siguen sin creerse el diagnóstico de John Nash; el milagro de una recuperación tan idílica e integrada hace sospechar al psiquiatra canadiense sobre la naturaleza del trastorno que padecía el prodigio de West Virginia, así como el hecho de que a mediados del siglo XX la mayoría de psiquiatras de corte psicoanalista abusaran de la etiqueta esquizofrenia con aquellos casos que no mostraban una relación de transferencia.

Ya sea que padeciese esquizofrenia u otro trastorno mental, la manera en que John Forbes Nash batalló hasta el último día contra el trastorno que amenazaba su vida académica y familiar, es digna de admirar. Por ello, a pesar de los desajustes con la realidad (nunca mejor dicho) y la simplificación de ciertos aspectos sobre el padecimiento y su recuperación, Una mente maravillosa nos muestra a través de la gran pantalla uno de los pilares principales para el tratamiento de pacientes con esquizofrenia y otros trastornos cuyo pronóstico suele ser nefasto: el soporte social.

El desarrollo de habilidades sociales, así como la aceptación en una comunidad son esenciales para la integración de los pacientes con esquizofrenia y por tanto, vital para su desarrollo personal y afectivo, evitando recaídas y situaciones estresantes que podrían facilitar la aparición de síntomas. Es difícil que el sistema público de sanidad aporte los recursos (humanos y materiales) para que muchos pacientes puedan emprender dicha integración (aunque en teoría debería ser así), por lo que el apoyo de familiares y amigos cercanos sigue tejiendo la red social más importante para individuos como John Nash, que al igual que todos nosotros, encontró “en las misteriosas ecuaciones del amor” el fundamento del bienestar humano.

Daniel Sazo.

* El documental “A Beautiful Madness” (2002) dirigido por Mark Samels intenta enmendar los deslices biográficos de la novela de Nasar y la película de Howard, a través de entrevistas directas y distendidas con el propio John Nash (la entrevista es tan íntima que el introvertido matemático afirma entre risas que llegó a pensar que el propio Papa también formaba parte de una encrucijada contra su persona), Alicia López, familiares y amigos cercanos.


Una mente maravillosa: mentiras blancas

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