Revista Filosofía

Verdad onírica

Por David Porcel
Escucho angustiado un fuerte ruido entrecortado. El ruido forma parte de mí. Soy ruido que está a punto de difuminarse. Temo por mi vida. Pero me distancio y veo que el ruido procede de mi televisor. Me distancio todavía más y compruebo, ya relajado, que procede de mi viejo televisor.
Así reza el sueño que tuve la pasada noche, y que rememora la intuición que ya tuviera Empédocles con aquello de las fuerzas de la Concordia y de la Discordia. Sí, como en el sueño, el ser recupera su individualidad por la distancia. El agua vuelve al agua, el aire al aire, y así con cada uno de los elementos. De aquella mezcla donde todo se confunde, por la distancia, gracias a ella, cada ente recupera su individualidad, vuelve a su ser, o su ser vuelve a él. Esta es precisamente la idea del sueño, sólo que, además, el sueño habla del sosiego y la tranquilidad asociándolos a la distancia. ¿Pero cómo podría ser de otro modo? Esta idea, que la distancia sosiega y pacifica es lo que andaba buscando para concluir mi trabajo sobre el exceso y la dispersión. Gracias, sueño.
Por turnos prevalecen en el curso del ciclo,se amenguan mutuamente y se acrecientan por turno         prefijado,pues sólo ellos son reales, mas en su mutuo recorrersese tornan hombres y especies de otros animales.Unas veces por Amistad concurriendo en un solo orden del         mundo, otras por el contrario separados cada uno por su lado por la         inquina del Odio,hasta que, en uno combinados, acabe por surgir en lo         profundo el todo.De esta forma, en la medida en que lo uno está habituado a         nacer de lo múltipley en la medida en que, a su vez, al disociarse lo uno, lo         múltiple resulta,en ese sentido nacen y no es perdurable su existencia.Mas en la medida en que estos cambios incesantes jamás        llegan a su fin,en ese sentido son por siempre inmutables en su ciclo.

Empédocles de Acragante, Acerca de la naturaleza

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