Revista América Latina

Viaje al “país de las putas”

Publicado el 04 abril 2014 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

sombra mujerPor Vincenzo Basile

ANTES

Temporada de vacaciones. De invierno o de verano, no importa. Dos jóvenes amigos italianos, Marco y Luigi, entran en una agencia de viaje para pedir consejos sobre algún sugestivo destino. No saben el dónde pero sí están muy claros del cómo. Buscan diversión, pura y sencilla. Y a esta edad y en este contexto cultural, un viaje de diversión, sobre todo si es intercontinental, se traduce casi automáticamente en turismo sexual.

El empleado que los atiende, casi más entusiasmado que ellos, no tiene dudas al respeto. Cuba es lo que Marco y Luigi necesitan. En una orgia de machismo y grosería, les cuenta grandes historias sobre aquella tierra del sexo fácil, un país donde cada turista, con un mínimo savoir-faire y un rudimental conocimiento de la lengua, puede plácidamente conquistar los corazones -y poseer los cuerpos- de las exóticas mulatas antillanas. “Allí las chicas te comen vivo. Son putas por pasión y por vocación, no por dinero. Todas las cubanas llevan una puta por dentro. Todas”, quiere finalmente aclarar, para que no quepan dudas al respeto. Otra empleada, una mujer sentada en el escritorio al lado, escucha con mirada pícara la interesante explicación comercial y sin el mínimo pudor respalda con un tímido movimiento de cabeza todos los apasionantes pronósticos de su colega.

Trato hecho. Los dos jóvenes abandonan la agencia guardando cuidadosamente en sus manos la preciosa y poderosa mercancía que acaban de adquirir, esos dos billetes que en pocos meses les abrirán las puertas del paraíso del placer.

Las noticias empiezan a correr. Los dos futuros viajeros están cada día más eufóricos pensando en los quince días de sexo promiscuo que los están esperando al otro lado del mundo. Las lujuriosas esperanzas se convierten en razón de excitación masiva para todo el grupo de amistades. Todos los aclaman constantemente, los motivan, fomentan sus minúsculas autoestimas, imaginan con ellos escenarios, lugares y situaciones, y tratan de calcular -y de apostar sobre- el preciso número de chicas que Marco y Luigi -en función de embajadores oficiales del famoso e inigualable falo italiano- castigarán -así se dice- durante las dos semanas de su estadía en Cuba.

Empleados fantasiosos, amigos exuberantes, una industria turística, mediática y cultural toda construida sobre la imagen de la fácil y puta -siempre por pasión y nunca por dinero- mujer latina y una legislación cubana demasiado permisiva o ineficiente, cargan a la máxima potencia las aspiraciones y las hormonas de los dos aventureros, o mejor, dos sociópatas, incapaces de lograr un coito con una mujer italiana, y que ahora, de repente, se elevan a si mismos al rol de macho alfa en un abundante banquete de coños mojados que estarían desesperadamente buscando un placer físico que solamente dos vergas foráneas e italianas pueden otorgar.

DESPUÉS

Han pasado algunos meses. El viaje ya se ha dado. Marco y Luigi están en el avión que los está llevando de regreso a Italia. El largo tiempo del recorrido intercontinental parece insuficiente para prepararlos a enfrentarse al sumo juicio de sus amigos. Nada ha ido como habían pronosticado. Cuba no es el país que habían imaginado, no es la tierra de las vaginas caminantes que reciben con los labios abiertos a todos los que salen del aeropuerto. Su intento de reconstruirse ha fracasado. Su sociopatía se ha inevitablemente manifestado. Su aclamado savoir-faire, su guapería italiana y las pocas palabras de español que habían mecánicamente memorizado se han relevado inútiles para lograr sus propósitos.

De hecho han tenido relaciones sexuales. Muchas, muchísimas, considerando sus estándares italianos y su incapacidad de mantener una relación con el otro sexo en igualdad de condiciones. Han tenido que pagar. Día tras día, noche tras noche, un consistente número de prostitutas (las putas por dinero, no por pasión) han pasado por sus sucias camas, han concedido sus cuerpos, se han dejado violar, han otorgado intensos placeres carnales a los dos viajeros, protagonistas de una aventura que se anunciaba exaltante y que ha acabado en el máximo escualor.

El escualor no los preocupa. La cuestión que ahora se les presenta, mientras están a punto de volver a su triste e insatisfactoria realidad, es cómo contar esto a sus exaltados amigos, a los que hace pocos meses los animaban y exhortaban a castigar a un imprecisado número de putas cubanas; cómo decirles que los castigadores, en realidad, han tenido que pagar exorbitantes tarifas para pocas horas de falso placer; cómo poder admitir frente a la masa incitante que ni al otro lado del mundo han podido encontrar una normal y genuina relación sexual. Llámesele ego, machismo, orgullo, respeto por sí mismo, por si acaso saben que es, Marco y Luigi deciden no contar toda la verdad a sus amigos.

El avión hace las últimas maniobras para prepararse a tocar tierra italiana. Marco y Luigi parecen no darse cuenta de que el largo viaje está a punto de terminar. Se encuentran completamente absorbidos en sus charlas. Están definiendo los últimos particulares para perfeccionar su cuento; se repiten una y otra vez la que será la versión oficial de sus vacaciones, lo que podrán o no podrán contar, los ajustes y las ficciones. Repiten. Vuelven a repetirlo. Lo hacen una vez más. No podrán haber fallos, ni contradicciones. Tiene que ser un cuento perfecto para poder satisfacer las innumerables preguntas que llegarán en los próximos días.

El mensaje del capitán del avión interrumpe la construcción de su ficción. Han llegado a Roma. Salen del aeropuerto. Los amigos se acercan. «Hola» «¿Qué tal el viaje?» «¿Cómo están?» «¿Han follado mucho?». Es una pregunta lícita. Entre hombres estas cosas se hablan. Aun más cuando hay alguien que ha viajado a Cuba.

El paquete completo de la sucia transacción económica, besos, caricias, roces de los cuerpos, gemidos de placer y palabras susurradas en la cama, pierde toda su aura de ficción. Deciden sumarse al círculo vicioso de la mentira infinita y entrar en el tácito pacto. Es una mentira segura, nadie la descubrirá nunca. Todos los que ahí viajarán, a su regreso, se unirán a su tácito pacto para esconder el escualor. Marco y Luigi se lanzan una mirada cómplice y, con cara de grandes hombres complacidos, responden en coro: «Maravilloso. Es un país de putas».


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