Revista Espiritualidad

Va siendo hora de ser libres

Por Agustin Grau @agustgrau

Voy a contar una película que estoy seguro es de las más absurdas que hayas escuchado jamás. Es la película sobre la vida que nos han contado a muchos.

He dicho una, pero en realidad son dos películas.

 

En la primera nos dijeron que la vida consistía en trabajar mucho, esforzarse mucho, competir mucho y, por supuesto, sufrir mucho (el valle de lágrimas). Algún objeto debía tener todo aquello: seguramente continuar trabajando mucho, esforzándose mucho y compitiendo mucho, para seguir sufriendo mucho.

 

En la segunda nos dijeron que había un camino más fácil (para los privilegiados, seguramente), que consistía en ir a la universidad, sacarte un título y esperar a que alguien te llamara para hacer algo en alguna empresa ( en algún sitio, daba igual). Qué había que hacer y qué recibías a cambio, por lo visto no importaba mucho. Si cuando terminabas en la universidad te cansabas de esperar porque nadie te llamaba, siempre podías volver otra vez a ella para seguir estudiando más de lo mismo y así conseguir demorar un poco más la salida (¿no quieres caldo? Toma dos tazas). Al final, de todas formas, te enfrentabas a la realidad: seguir esperando para que alguien se hiciera cargo de ti, porque por lo visto no existían más soluciones.

 

En los dos casos anteriores se trataba de una película muy parecida: una película en la que al parecer había que hacer muchas cosas (con mucho esfuerzo) para tratar de conseguir algo (más bien poco), y en la que no había mucho espacio para los sueños, las ilusiones, los deseos y en general todo aquello que nos hiciera más felices. Que aportara algún sentido a la vida. Que proporcionara algún deleite, algún disfrute. Que nos conectara más con la verdad que albergábamos dentro de nosotros (aunque no supiéramos definirla, pero sí reconocerla).

 

Esta es la película que nos han contado a muchos, la película en la que nos planifican una vida que consiste en estudiar, trabajar, obedecer normas, no  cuestionar, no dar mucho la lata, asentir y, si te sobra algo de dinero, comprar productos.

Los productos cada vez se rompen antes, cada vez son más caros y cada vez son más absurdos. Muchos de ellos no sabemos ni para qué sirven ni para qué los compramos. Pero lo hacemos porque la cosa funciona así, el sistema funciona así. Unos hacen cosas con el trabajo de otros, que después compran las mismas cosas que han fabricado, y que para pagarlas tienen que seguir trabajando -o endeudándose: otra película, pero ésta ya de ciencia ficción-.

 

Sinceramente me gustaría que alguien me explicara el sentido de todo esto. Lo digo sinceramente.

Y también me gustaría que si alguien no le ve sentido, pero lo hace y tiene previsto seguir haciéndolo, me explique el porqué. Me gustaría conocer ese porqué para intentar comprender un poco más la naturaleza humana, la raza humana, esa especie que vive dentro de una película haciendo cosas que no sabe muchas veces a dónde le conducen.

Una especie a la que por lo visto le encanta vivir de rodillas sin tener el coraje de decir: señores, hasta aquí hemos llegado. Soy un ser humano, soy un ser libre, y a partir de ahora la película se terminó. Ahora decido yo. Tengo mente, cuerpo y alma. Y me los dieron para algo.

 

Si crees en lo que digo, si en el interior de tu ser vibra alguna fibra que haya sido tocada por estas palabras, si puedes reconocer la verdad en lo que digo más allá de los vocablos, de las formas, de las  composturas, de las máscaras… te pido que compartas para que podamos, al menos, mirarnos un poco a la cara y recuperar la dignidad.

Compártelo si crees que eres libre y que estás aquí por algo.

Compártelo si crees que el amor, la plenitud y la realización son las metas que hemos venido a alcanzar.

 

Y no hace falta que te diga que te deseo lo mejor.

 


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