Revista Cultura y Ocio

Unos poemas de Obsolescencia programada de Víctor Peña Dacosta

Publicado el 19 junio 2019 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

El poeta Víctor Peña Dacosta (Plasencia, 1985) acaba de publicar el libro Obsolescencia programada en la editorial RIL.
Dejo aquí una muestra de los poemas que contiene este libro: Unos poemas de Obsolescencia programada de Víctor Peña Dacosta
Alzado de la rutina Tiene siete notificaciones nuevas. Madres solteras, padres ausentes y niños con llave. Altazor es una línea de bajo coste.
Ariadna ha publicado un nuevo hilo en Twitter.
El desafío soberanista, la reforma constitucional, tribulaciones de la clase media. Pequeñas mentiras en el Big Data.
Meninas haciéndose un selfie en los baños del instituto. El amor es un estado de Facebook.
El deseo viaja por webcam. A veces la conexión falla.
Banco de recuerdos virtuales. La amistad es un algoritmo.
Cambios en la política de privacidad.
Configuración personal Eres un turista en tu propia juventud. Sick Boy
Lo último que aprendí fue la tabla del nueve. Desde entonces he sobrevivido.
Y siempre, lo reconozco, he tenido miedo de despertarme y comprobar que todos mis recuerdos son solo el reflejo de cómo imaginaría la vida en sueños un chaval de, pongamos, siete años.
Yo tampoco recuerdo a qué edad di mi primer beso y la pelota que arrojé de niño sigue perdida en el trastero.
He estado enamorado un par de veces y lo han estado de mí otras tres o cuatro.
Tengo treinta y tres años y acabo de nacer.
Cuatro por nueve son treinta y seis.
Himno generacional
Se nos rompían enseguida los chándals y nuestros padres, que no reparaban en gastos, compraban ordenadores carísimos que quedaban obsoletos en dos años. Poco sacrificio en esos años de burbuja inmobiliaria.
Todas las fiestas eran de disfraces.
Cambiábamos de todo a la mínima.
Muchos cambiamos incluso de equipo de fútbol, de ciudad, de trabajo o de bebida preferida. Seguimos adelante sin mirarnos y acabamos buscando la sombra en cubículos para fieras.
Acabamos pasándonos al diésel, al pádel y a las drogas de diseño.
Encontramos vuelos baratos y ofertas de telefonía móvil. Abandonamos las llamadas para siempre y compramos el último CD.
Nosotros inventamos las series de culto.
Nos fuimos a vivir al extrarradio olvidando que hace falta un refugio mejor para escapar de uno mismo.
Nos llevamos siglos de ventaja.
Lost in Google Translate Todos queremos que nos encuentren. Bob Harris Los alemanes tienen una palabra para expresar la nostalgia que uno siente hacia el lugar donde nunca ha llegado a estar. Es fernweh.
En inglés existen distintos tipos de sonrisa: entre ellos, smirk, con pocos dientes, o grin, con muchos.
En algunas lenguas bantúes, ilunga es quien perdona una misma ofensa dos veces y a la tercera se enfada.
En tagalo, gigil es el deseo irresistible de abrazar a alguien que es muy rico o muy guapo. O ambas, a ser posible.
Schadenfreude: dícese de alegrarse en alemán de las (pequeñas) desgracias ajenas.
Aware es, para los japoneses, esa melancolía que se siente al vivir un momento de belleza fugaz y trascendente.
Por su parte, koi no yokan expresa cuando conoces a alguien y sientes que tarde o temprano os vais a enamorar el uno del otro.
Cafuné, en portugués brasileño, es el acto de pasar los dedos a través del pelo de la persona que amas.
Por su parte, los angloparlantes alucinan cuando les explicas lo que es la “dentera”:
No tienen palabra para ese concepto.
La sociedad del cansancio
Eneas lleva siempre el GPS puesto por si acaso se distrae con la radio o con el tráfico.
Tiene toda su vida almacenada entre el móvil y la nube. También usa aplicaciones piratas para evitar controles policiales.
En general, se siente seguro al volante aunque a veces sube el volumen de la música y sueña con dejarse llevar.
(Otras piensa que sería bonito ser padre si tuviera pareja estable).
Al final aparca en cinco maniobras en la plaza de garaje de su apartamento y se pasa la tarde viendo porno.
Una educación sentimental
Mis padres: Romeo y Julieta.
El porqué de mis peinados. Los sitios conocidos. Llamadas telefónicas.
El fin de semana perdido. La leyenda del tiempo. El secreto de las fiestas. La huida hacia delante. El hundimiento.
Ladies and gentlemen we are floating in space.
Las partículas elementales. El fin del mundo en las televisiones. Las célebres órdenes de la noche.
Pills´N´Thrills and bellyaches.
Sexo tras unos días sin vernos. Cómo hemos llegado a esto. Haz lo que te digo.
La lógica de los accidentes.
Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr. I am a bird now.
La caza
Fuiste poderoso hace no tanto, las sonrisas se helaban al oír tu nombre.
Hoy te sabes solo y viejo, con una mujer que no te quiere y amigos que te dan la espalda.
Resisten apenas algunos fieles y restos de stock a buen resguardo.
Poca cosa. Han olido sangre.
Quedan escapadas esporádicas, putas caras y sirvientes que cumplen el contrato: decadente ocaso de un imperio que parecía eterno.
La dinastía acabó en aborto. Acaricias la escopeta. La cacería ha comenzado.
Deshabituación
La lección más valiosa llega normalmente demasiado tarde: un alcohólico solo puede desengancharse si confía en otro alcohólico.
Es como fugarse de la cárcel en una de aquellas malas películas: coge tu alma y corre.
(En fin, tú ya lo sabes: casi siempre te sobran los amigos, porque hablan demasiado. Y tú necesitas cómplices.)
La adicción en la mayoría de los casos es una enfermedad con la que naces. Otras veces se desarrolla. La alimentas con tu sangre como a una planta carnívora.
Pero una vez la has contraído serás adicto toda la vida. Bebas o no, te drogues o no, adicto. Para siempre. No lo olvides.
Vivirás siempre solo donde la ebriedad.
Notarás a veces un vacío, como de nihilismo o hambre atrasada. Pero es sed. Aprende a distinguirlo y mimarlo: es más tuyo que ninguna otra cosa.
De lo demás, puedes olvidarte: nadie te comprende. Y acéptalo: nadie te va a querer hasta que aprendas a quererte solo.
Solo una.
Autobiografía
Yo voté a Reagan por miedo al comunismo.
Pasé delante del cadáver de Franco y aparqué en la Via Caetani el coche que llevaba el cuerpo de Moro.
Cuando hizo falta grité “a Barrabás” con toda la fuerza de mis pulmones.
Yo fui uno de los campesinos que denunciaron al Che y los suyos. Y también estuve entre los guardias civiles que intentaron tirar al suelo a Gutiérrez Mellado.
Yo vi a un tirador en la loma de Dallas pero no dije esta boca es mía.
Me chivé de mis vecinos judíos escondidos en un falso techo. Pero lo hice porque tenía miedo.
No me mires así: tú habrías hecho lo mismo.
Zweig murió por los pecados de alguien pero no por los nuestros. El espíritu áspero
El mundo no tiene arreglo. Ya no nos quedará París ni tomaremos el cielo. Probablemente tampoco podamos encontrar a nuestros viejos amigos ni volverán tiempos mejores.
No van a resucitar nuestros padres, jamás ganaremos lo que queremos ni refundaremos la democracia.
Va siendo hora de admitirlo: buscamos bastante pero nunca nadie supo nada de campos de amapolas blancas.
El paso de las olas (featuring Álvaro de Campos)
A veces me conformaría con sentir algo de cualquier manera. Sentir, por ejemplo, que vivo un poco en alguna parte, que soy la misma cosa de otro modo. O yo qué sé.
Confundí a los colegas y los amigos. Me porté bien con quien no debía. Me esnifé hasta las cenizas de Gramsci. Hice cosas que no debería haber hecho.
Me porté mal con quien no lo merecía, perdoné porque resultaba más cómodo. Sobreviví a mi propio Holocausto. Pero mi foto de perfil me juzga con condescencia.
Y ya no me simpatiza nadie y cometería todos los crímenes por sumergirme en mi propio vicio.
Y me cuelo en todos los selfies y me echan de todas las ciudades.
Mi esófago palpita como un corazón postizo.
No sé si siento de más o de menos, no sé si la vida es poco o demasiado para mí.

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