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Una rosa amarilla para García Márquez

Publicado el 18 abril 2014 por Felipe @azulmanchego
Una rosa amarilla para García Márquez

SOBRECOGIDO POR LA muerte de Gabriel García Márquez, me permito acudir de nuevo a mi libro 'Hotel Ritz. Un siglo en la historia de Madrid' para rendir mi particular homenaje al escritor y maestro de periodistas. "Aunque se sufra como un perro, no hay mejor oficio que el periodismo", dejó escrito el premio Nobel colombiano. (Foto: Reuters. Última aparición pública del escritor, el 6 de marzo de 2014, a las puertas de su domicilio en la capital mejicana, con motivo de su 87 cumpleaños. El autor, que no hizo declaraciones, escuchó sonriente las felicitaciones de sus seguidores y vecinos con un ramo de rosas amarillas entre las manos.)

Gabriel García Márqueztambién ha sido cliente del Ritz. En una de las ocasiones, 25 de octubre de 1985, bajó al jardín del Hotel para tomar un refresco aprovechando el cálido sol otoñal de Madrid. El joven camarero que le atendió, ferviente admirador de su obra, le llevó también una rosa amarilla que el sorprendido escritor agradeció sinceramente. Durante un buen rato estuvieron hablando de todo un poco aunque, fundamentalmente, de literatura. El empleado del Hotel le recordó un artículo que había escrito cuatro años antes, diciembre de 1981, en El País bajo el título  Cómo sufrimos las flores. Comenzaba así: "Para que vuelva a entrar la buena suerte en una casa desollada por la desgracia no hay nada más eficaz que un ramo luminoso de flores amarillas. Es incluso un conjuro invencible contra las nubes oscuras que suelen perturbar en ciertos días inciertos el oficio misterioso de escribir. Cuando los dedos se nos enredan en la tecla equivocada, cuando no conseguimos que los personajes respiren con su aliento propio en el ámbito de la novela, cuando uno no encuentra la palabra compasiva que los ayude a morir sin dolor, es porque algo falta en el aire del cuarto en que se escribe. Y lo que falta casi siempre es una flor". Durante aquella estancia en el Hotel, Gabo siempre tuvo una rosa amarilla sobre su mesa de la habitación 306.

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