Revista Cine

Ver mundo

Publicado el 05 junio 2013 por Jesuscortes
VER MUNDO No hay que ser demasiado sagaz para advertir que "Bonne chance!" es el resultado de una luna de miel. Casado en febrero, ya por tercera vez, con Jacqueline Delubac, Sacha Guitry filma en abril no su debut, pero sí su obra fundacional, la primera de una voraz decena de obras maestras producidas en apenas cuatro años y hasta su divorcio de Jacqueline poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial; todas menos una, con ella de protagonista.
Sus declaraciones (declamaciones más bien: pocas concesiones ni segundas lecturas eran posibles ante sus ingeniosos parlamentos), siempre tan vitriólicas como elusivas, en nada discernían romance de realidad, pero pocas veces en la historia del cine ha virado de tal manera la carrera de un autor ya maduro (tenía cincuenta años) con una vida entregada al teatro, a escribir, lejana e incipientemente a la dirección de películas, ya fuese la veinteañera Delubac divina fuente de inspiración o sólo un afortunado acicate. Muy poco antes, en  "Pasteur", su primer largometraje, estrenado simultáneamente con "Bonne chance!" ese año de 1935 (y oscureciéndolo con su éxito de dominical serio), Guitry había ejecutado una suerte de desprendimiento de una serie de lastres de escenario apropiado para su cine subsiguiente. Básicamente incidió en ellos para asegurarse de no volver nunca más a necesitarlos.
Baste comparar esa híbrida y aún fría "Pasteur" con la exuberante "Le roman d'un tricheur" un año después, otra "biografía" ya opuesta en todos los sentidos, no sólo en la elección del personaje sino en su concepción del espacio, de la dirección de actores, en sus audacias y despreocupaciones narrativas, en sus cambios de tono, en su sentido del humor.
"Bonne chance!" parece pues la obra de un cineasta completamente nuevo.
VER MUNDO Viaje, decía, sí, pero como se vería más claramente un poco más adelante, viaje sobre todo mental, de la imaginación, que también puede materializarse - y nada fundamental cambia - si se sueña y se comparte la seducción experimentada sólo con el uso de la palabra.
Un vendaval de vitalidad y encanto, la peripecia bon vivant del clochard chapliniano Claude incorporado por Guitry y la bella Marie, gastando alegremente un dinero llovido del cielo por tres continentes en una celebración de la vida, estructura el film en rápidos episodios, un auténtico "ábrete sésamo" de sus recursos como cineasta.
Sorprendente anticipación de algunos elementos de "Limelight" y hasta de "A Countess from Hong Kong" más que deudora de alguna de las joyas mudas de Chaplin (interesante paralelismo con Pagnol: ambos debían supuestamente "demasiado" al genio inglés pero los dos filmaron grandes films sonoros antes que el maestro), "Bonne chance!" mezcla azar y lógica, delicadeza y pobreza, jovial aliento aventurero y una defensa del humanismo más radical: valemos por lo que pensamos, aunque no tengamos donde caernos muertos.
En ese terreno si se piensa un momento, tan difícil, que a veces parece el de Gregory LaCava y otras el de Ernst Lubitsch, se mueve hallando también un rigor moral irrenunciable "Bonne chance!", con simplicidad, divertidamente, regateando toda trascendencia.
Por momentos su mirada parece, como la del primero, casi "extranjera" (dura, desencantada, seca) que sólo se siente cómoda si se dirige a los peculiares, a los marginados, a los excéntricos.
VER MUNDO En la escena siguiente, se entrega, como el segundo, a una vindicación de tantos placeres que nos han hecho creer que son banalidades y que son la base de la libertad: hacer lo que nos dé la gana, comportarnos como niños, despreciar reglas.
Semejante combinación poco difiere de la formulada veinticinco años después por Jean-Luc Godard en "À bout de souffle".
El éxito de ese balance en las distancias cortas (las únicas que le interesan) tiene mucho que ver con el contrapunto crédulo de Delubac, que encaja sin pestañear el flirteo y las sorpresas continuas de Sacha como las parejas de Fred Astaire hacían con sus pasos de baile. En sus grandes ojos se refleja y casi flota Sacha, reverdeciendo viejos trucos e inventando citas cultas que parecen oídas en tugurios. 
Quizá sería aventurado hablar de "Bonne chance!" como la verdadera primera gran comedia del cine francés, el más antiguo y variado desde el principio, pero sí sería justo otorgarle la ovación que recibieron Clair y otros antes por films infinitamente menos contagiosos y originales.

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