Revista Cultura y Ocio

Una nostalgia de los últimos elfos

Por Zogoibi @pabloacalvino
Una nostalgia de los últimos elfosSend to KindleUn día ventoso en la isla de Senja

Un día ventoso en la isla de Senja

Estamos a diecinueve de agosto. Al cabo de diez días conduciendo por Noruega y escribiendo este diario, he agotado ya mi escaso vocabulario de adjetivos sin haber podido apenas transmitir una idea aproximada de lo irresistible, lo majestuosamente bonito que es este país, pese a tantas fotos que acompaño (aunque sólo sean un tercio de las que tengo): tan vistosas son casi todas que sólo en escogerlas tardo más que en redactar el texto; y no sé ya, como digo, qué palabras usar para dar cauce a mi asombro sin repetirme. Así que hoy ni siquiera voy a intentarlo; no haré infructuosos ejercicios literarios, sino que dejaré caer las imágenes y dejar que hablen por sí solas.

De camino hacia el archipiélago de Lofoten, me he quedado anoche en el idílico camping de Tranoybotn (isla de Senja), que ha resultado ser uno de los más agradables hasta ahora: la cabaña muy cuca, las vistas preciosas y la encargada, china de nacimiento y noruega de adopción, muy agradable. Y esta mañana me toca continuar hacia el suroeste para llegar a Skrolsvik, de donde, según la información del folleto que me dieron en Tromso, sale un ferry que lleva a Harstad, sobre la isla de Hinnoya, que es la mayor de las Lofoten. Ha amanecido el día ventoso, con un cielo poblado de variadas y cambiantes nubes que parecen caprichosos brochazos de un pintor sobre el celeste.

Un cielo salteado de nubes sobre la isla Senja

Un cielo salteado de nubes sobre la isla Senja

El comedor del camping está cerrado y cuelga de su puerta un luego vengo, así que ni siquiera voy a poder desayunar un café. Bueno, en realidad poco importa, ya que casi nunca lo hago. Así que recojo mis cuatro posesiones, ajusto las maletas en la moto y me pongo en camino. Pero al llegar a Skrolsvik tres cuartos de hora más tarde resulta que no hay tal ferry, ni nada que se le parezca. No me queda otra que desandar lo andado, regresar a la carretera principal y cogerla en dirección noroeste hasta el puerto de Gryllefjord, de donde salen dos ferrys diarios hasta otro punto de las Lofoten llamado Andenes, en Andoya. Diría que esto me va a suponer 100 km hechos tontamente si no fuera porque en Noruega no hay un sólo quilómetro de carretera que no valga la pena de ser recorrido.

Pequeño golfo junto a Lavollksjosen

Pequeño golfo junto a Lavollksjosen

Al pasar de vuelta por el camping me paro a almorzar. Mi amiga la china-noruega no me da esta vez mucho palique porque anda atareada, así que aprovecho para estudiar bien mi plan de viaje a Lofoten. Hay una tercera alternativa que antes no he considerado: ir por carretera dando un rodeo; pero ése es el rodeo que precisamente he querido evitar viniendo hasta aquí, así que no me convence. Continuaré hasta Gryllefjord y veré si puedo coger allí el ferry.

Archipiélago de Bergsoyan

Archipiélago de Bergsoyan, frente a Hamn

Me llama la atención el pequeño archipiélago de Bergsoyan, un cúmulo de diminutas islas, muy juntas unas a otras, que desde la costa parecen como una maqueta, o como si se mirasen desde un avión. Se me antoja un bocado cuando llego a Hamn, en una de cuyas diminutas islas hay un encantador hotelillo con un restaurante que mira sobre una idílica playita de agua cristalina. Pero al echarle un vistazo al menú compruebo que los precios son de infarto. No es lugar para mí.

Playa junto al hotel Hamn i Senia

Playa junto al hotel Hamn i Senia

Antes, no obstante, de seguir viaje, me doy una vuelta por el islote. Hay junto a él otro, apenas una roca, de nombre Skjaholmen, con una calita de fondo somero y arenoso que invita al baño. ¡Qué lugar para refrescarse un día caluroso! No hoy, que sopla un aire frío y está medio nublado, e incluso estuvo lloviznando un poco esta mañana.

Skjaholmen

Skjaholmen

Gryllefjord es un puerto pequeño, muy protegido de vientos y marejadas, que vive de la conexión marítima entre Senja y Andoya, enlace que ahorra a los conductores hasta doscientos quilómetros de carretera llena de curvas.

Al llegar, me entero de que sólo salen dos ferrys al día, uno a las once y otro a las siete. El primero ya lo he perdido y el segundo no llega a destino hasta las nueve, que es un poco tarde. Me pregunto si valdrá la pena pasar aquí la noche y coger el barco mañana. Hay un hotel junto a la terminal, un establecimiento estilo “culo del mundo” que tiene también tienda, bar, restaurante y gasolinera, pero la habitación que me enseñan no me convence mucho. Llamo entonces a un camping cercano, pero los precios que me da el tipo son irrisoriamente caros, así que no lo pienso más: reservo una habitación de hotel en Andenes y viajo esta misma tarde, aunque llegue al ocaso.

Valle glaciar de Lakselva, pasado Hamn

Valle glaciar de Lakselva, pasado Hamn

Aprovecho la espera dándome una vuelta por el pueblo –tres elongadas calles paralelas al fiordo– y curioseando entre las embarcaciones que ni se mecen siquiera sobre las tranquilas aguas del puerto. A medida que avanza la tarde el cielo va despejándose un poco y sol de poniente se cuela bajo las nubes altas, sacando alegres destellos blancos a las casas y a los barquichuelos. Aunque aún anochece tarde, es en esta época del año cuando más rápido se acortan los días, a un ritmo de diez minutos cada día en estas latitudes; o sea que perdemos más de una hora de luz cada semana.

Puerto de Gryllefjord

Puerto de Gryllefjord

Ruta de hoy, de Tranoybotn a Gryllefjord

Ruta de hoy, de Tranoybotn a Gryllefjord

Poco a poco van juntándose vehículos sobre la explanada de embarque: turismos, caravanas y algunos camiones. Un hombre que anda por allí paseando a su perro se pone a hablar conmigo. Lo he visto hace ya rato y lo tomé por un vecino del pueblo, pero no: aguarda, como yo, la llegada del ferry para embarcar. Tiene una conversación interesante, inteligente, y sabe escuchar. Se llama Frode. En buena compañía el tiempo transcurre más aprisa, y la llegada del barco interrumpe nuestra charla. Todos a sus puestos para subir los coches por la rampa de la bodega. Frode viaja en un camper con su pareja, otro tipo también agradable.

Peñón junto a Gryllefjord

Peñón junto a Gryllefjord

Por segunda vez  hoy el folleto turístico me ha engañado, aunque en esta ocasión ha sido una agradable sorpresa: el billete cuesta la mitad de lo que pone. De haber sabido todo esto (que este billete era barato y que el otro ferry no circulaba) habría elegido una ruta bastante diferente para ir desde Tromso a Lofoten: viniendo a Senja a través de la isla Kvaloya y cruzando el mar en Botnhamn. Pero, en fin, quede aquí como sugerencia para un improbabilísimo lector viajero que necesite esta información.

Ya zarpamos, y pronto dejamos a babor el enorme risco en cuya base transcurre la apacible vida de Gryllefjord. Navegamos por el mar de Noruega, cruzando las veinte millas de la ancha boca del Andfjorden. El agua es de un color azul marino intenso como se ve pocas veces. A nuestra estela queda la montañosa y accidentada isla de Senja, la segunda mayor del país.

islaSenja

Isla de Senja

Hacia el sur, en la lejanía, asoman sobre el mar en varios horizontes los picos del archipiélago de Lofoten. Los pocos pasajeros que estamos haciendo el trayecto nos movemos por cubierta, a la caza de buenas fotos, como hormigas en busca de alimento, de una banda a otra y por la regala de popa, excitados por la majestuosa combinación de tierra, mar y cielo.

Senja en primer término y Lofoten en la distancia

Senja en primer término y Lofoten en la distancia

Pasado un rato me reencuentro con la parejita en una mesa del salón y reanudamos la charla. Simpatizamos bastante, quizá en parte porque esta vez puedo relajarme con la tranquilidad de que no van a tirarme los tejos. Quedamos amigos y acordamos que los visitaré cuando pase por su pueblo, cerca de la frontera con Suecia, a mi regreso a la Tierra. Lo digo porque Noruega no parece de este planeta. Es fácil ahora, ya conociendo un poco el país, entender por qué tiene tanta fama; en especial, por qué a la gente le gustan tanto los fiordos; y es que no tienen desperdicio: desfiladeros, montañas, todo tipo de vegetación, aguas de todas las tonalidades, zonas de tundra, marismas y una infinidad de variados paisajes.

Atardecer en Andoya

Atardecer en Andoya

Ya llegamos. Me despido de ellos en la bodega, justo antes de salir. El sol lleva un rato queriendo ocultarse cuando pongo pie sobre la isla de Andoya. Aquí el tiempo ha cambiado considerablemente. Aunque nos separan treinta y cinco quilómetros de Senja, esta costa se siente más desprotegida y expuesta al mar abierto, más pelada, fría y ventosa. Son apenas las ocho y media pero no hay un alma por las calles, desapacibles y barridas por el viento, de Andenes, que fue un importante puerto pesquero a principios del pasado siglo y que aún a finales mantenía la población gracias a su base aérea; pero en las dos últimas décadas la ha perdido a ritmo acelerado, y si a duras penas le queda alguna actividad es por los whale safaris, una serie de negocios locales que prometen el avistamiento de ballenas desde sus lanchas.

Playa oeste y faro de Andenes

Playa oeste y faro de Andenes

Me cuentan Frode y su novio que ya sólo queda gente mayor en estos pueblos; y yo, al recorrer la veintena de calles desiertas y ver las casas dispersas, no puedo evitar preguntarme, ¿cómo se vivirá en un lugar como éste?, ¿qué tipo de vida harán sus gentes? A los jóvenes, a las nuevas familias, nada los ata aquí, y los pocos niños que haya no se quedarán después de acabar la escuela. Emigrarán a las ciudades, a las universidades, al Mundanal Ruido Donde Suceden Cosas. ¡Qué lugar tan desolado parece este Andenes, retirado en una solitaria isla a la que sólo puede llegarse por ferry o cruzando el único puente, en su otro extremo! Las ventanas de las casas que miran a poniente, recibiendo los últimos rayos del sol, brillan quizá con nostalgia del pasado esplendor pesquero, o con la de marcharse hacia el crepúsculo.

Sueños de ocaso

Sueños de ocaso

La recepción del hostal donde he reservado una habitación por internet, el Viking, está en un hotel vecino, Norlandia Andrikken. Imagino que serán del mismo propietario. Sin yo pedírselo, porque viajo solo, el atento recepcionista me hace un buen descuento sobre el precio al que la había reservado. Son ya varias las veces que, en Noruega, de propia iniciativa me han hecho una rebaja.

Tiene Andenes una pequeña iglesia que parece de juguete, como una casita de madera pintada en blanco, con su tejado a dos aguas y su delgada torre apuntada; sin más adornos ni florituras, con esa sencillez y austeridad características del culto protestante. Bien feíta, la verdad; igual que todas las demás que tengo aquí vistas. Parece como si tuvieran un único modelo y lo fabricaran en serie para instalarlo en todos los pueblos. Muy pragmático, eso sí, sobre todo teniendo en cuenta los pocos feligreses que debe haber.

Aprovecho las últimas luces dándome un paseo por la playa, tan llana que, al subir la marea, el agua se extiende sobre la arena como si se derramara un lavabo por el suelo de una casa. Más allá, hacia el suroeste, una dentada mole rocosa de afilados colmillos se interpone entre el mar y el cielo.

16grile

No sé por qué, así me imaginaba yo, cuando leía los libros de Tolkien, el lugar de donde los barcos elfos zarparon al abandonar la Tierra Media, como cuenta la hermosa leyenda: …los postreros eldar zarparon de los Puertos Grises a bordo de las últimas Naves Blancas que construyó Cirdan, para seguir el Camino Recto. Y así desapareció para siempre este Pueblo de las Estrellas, rumbo a aquel lugar fuera del alcance de los Hombres Mortales, que sólo lo conocen por las leyendas y, tal vez, por sus sueños…

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