Revista Cultura y Ocio

Veinticinco centavos

Publicado el 02 diciembre 2013 por Regina

 

No me gustan los limosneros. Fui educada en la idea de la mendicidad como un arrastre del pasado, una viveza para tener ingresos sin trabajar. Del Período Especial para acá he variado mi punto de vista; he visto gente muy anciana pidiendo, casi con pena, con una dignidad que nada tiene que ver con el acto de pedir. Como contrapartida, han aparecido profesionales de la mendicidad en zonas turísticas. Mujeres jóvenes piden para comprar leche a los bebés alquilados que cargan, o creyéndote extranjero, te pueden acosar con una colostomía falsa.

 

Ayer encontré en mi camino a una mendiga. Mientras avanzaba hacia ella, le calculé dos terceras partes de viveza y la otra, de locura. Sentada el quicio de una calle interior de 5ta. Y 42, una de las tiendas en divisas más concurridas de la ciudad, su posición estratégica le permitía abordar a todo el que entrara o saliera por la calle 40, en especial a los que usan el parqueo. El automóvil en Cuba continúa representando cierto estatus, aunque se trate de un Polaquito. Según mi costumbre, pasé de largo. Iba sola y no había nadie más, por lo que, lo que dijo, si era con alguien, era conmigo.

 

– Esto es el comunismo.

 

Regresé junto a la mujer y para darme tiempo, rebusqué en mi cartera sin encontrar el monedero.

 

–¿Por qué dice eso mi vieja?, ¿No se suponía que en el comunismo usted no estuviera ahí?

 

La mendiga no me miró, tampoco me había mirado antes. Su mirada vagaba del cuenco semivacío de monedas a sus pies a la pared de enfrente. Escueta y contundente, se ganó el chavito que me costó este posteo:

 

–Trabajé 35 años y estoy aquí. Esto es el comunismo.

 


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