Revista Coaching

Una nueva vida

Por Mbbp

UNA NUEVA VIDA

Sin duda lo más importante que hecho en mi vida ha sido tener a mi hija, aunque en verdad la pariera mi mujer. Lo he comentado alguna vez. Porque un hijo, contra todo pronóstico, no es una personita más, vacía y pura, que llega a este mundo para realizarnos, molestarnos o trascendernos en el tiempo a nosotros, sus padres, como algunos opinan! Ni para educarlos para que logren todo aquello que nosotros sus padres no pudimos llegar a ser y a sentir en nuestra vida o todo aquello que no tuvimos siquiera el valor de intentar vivir. Tener un hijo es una oportunidad singular para crecer nosotros como personas, a la vez que transmitirles con amor nuestros valores para que ellos mismos puedan, llegado el momento, decidir por ellos mismos lo que quieren o no en su vida! Tener un hijo es, además, una escuela para nostros los padres, pues nos permite aprender a mirar la vida de una manera infantil, es decir, espontánea, basada en el ahora y en la que las emociones forjan el día a día, sin contemplación.

Pero, como todo en nuestra vida, depende de cómo lo vivamos. Nuestra mente y nuestro mundo exterior nos invita a vivirlo como una experiencia más, solo humana, que nos realiza como personas y que es el fruto de una relación sentimental, cuando no, esa visión científica y restrictiva por la que tener un hijo no es más que la fusión química entre dos células especializadas en reproducirse para la preservación de la especie. Intentamos meterlo en la agenda, como si de una cita más en nuestra vida se tratara o es la mera contrapartida del amor institucionalizado. Para muchas mujeres es solo un modo de realizarse como persona o desarrollar su afectividad, es una posesión más y/o, lamentablemente, la demostración fehaciente de que su cuerpo es suyo y solo suyo. Otras veces, lamentablemente, tener un hijo no es más que un condicionante más, ante el sexo puro y duro. Y tener un hijo es mucho, muchísimo más…

Porque hay otra manera de vivirlo. Desde dentro, nuestra propia Alma. Tener un hijo es uno de los actos más importantes que haremos en la vida, sino el que más. Desafortunadamente es un privilegio, ya que no todos lo pueden lograr, aunque hoy hay técnicas o siempre se puede recurrir a la adopción. Un hijo, venga de donde venga, es siempre un hijo, si se siente así! Tener un hijo es el máximo grado de responsabilidad nuestra frente a nosotros mismos, ante el nuevo ser que nace y crece… y ante la vida. Y como todo lo esencial en nuestra vida, nunca es grátis, exije un esfuerzo y requiere toda nuestra atención! Es, además, la oportunidad singular de reencontrarnos con nuestro yo infantil y aprender a revisitar nuestra propia vida desde la perspectiva infantil, es decir, sorprendiéndonos siempre ante lo nuevo, sintiendo intensamente nuestras propias emociones y actuando ante ellas de manera espontánea, en el hoy. Para un niño no existe el pasado, ni las espectativas de futuro. Solo existe el hoy! Además, nos enseña a ver y a valorar lo que por nosotros hicieron o no nuestros padres! Así, los niños se convierten en nuestro maestro incuestionable de la vida y nos sirven de singular espejo de nuestro yo interior, captando a través de vibraciones y de nuestro ejemplo -más que con nuestras palabras- nuestro equilibrio o desequilibrio interior y reaccionando ante nuestra paz y amor, o bien ante nuestros conflictos internos, pendientes de solucionar.

Aún recuerdo el nacimiento de mi hija, hace ya 11 años. Fue el momento más maravilloso -hasta ahora- de mi vida, aunque también supuso el detonante de la posterior ruptura de mi matrimonio, pues me di cuenta del diferente sentido que le dimos a ese singular hecho, lo que evidenció nuestra manera diferente de ver y de sentir nuestra propia vida. Fueron tiempos muy difíciles y dolorosos para mí, pues supuso que al poco tiempo de nacer, perdiera la inigualable e irrepetible posibilidad de estar con mi hijita cada día, como hasta entonces había hecho. La bañaba con cariño, le daba el biberón con paciencia y la acostaba cada día, cogiéndole tiernamente su manita mientras conciliaba el sueño, con esa paz y tranquilidad que tiene un bebé cuando se siente querido, está contento y se encuentra bien. Aún recuerdo cuando ponía su cabecita en mi mano, cuando así podía sentir la fragilidad de su cuerpecito, su escasa pelusilla dorada y su entonces blando cráneo y el tacto de su suavísima piel. Eso despertó en mi toda esa ternura que debía tener guardada en mi corazón! También recuerdo cuando, ante mis muecas, gestos y guiños, sonreía o mostraba preocupación. Los peques esperan sentir y ver en nosotros algo, para reaccionar! El corazón mismo nos enseña a ver que necesita y qué siente un niño en cada momento, aunque eso exije nuestra permanente atención, como en el amor. Sus primeros balbuceos, muecas, los primeros pasos, su primer “mamá”, se convierten en la mejor escuela para aprenderlos a amar y para ir aceptando que los días, meses y años pasan, que todo cambia!

Como todo en nuestra vida, con sentido trasciende lo meramente natural y humano. Más allá de lo corpóreo o fisiológico y de la psique que determinará en gran manera su propio crecimiento como persona. Es algo espiritual! En nuestro interior proyectado en nuestra relación con ellos, los niños, como siempre, debieran sentir siempre la paz y el amor que sentimos y vivimos ya en nuestra vida, así como el sentido que le demos cada día a esa singular y mágica experiencia… y a nuestro hoy, en nuestra propia vida! Hoy siento internamente que es el mayor regalo de la vida que se puede dar, recibir… y compartir, por amor!

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