Revista África

Via Crucis en un barrio de Libreville

Por En Clave De África

(JCR)
A la entrada del“Moulin Rouge”, sobre un fondo rojo un letrero advierte que está prohibida la entrada a los menores de 18 años y exige “vestimenta correcta”. Pero no estamos .en París, sino en el barrio de Akebé, un hervidero de gente en el sur de Libreville, la capital de Gabón. Enfrente de este night club que aún no ha abierto sus puertas se desarrolla una escena que uno no se esperaría: un joven atado a una cruz es desatado y puesto en el regazo de una mujer que llora amargamente. Tres hombres con palos intentan contener a varias mujeres que hacen de plañideras

Unas 300 personas que acompañan este singular via crucis entonan himnos y rezan, puestos de rodillas mientras los viandantes, algunos de ellos musulmanes que vienen de la mezquita cercana, observan con respeto. Un flujo interminable de curiosos se acerca con sus teléfonos móviles para fotografiar la escena mientras algunos voluntarios ponen orden para que no se detenga el tráfico. Como cada año, la parroquia de los Reyes Magos, de los misioneros espiritanos, organiza esta celebración de la Pasión de Jesús el Viernes Santo por las calles del barrio de Akebé. Tras comenzar a las tres de la tarde, el cortejo ha pasado por las principales calles enfrente de mercados y de pequeños bares donde grupitos de hombres que comienzan sus vacaciones de Pascua beben botellas de la omnipresente cerveza Regaf, la más popular en Gabón. Muchos de ellos, al paso de la procesión viviente, dejan por unos momentos la mesita, se acercan, y tras santiguarse, observan con respeto.

Tras la última estación, hacia las cinco de la tarde, todos los feligreses entran en el recinto de la parroquia y los tres sacerdotes comienzan los oficios de la Pasión del Señor, que con una larga adoración de la cruz acompañada de cantos en francés y fang se extiende hasta las siete y media de la tarde. Tras cuatro horas y media de rezos, muchos feligreses aún tienen tiempo para acercarse a los sacerdotes y pedirles confesión antes de volver a sus casas. El padre Mathiew, un gabonés de mediana edad que no pierde nunca la sonrisa y la paciencia, cuando finalmente entra en el salón de la casa de los curas, a pesar de su cansancio aún tiene tiempo para llevarnos en coche de vuelta a la comunidad de los espiritanos a uno de sus compañeros, el padre Ferdinand, y a un servidor, y de paso parar en un chiringuito en una callejuela donde grupos de hombres ven vídeos de música o juegan al billar. “¿Tenéis pescado? No, pollo no, que hoy es Viernes Santo, pescado, pon tres platos con un poco de mandioca”, dice a la mujer que, con el niño a la espalda, coloca jureles y muslos de pollo en una parrilla alimentada por carbón vegetal.

Cualquier que haya vivido en África sabe que la gente vive su religiosidad de manera muy especial durante los días de Semana Santa. El día anterior, Jueves Santo, la misa se extendió durante tres horas en medio de cantos entonados por los cuatro coros de la parroquia que transportaban a toda la asamblea a rincones celestiales. El ambiente de palmas, pasos de danza y ritmo de tambor, contrastó con el final de la celebración de Viernes Santo, en silencio mientras la gente se saludaba sin decir palabra y tomaba el camino de su casa.

Tras tomar el jurel a la parrilla, el padre Ferdinand y un servidor tomamos también, a pie, el camino hacia nuestra casa. Que me perdonen mis amigos andaluces y castellanos, pero me acosté pensando que ni en Sevilla ni en Valladolid he visto nunca una procesión de Semana Santa tan bonita en mi vida.


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