Revista Arte

Una mirada diferente de las cosas: tan sólo el Arte es capaz de homenajearla.

Por Artepoesia
Una mirada diferente de las cosas: tan sólo el Arte es capaz de homenajearla. Una mirada diferente de las cosas: tan sólo el Arte es capaz de homenajearla.
La muerte de Eurídice es el mito de Orfeo. La cultura y el Arte, los medios para divulgar los mitos, siempre glosaron la imagen, la leyenda, los cantos y la música que reflejaran la muerte de la mujer de Orfeo y la búsqueda de aquélla por éste hasta bajar a los mismísimos infiernos. En el Arte, Rubens, Corot, Tintoretto y otros, siempre plasmaron en sus bellos lienzos la figura de Orfeo y Eurídice, o huyendo ambos, o sosteniendo él a ella, o muertos los dos, una antes, otro después... Y esa es la leyenda, ese es el mito, ese el sentido universal y conocido de estos personajes. Pero, es el aspecto esencial lo que sabremos y lo que las mismas obras se han encargado de representar. Sin embargo, ¿qué más hay, qué otras cosas diferentes a las conocidas hubieron, o qué otros personajes existieron y padecieron en esa curiosa leyenda?
Y, sobre todo, ¿dónde y por qué sucedió? Porque la leyenda más conocida destacará la tragedia de dos amantes, Orfeo y Eurídice. Y, además, llevará a Orfeo a tratar de recuperar de las garras de la muerte a su amada, algo extraordinariamente vinculado con los grandes misterios de todas las mitologías, paganas o no. El orfismo fue en la antigua Grecia una secta dedicada a preparar las almas de los humanos que desearan garantizarse una vida eterna y feliz. Luego, con el cristianismo, el mito alcanzó a propagarse en los sagrados misterios de la nueva religión, incluso asociando la figura de Orfeo a Cristo. En todas las representaciones artísticas siempre destacando la fatídica muerte de Eurídice, su trágica bajada a los infiernos y la audaz y frustrada salvación de Orfeo para nunca más volver ella.
Orfeo es un personaje insólito en la mitología griega. Era, a diferencia de casi todos los demás, un ser bueno, encantador, músico, perfecto... No era un dios, pero casi. Tan maravilloso era que fue el dios Apolo quien le favorecería con sus dones. La lira fue el instrumento con el que él apaciguaba a las fieras, porque todos, los ríos, las rocas y los animales, todos le escuchaban extasiados a su paso. Su gran confianza en esa cualidad tan especial que él poseía, dominar con su música las cosas más feroces de la Naturaleza, tal vez fue lo que le llevó a pensar que podría vencer ahora de las garras de la muerte a su amada Eurídice. Y el Arte, la mitología, la religión y su misterio, llevaron a glosar su gesto heroico, su motivo -la muerte de Eurídice-, y, sobre todo, su terrible final...
Y en todas las obras -musicales, poéticas, literarias, teatrales, operísticas, pictóricas- así se reflejaría. Sin embargo, solo el Arte pictórico es capaz de ir lateralmente y mirar las cosas ahora de otro modo. Es el único, por otra parte, que puede hacerlo. Algún pintor del Renacimiento, como Jacopo del Sellaio (1441-1493), realizaron una imagen de la muerte de Eurídice en el momento de su accidente y el traslado posterior del cadáver a la entrada del Hades. Pero aquí aparece Orfeo al fondo a la izquierda, comunicándole otros la tragedia; al lado de ella está ahora otro personaje: Aristeo. Sí estará además el maravilloso paisaje arcádico que contrastará aquí con la terrible tragedia. Y es entonces cuando podemos ver ahora el maravilloso lienzo del pintor manierista Niccolo del Abatte (1510-1571), La muerte de Eurídice. ¡Qué paisaje más idílico! ¡Qué extraordinario lugar reflejado aquí, en este maravilloso lienzo! ¿La muerte de Eurídice, de quien sea, realmente, ahí...? 
Fijémonos en el paisaje. Las montañas, el mar, el cielo, el bosque verdecido y tranquilizador... ¿Cómo es posible que algo malo, trágico, triste y desolador, pueda suceder ahora en ese fantástico paraíso retratado? Hasta edificios elegantes y majestuosos, que simbolizarán la civilización más equilibrada y ordenada, aparecen al fondo de la escena grandiosa. Sólo en primer plano veremos una persecución, pero ésta podría tratarse de un juego amoroso o de un acceso de amor desaforado... Porque, además, a la izquierda, observamos también a unas jóvenes retozando alegres y confiadas. Incluso el cuadro nos confunde con una bella Eurídice -lo sabemos sólo porque el título de la obra nos lo anuncia, que es ella y que muere- desnuda y tumbada, vista aquí más a la derecha de la anterior persecución. Pero, nada que nos haga pensar, al pronto, que sea muerte o tragedia lo que ahí suceda...
En el mito Eurídice estaba entonces en Arcadia, un lugar griego idílico y majestuoso, un espacio para la paz, el amor, los cantos y la felicidad. Por eso el pintor nos fija ahora un paisaje con la representación de un escenario prodigioso, así, sosegado, atrayente, deseoso, natural, ajeno a las maldades y a los desastres de la vida. Y, entonces, deberemos contar la leyenda completa. Orfeo se unió a la ninfa Eurídice, y vivían ellos felices en un mundo ajeno a la maldad. Allí cantaba y tocaba su lira él; allí paseaba y disfrutaba de su vida ella. Y a ese lugar llegó una vez Aristeo, un dios menor de la naturaleza y de sus artes, cultivador de abejas y de olivos. Un personaje llevado por su pasión lujuriosa a enamorarse. Y se enamoró de Eurídice, y la deseó tanto que la perseguiría sin cesar. Ella, huyendo de él una de esas veces, pisaría una pequeña serpiente venenosa, y moriría fatídicamente.
Las hermanas de Eurídice, las dríades -unas ninfas de los árboles- hicieron perecer, en venganza, a todas las abejas que cultivaba Aristeo. Éste acudiría a su madre -en el cuadro los dos caminan juntos más a la derecha-, Cirene, una ninfa conocedora de la naturaleza, y le aconsejó que visitara al sabio adivinador Proteo, que aparece aquí sentado junto a un ánfora de agua -él era hijo de Poseidón, el dios del mar-, para que le dijese qué hacer. Proteo le recomendaría sacrificar unos animales para calmar el espíritu de Eurídice, luego observaría Aristeo como de las vísceras descompuestas sacrificadas saldrían de nuevo unas abejas volando -el sentido renacedor de las cosas-. Y el pintor manierista compuso la escena trágica-bucólica con la belleza más manifiesta que podría crearse en un paisaje renacentista. Con la delicadeza, además, que solo el Manierismo es capaz de ofrecer en sus obras. No hay muerte, aunque veamos a Eurídice aquí tendida; no hay drama, no hay infierno, no está Orfeo ahí siquiera para auxiliarla. 
Sin embargo, el pintor sí incluiría a Orfeo en el cuadro, está él al fondo, alejado, solo, y rodeado de animales que escucharán ahora sus melodías musicales. Así, de este modo, completará el creador su sentido artístico con este bellísimo cuadro manierista, el que tan sólo el Arte -el pictórico- puede llegar a realizar a veces: establecer una mirada diferente a todo. Las cosas no son estereotipadas, las cosas no son unidimensionales, las cosas no son unilaterales, las cosas no tienen una única mirada, ni una única realidad. Todo es susceptible de verse de otro modo, toda historia o leyenda o vida o hecho, o visión, puede ser expuesta de otra forma diferente, una que nos haga ahora pensar de otra forma distinta, que nos haga sentir y ver las cosas de otra manera, otra distinta a como la hemos visto siempre.
(Óleo La muerte de Eurídice, entre 1552 y 1571, del pintor manierista Niccolo del Abatte, Museo National Gallery, Londres; Lienzo del pintor renacentista -quattrocentista- Jacopo del Sellaio, Orfeo y Eurídice, 1480, Roterdam, Holanda.)

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