Revista Arte

Una redacción salvó a un museo, nos salvó a todos, hace ya más de cien años.

Por Artepoesia
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A mediodía de un dieciocho de julio de 1891 se llegó a producir en Madrid algo por lo que muchos temblaron de pánico. Un pequeño incendio se declaró en el Museo del Prado madrileño. Afortunadamente pudo controlarse pronto, y las joyas del mundo del Arte no sufrieron ni siquiera su calor. Pero, sólo tres días después, ¡horror sólo tres!, un incendio de nuevo, también sólo un intento lamentable que no llegó a más, y que se propagó por la gran Sala de la reina Isabel II
En los años del siglo racionalista, académico, científico e ilustrador -siglo XVIII- el gran rey español Carlos III promueve, gracias a ministros extraordinarios, la construcción de un grandioso edificio para albergar instituciones académicas y científicas, que ya por entonces proliferaban en todas las cortes europeas que se preciasen de ser modernas y avanzadas, como el siglo.  El edificio, diseñado por Juan de Villanueva, tenía el estilo propio de su momento, un Neoclasicismo racional, estilo requerido ya por las formas y maneras con las que se identificaba la época. Para cuando la gran obra finalizó, el rey Carlos III no pudo verlo ya. Pero él no fue el único que no pudiera entonces verlo para lo que fue originalmente diseñado. Nunca se pudo inaugurar para lo que aquellos hombres decididos quisieron. La pronta Guerra de la Independencia española frente al invasor ejército francés de Napoleón, 1808-1813, lo convirtió en un cuartel improvisado, y las propias planchas de plomo de sus tejados neoclacisistas dejaron también de ser para ese momento una protección a lo que llegara a albergar. Todas se convirtieron en balas.
Años después de finalizar la guerra, en 1818, el nuevo rey Fernando VII -al parecer sobre todo su esposa Isabel de Braganza- impulsó la remodelación del grandioso edificio. Lo hizo para custodiar allí todas las maravillosas obras maestras de la pintura universal acaparadas durante siglos por la corona española. Con los años se ampliaron recintos anejos al edificio principal, hasta que incluso se terminó ya un área central absidial de éste en el año 1853, durante el reinado de Isabel II. Entonces se decide dedicar este espacio sobrevenido para una nueva sala de obras maestras. El gran espacio, situado además en una planta principal que le permitía así observar las estatuas grecorromanas de la planta inferior, concentró por entonces una maravillosa recreación variada y mezclada de la más alta generación artística que nunca quizá espacio cerrado alguno haya podido albergar jamás
Un crítico español llegó una vez a decir de este lugar: "Rafael y Velázquez juntos; Rubens y beato Angélico; Tiziano y Ribera, etc., en nefando contubernio, se perjudican de modo deplorable, y sería menester tener la retina de bronce para no sacarla herida de la contemplación de tales contrastes. [...] Lo lógico, lo natural, lo indispensable es arreglar los cuadros en orden cronológico, exponiendo juntos los de un mismo autor, y después los de sus discípulos, que es el modo de hacerlos lucir más. El barullo actual es bochornoso". Cuando se celebraron los homenajes por el tercer centenario del nacimiento del gran Velázquez durante 1899, el Museo del Prado sustituyó aquellas pinturas por una selección de obras del maestro sevillano, así éstas fueron a parar a la Sala de Isabel II. Entonces nadie protestó, tan merecido respeto traería a todos el encumbramiento del Arte español de la mano de uno de sus más grandes, creativos, originales y barrocos pintores.
El Liberal fue un periódico español que se editó por primera vez en Madrid en mayo de 1871. De muy marcado progresismo para el momento conservador vivido entonces por España en aquellos años, defendió sin embargo una nunca vista en el país mayor libertad de prensa, con un gran rigor, imparcialidad y amenidad a la vez. En este diario, se publicó en noviembre de 1891 un artículo que llevó, incluso, a muchos lectores a llegar a alarmarse dirigiéndose corriendo hacia el Museo del Prado aquella fría mañana madrileña. Escrito por uno de los mejores redactores tenidos entonces en España, no se le ocurrió otra cosa mejor a éste que, desde la más fina ironía, llegar a las conciencias de todos para evitar lo que, según él, algún posible y fatídico día pudiese llegar a ocasionar a  la más excelsa emoción universal. Escribió entonces, entre otras cosas, esto:
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A las 2 de la madrugada, cuando ya no nos faltaban para cerrar la presente edición más que las noticias de última hora que suelen recogerse en las oficinas del Gobierno civil, nos telefoneaban desde este centro oficial  las siguientes palabras, siniestras y aterradoras:
- El Museo del Prado está ardiendo.
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La premura del tiempo y lo angustioso de las circunstancias nos impiden entrar ahora en pormenores acerca de la fundación del Museo de Pinturas, ni en la descripción de sus espléndidas salas, ni en las reseñas de sus riquísimos tesoros.
Tiempo nos quedará -si la jettatura del señor Cánovas no acaba con todos los españoles de una vez- para recordar a la patria lo que a estas horas está perdiendo, como lo pierden también la Humanidad y el Arte, por culpa de la imprevisión oficial.
Sí; la maldita y sempiterna imprevisión de nuestros gobiernos ha sido el origen de esta tristísima catástrofe. Parece ser que el fuego se inició en uno de los desvanes del edificio, ocupados, como es sabido, a ciencia y paciencia de quien debía evitarlo, por un enjambre de empleados y dependientes de la casa.
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Un brasero mal apagado, un fogón mal extinguido, un caldo que hubo que hacer a media noche, una colilla indiscreta... y ¡adiós Pasmo de Sicilia!, ¡adiós cuadro de las Lanzas, ¡adiós Sacra Familia del Pajarito!, ¡adiós Testamento de Isabel la Católica!, ¡adiós, Vírgenes y Cristos, Apolos y Venus, héroes y borrachos, reyes bufones, diosas de Tiziano y anacoretas de Ribera, visiones de Fra-Angelico y desahogos de Teniers! .....
El incendio está en todo su horrible apogeo, y el Museo del Prado, gloria de España y envidia de Europa, puede darse por perdido. Con lágrimas en los ojos, cerramos apresuradamente esta edición, reproduciendo la siguiente carta que nos envían desde el sitio del siniestro: "Amigo y Director: Creo que, para ser esta la primera vez que ejerzo de reporter, no lo hago del todo mal. Ahí va, en brevísimo extracto, la reseña de los tristes sucesos...que pueden ocurrir aquí el día menos pensado.
Tuyo,"
Mariano de Cavia.
(Extracto del artículo publicado en el periódico El Liberal de Madrid el 25 de noviembre de 1891).
(Fotografía del Museo del Prado, con la estuatua del gran Velázquez enfrente; Óleo del pintor flamenco David Teniers, El archiduque Leopoldo en su Galería de Pinturas en Bruselas, 1650; Óleo El Pasmo de Sicilia, del pintor del renacimiento italiano Rafael Sanzio, 1516; Cuadro Un  Anacoreta,  siglo XVII, del pintor español  José de Ribera; Cuadro del pintor sevillano MurilloSacra Familia del Pajarito, 1650; todas estas pinturas ubicadas en el Museo del Prado, Madrid, España;  Reproducción de la portada del periódico El Liberal,  Madrid, 1879; Grabado con el retrato del periodista Mariano de Cavia.)

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