Revista Opinión

Vaivenes del infierno y el demonio

Publicado el 26 octubre 2019 por Carlosgu82

Leo al jesuita Enrique Maza: “Existe una doctrina en la Iglesia sobre el diablo, pero no es un dogma de fe Hay muchas cosas en la Iglesia que son de pensamiento libre, que no pertenecen al núcleo del dogma, a la doctrina central En la Iglesia hay gente que cree honestamente en la existencia del demonio, yo respeto profundamente su creencia, como pido respeto para la mía. El mismo Papa ha dicho, y lo ha repetido mil veces, que el diablo existe Para él es un ser personal, un espíritu, como una persona sin cuerpo, algo así como las almas de los hombres Es una opinión muy respetable con la que no estoy de acuerdo. De manera que el diablo, los ángeles, el limbo, el purgatorio y todas esas cosas no son ningún dogma de fe”. La Iglesia ha tenido ideas cambiantes sobre el tema. Mientras el jesuita parapsicólogo Óscar González Quevedo niega de plano las posesiones diabólicas, el exorcista Gabriele Amorth se quejaba amargamente de que no hubiese más exorcistas. Un repaso sobre las opiniones de los últimos cuatro papas, sin contar a Juan Pablo I quien no tuvo tiempo de opinar sobre casi nada, nos muestran esos vaivenes. Dijo Paulo VI: “El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehúsa reconocerla como existente; e igualmente se aparta quien la considera como un principio autónomo, algo que no tiene su origen en Dios como toda creatura; o bien quien la explica como una pseudorrealidad, como una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias”. El mal tiene una causa eficiente y no deficiente, con eso san Paulo VI vertió una opinión diametralmente opuesta a la de san Agustín, para quien el mal físico solo es una privación, una ausencia de bien, una corrupción de la forma, orden y belleza de las cosas y no tiene un causante porque no es algo real, mientras que el mal moral –el pecado- surge del libre albedrío humano, no influenciado por ningún tentador. Para el padre de la Iglesia, el demonio es como un perro encadenado, solo muerde a quien se le acerca, pero ese acercamiento sería fruto de la libertad humana. Juan Pablo II suavizó la doctrina sobre el infierno en una audiencia así: “El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría». La ambigüedad de la expresión “más que un lugar” es patente. Para evitarla, Benedicto XVI afirmó que el infierno sí es un lugar en una audiencia con motivo de la cuaresma: “el infierno existe y el castigo eterno ocurre en un lugar físico y no ‘mental’”. Pero el actual papa Francisco afirmó en una homilía del 2015: “El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie eternamente” Francisco ha rechazado las penas de sentido, o sea, el castigo físico en el infierno. Así dijo: “La condenación eterna no es una sala de tortura… Y aquellos que no serán recibidos en el Reino de Dios es porque no se han acercado al Señor. Son aquellos que siempre han ido por su camino, alejándose del Señor y pasan ante el Señor y se alejan solos. Es la condenación eterna, es este alejarse continuamente de Dios”. En esta concepción, el infierno se parece nuevamente a un estado del alma, no a un lugar físico de torturas, es un apartarse de Dios, por tanto, no necesita a un demonio que actúe de verdugo allí mientras hace de tentador aquí (eso mientras él mismo sufre las penas a las que somete a los humanos, como el Lucifer de Dante, hundido en el hielo mientras roe las cabezas de los traidores en el noveno círculo).

Recordemos que según santo Tomás de Aquino, para que fueran posibles los tormentos del infierno era necesario que los réprobos resucitasen. Sus oscuros y desagradables cuerpos serían consumidos eternamente por un fuego que no se apaga. Jorge Luis Borges se burló de las justificaciones teológicas para un castigo eterno, especialmente aquella de que el pecado, es una ofensa infinita porque se hace contra un ser infinito y merece un castigo infinito. Dijo que eso era como argumentar que la ofensa contra un tigre tiene que ser tan rayada como el tigre.


Volver a la Portada de Logo Paperblog