Revista Opinión

Una visión del capitalismo

Publicado el 20 noviembre 2010 por Crítica

El “capitalismo” es un sistema moral, por eso funciona.
Uno de los grandes errores de la Humanidad ha sido dar por buenas las definiciones del socialismo y del marxismo; todas ellas tendenciosas y creadas para sustituir a los verdaderos conceptos con el objeto de crear confusión a su alrededor. Como veremos, la intención de esta terminología siempre ha sido la destruir la claridad conceptual para meterse en las conciencias por la puerta falsa del idealismo y desde ahí imponer un sistema de valores distinto.
Un ejemplo de esta palabras tendenciosas es ‘solidaridad’, que se popularizó en Francia en la segunda mitad del XIX para superar el concepto tradicional piadoso de la Caridad, y que se convirtió, de la nada conceptual, en la base moral del socialismo.
Otro ejemplo de término tergiversado es ‘burguesía’. Pasa de definir al conjunto de personas que viven en un burgo o ciudad, a convertirse en una categoría de la Humanidad que define a los propietarios de los medios de producción. Si a los patriotas de los Países Bajos que lucharon contra la dominación española el siglo XVII les hubiesen dicho que en realidad eran, según Marx, revolucionarios burgueses, sin duda, se hubieran reído en sus barbas por lo absurdo y lo simplista. Pero es que incluso los revolucionarios franceses de 1789 tuvieron que esperar hasta 1848 para enterarse de que habían luchado en una ‘revolución burguesa’. Sin duda, Danton, Marat o Robespierre se sorprenderían de ver el poco entendimiento que el escritor renano puso en comprender sus actos y sus palabras.
Probablemente el término que más éxito ha tenido del marxismo es precisamente el de su antítesis: el "capitalismo". Si bien, la teoría económica de Marx es una contrastada sucesión de estupideces, lindantes con la superstición cuyas tesis “científicas” hoy no se aplican en ningún manual económico del mundo moderno; lo cierto es que hasta hoy en día, habiendo fracasado de una forma ignominiosa, aún sigue manteniendo esa atracción de lo místico y de lo arcano.
Etimológicamente el término 'capitalista' ya era utilizado en el siglo XVIII, y aparece en alguno de los Cuadernos de quejas dirigidos a Luis XVI y que apoyaban las denuncias de las ciudades para la convocatoria de los Estados Generales. Si el término 'capitalista' sale en esos escritos no es como denunciado, ni mucho menos, sino que aparece en la misma lista que el panadero o que el carpintero. Vendría a ser en el siglo XVIII lo que el director de una sucursal bancaria de hoy en día: alguien que presta capitales, que asegura bienes y que le saca rendimiento al dinero. Así lo recogió en 1867 Proudhon, a quien se le atribuye la paternidad del término. No fue hasta la irrupción de Marx que se hizo de los capitalistas unos seres malvados, que agrupados en una “clase social”, hasta entonces desconocida, que se dedicaba a maquinar para empobrecer a la otra “clase social”: el "proletariado".
Esto nos lleva al meollo de la cuestión: para el socialismo y el marxismo hay una perversidad moral inherente al capitalista, que le convierte en un ser socialmente dañino. Para Marx (y el socialismo) la tara moral del capitalista es el deseo insaciable de acaparar bienes materiales sin importarle las consecuencias; por tanto desligándose de toda noción ética. Todo esto se plasmó ad-hoc en la obra cumbre de Marx: El Capital. En estos ensayos amontonados, en parte publicados tras su muerte, se trata de dar cobertura mediante una cierta apariencia científica a los mismos presupuestos que pretendían demostrarse, o sea: que el "capitalismo" que el mismo se inventa para dar rienda suelta a sus pasiones revanchistas, es un error (pues haberlo inventado mejor ¿no?). De hecho El Capital es una obra inconclusa, que en propia vida de Marx ya se demostró fallida en sus principales presupuestos; como por ejemplo, que el sistema de producción capitalista se destruiría a través de crisis cíclicas cada vez más pronunciadas.
Lo cierto es que Marx únicamente ha dejado por escrito términos como ‘capital’, ‘forma de producción capitalista’ y ‘capitalistas’, sin embargo, al menos por escrito, nunca se refierió al ‘capitalismo’ en sí. El autor que popularizó el término fue Werner Sombart en 1902, en su obra El capitalismo moderno. Es como mínimo paradógico que Adam Smith, a quien se le atribuye la paternidad del "Capitalismo", tuviera que esperar más de ciento treinta años para conocer el nombre, y hasta la esencia, de su propia criatura intelectual.
Fue otro pensador alemán: Max Weber con su obra La ética protestante y el espíritu de capitalismo quien en 1904 recogió el guante y, aceptando tácitamente los preceptos marxistas, los puso en positivo, demostrando que detrás del sistema perverso que denunciaban los socialistas había mucha más moralidad de la que estos le atribuían (que de por sí era básicamente nada). Weber fundió las premisas éticas de la religiosidad protestante con el capitalismo económico y demostró que éste influía en la prosperidad económica de las naciones y en la mejora de la calidad de vida de la gente.
Sin embargo, Weber, fallecido en 1920, no tuvo demasiado tiempo para comprobar las secuelas de la ética socialista en la economía y en la vida de las naciones. Sin duda hubiera tenido tema para varios tomos. Por ejemplo, no supo lo que era una nación sin Dios y sin religión, ni como aquello afectaba a la gente y a su sentido de la Justicia. En los aspectos económicos Weber no llegó a saber de la ineficiencia de la economía socialista, de la miseria a la que irremediablemente conducía a las naciones, de la sumisión de los trabajadores al estado, del trabajo esclavo, de la represión del pensamiento. Todas estas maldiciones han sido inherentes y verificables allí donde el socialismo ha impuesto su modelo de sociedad.
¿Pero qué hace que el “capitalismo” sea un sistema moral y además funcione, mientras que el socialismo no? ¿Qué hace que Corea del Norte sea un país bárbaro y atrasado y Corea del Sur la novena potencia mundial? Obviamente no es la ética protestante; en este caso hay algo más que sin embargo sí está en la obra de Weber.
La economía liberal, usualmente confundida con el “capitalismo”, es un sistema de pactos: los contratos. Estos están basados en la igualdad y en la dignidad de dos personas que buscan el muto beneficio. La idea del beneficio no termina necesariamente en acaparar como pretenden los marxistas, sino en mejorar las condiciones de vida cada de cada cual ya sea material, intelectual o espiritualmente. Las reglas éticas que hacen funcionar el “capitalismo” son bien sencillas: puntualidad, honestidad, respeto, pudor, paciencia, pulcritud, corrección y superación. No tienen nada que ver con el protestantismo y sin embargo son las mismas que han funcionado tanto en la Suiza calvinista, en la Holanda protestante, en el Japón sintoísta, en la Corea del Sur budista; por no mencionar los Estados Unidos, República Federal Alemana, Gran Bretaña, o incluso en España, cuando los ha aplicado generosamente.
Desde el socialismo no se puede entender que estas pequeñas reglas éticas basadas en el respeto y la dignidad individual, tengan más peso moral que su magnífico sistema de concienciación y de cambio social dirigido. El socialismo parece no querer entender que un acto delictivo o inmoral dentro de sistema de producción “capitalista” (pongamos un hurto, una estafa o un desfalco) es más fácil que sea denunciado, castigado y erradicado dentro de este sistema ético "capitalista", que dentro de uno socialista; porque a quien perjudica no es a una entidad ajena: empresa, estado, clase social; sino que afecta en lo moral a las personas libres, responsables y dignas que han visto rotos los pactos que contrajeron. Por eso la justicia de las naciones que se rigen por el sistema liberal “capitalista” funciona y defiende al trabajador, mientras que la justicia del estado socialista es una pantomima que termina en el absurdo de que el empleador es quien juzga al empleado.
La Historia parece que sólo tiene ejemplos de naciones que pretendiendo traer la igualdad y la justicia social solo han conseguido diseminar la miseria, el silencio y el maltrato hacia su propia gente. Sin embargo, otras naciones que han sido vilipendiadas por no comulgar con las mentiras del socialismo: mentiras como la solidaridad, las clases sociales, los delirios sobre las relaciones laborales y de propiedad, etc., son las que han experimentado las verdaderas democracias políticas y han disfrutado de los beneficios del progreso. Por descontado, también han sido infinitamente más justas con los suyos. Esto no deja de ser una demostración palpable de la moralidad de un sistema frente a la inmoralidad de otro.


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