Revista Viajes

Veruela: tras las huellas de Bécquer

Por Mundoturistico

La orden monástica del Císter, de orígenes franceses, tuvo en su momento una gran repercusión en la sociedad, la cultura y la economía europea, dejando en España abundantes muestras de sus artísticos y sólidos conventos, apartados en fértiles lugares de paz y naturaleza. Son los llamados monjes blancos, también conocidos como trapenses o bernardos, que, como la gran mayoría de frailes, practican a su manera, entre los muros sagrados, el ora et labora benedictino. Hoy visitaremos una de sus pequeñas joyas: el cenobio aragonés de Veruela.

Santa María de Veruela

Muy cerca de Tarazona, en el valle del Huecha, pequeño río que baja del monte al Ebro, se encuentra Vera del Moncayo. Desde este pueblo, un breve paseo paralelo a la carretera nos acerca al Monasterio de Veruela, el más antiguo de Aragón. Dado su carácter de soledad y clausura, fue construido como una fortaleza autoabastecida: abadía, iglesia, hospedería, biblioteca, cocinas y refectorio, huerta, talleres, cuadras, pozo, graneros y demás dependencias. Tras su apogeo medieval cisterciense y su abandono posterior, fue ocupado por los jesuitas durante un siglo y está hoy en manos de la Diputación de Zaragoza, que lo mantiene restaurado y abierto a las visitas y a diferentes actividades de arte y cultura. Nada más llegar, impresiona su alto cerco amurallado y su entrada bajo el arco de recepción de la torre del homenaje.

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De frente, al fondo de un patio amplio sombreado de plataneras y cerrado a la derecha por la larga trasera del palacio abacial, renacentista, topamos con las arquivoltas y el rosetón de la portada románica de la iglesia, a la que accederemos desde la zona aledaña ajardinada de altos árboles, donde está la portería. Lo hacemos a través del claustro, un vasto cuadrado de galerías abiertas con ventanales en arcos tallados, que rodean un centro verde y se abren en diferentes compartimentos y capillas laterales.

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A la derecha, tras algunas dependencias no accesibles, saldríamos a los jardines exteriores; de frente, al otro lado de una puerta ahora cerrada, se levanta el espacioso monasterio nuevo; tomamos, a la izquierda, la galería siguiente, donde destaca la sala capitular, la de las reuniones del capítulo o asamblea de los monjes, gótica en su esplendor de columnas y arquería. Al fondo de la galería, justo en esta esquina del claustro, se pasa a la iglesia, edificación de porte catedralicio e impresionante cabecera, que ocupa todo el lateral norte, mirando a la huerta.

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Al final del rodeo, estamos de nuevo en el lateral oeste, por donde entramos, donde se abre un espacio, amplio y diáfano, dedicado a la vida y obra del poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer, que aquí se hospedó junto con su hermano, pintor, y ambos realizaron algunos de sus trabajos en estos austeros parajes: poemas, cartas, dibujos, cuadros, fotos, documentos que recrean dos vidas inseparables.

Los museos de Veruela

Antes de salir del recinto, entramos al moderno Museo del Vino y el Aceite, montado junto al antiguo aljibe del cenobio. Dispuesto en varios niveles hacia abajo, en salas comunicadas que muestran en fotos y paneles la historia de la vid y el olivo a lo largo de los tiempos, para centrarse, luego, en la denominación vitivinícola del Campo de Borja, que engloba toda esta comarca. En la tienda-exposición, arriba, nos espera la tentación de un buen tinto de garnacha. Ya fuera, al otro lado de la carretera, nos despide altiva la Cruz Negra becqueriana, un artístico cruceiro de piedra, humilladero de oración y peregrinos. Al fondo, blanco y protector, el Moncayo.

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