Revista Cultura y Ocio

Viaje perigeo

Por Rennichi

Poema inédito de Luis Hernández Alfonso, escrito pensando en su esposa, María de los Dolores Rodríguez Cárdenas (1898-1994), y fechado en la Cárcel de Baza entre los días 24 y 27 de mayo de 1939. Su manuscrito autógrafo —que ocupa 4 cuartillas escritas por ambas caras— se conserva en el archivo familiar y ha sido fotografiado por la profesora Aurore Ducellier, a quien va toda nuestra gratitud.

Quisiera realizar —yendo contigo—

un delicioso viaje perigeo.

Tendría mi deseo

como sostén tu corazón amigo[.]

Marruecos nos daría

la pintoresca nota musulmana[,]

mezcla de realidad y fantasía

en esa algarabía

nieta impura de Córdoba sultana.

Sobre olas de cobalto

con encajes finísimos de plata

veremos, sin temor ni sobresalto[,]

la costra preferida del pirata,

ciudades argelinas

blancas, como palomas,

y las peladas lomas

o las profundas abras tunecinas.

Cruzar el mar de Sirtes fabuloso

y hacia el callado Egipto misterioso /

seguir nuestro camino

y, al despuntar un día[,]

llegar a la famosa Alejandría[,]

ciudad abandonada a su destino,

cuna de ciencia otrora

que el glorioso pasado rememora

y alza torres altivas y gallardas

de prodigioso estilo

que son como gigantes alabardas

protegiendo las márgenes del Nilo.

Allí disfrutaremos la dulzura

de las divinas noches orientales

y en tu oído serán mis madrigales

mensajeros veraces de ternura.

Cruzando los ardientes arenales

visitaremos templos derruidos,

las tumbas de los reyes

que impusieron el yugo de sus leyes

a los pueblos vencidos,

siempre en el trance de sufrir su enojo.

Después, por el Mar Rojo,

la Arabia y el Omán bordearemos /

y a las aguas de Persia arribaremos.

Por las costas de Irán, a la ventura

las tierras de Indostán alcanzaremos

y allí, nos perderemos

de la terrible jongla en la espesura.

En busca de las aguas de Golconda

a Bombay y Calcuta abandonando,

iremos navegando

a las fecundas islas de la Sonda.

Indochina y Siam visitaremos

y una noche tranquila

felices pasaremos

bajo el cielo estrellado de Manila.

China, la milenaria,

nos brindará perfumes ignorados

en jardines de flora extraordinaria

y allí, maravillados

veremos los bastiones elevados

contra las duras hordas de Tartaria.

De Confucio y Liao-Tsen en las mansiones

sentiremos el alma misteriosa

de la raza paciente y laboriosa

que convirtió sus piedras en dragones. /

Sanghai, extraña copa,

será de nuestra sed dulce reparo

brindándonos su raro

cock-tail de Asia y Europa.

Después, con el deseo por piloto,

de amor ardiendo en la divina llama,

hallaremos en Kioto

y Tokio y Yokohama

los motivos del drama

que hace buscar a tantos desgraciados

como fin de sus penas, los sagrados

abismos del nevado Fujiyama.

Eternos vagabundos[,]

al dulce Honolulú proa pondremos

y en él encontraremos

paradisiaca mezcla de tres mundos.

Más tarde, con la mente

colmada de orientales fantasías

iremos a buscar en breves días

el Nuevo Continente.

Brusco cambio de ambiente

preñado de sorpresas y emociones /

avivará las bellas ilusiones

de nuestro idilio ardiente,

gloriosa comunión de corazones.

La América del Norte, áspera y dura

en los Montes Rocosos

y plácida y serena en la espesura

de sus bosques umbrosos.

País de los trabajos fabulosos,

de fortunas gigantes[,]

paraíso o infierno de emigrantes

que, soñando un tesoro

y creyéndose dueños del destino[,]

erraron su camino

por la fiebre del oro.

Ciudades monstruosas,

dilatadas praderas,

intrigas financieras

que procuran ganancias abundosas;

todo en ritmo febril, acelerado,

movimiento ignorado

en nuestras latitudes.

Complejo de defectos y virtudes

de un gran pueblo, envidioso y envidiado. /

Y nosotros, latinos

(latinos y españoles,

pólvora nueva en clásicos pañoles,

mensajeros del arte y de los vinos)[,]

iremos por los barrios neoyorquinos

(febriles, afanosos,

inquietos, bulliciosos)

sin dejarnos captar por el ambiente,

contentos y orgullosos

de nuestra ruda historia,

la de un pueblo doliente

que con su propia sangre, hizo su gloria.

Por tierra firme o por moviente espuma

iremos al solar de Moctezuma.

Sus templos, olvidados,

con callado fervor contemplaremos.

Allí recordaremos

a los recios soldados

vencedores de Otumba

que hallaron, por su fe, laurel y tumba.

Más tarde arribaremos

al país del tabaco y de la rumba[,]

de maniguas frondosas

y de aromadas noches prodigiosas. /

Y cruzaremos, luego[,]

la América del Sur desde el Caribe

que al Tocuyo recibe

a la Tierra de Fuego

pasando la amplia curva que describe

el turbio Pilcomayo en su carrera

y la vasta pradera

de la tierra argentina;

y de la costra brava

ensombrecida por la cumbre andina

hasta la arena fina

en donde el Marañón su curso acaba.

Después, plácidamente,

tornaremos al Viejo Continente

donde el hogar espera.

Canarias y Madera

nos brindarán asilo

y en un día tranquilo

de sosegado mar y luz suave

atracará la nave

—recia y tenaz, como la vida hispana

unas veces ligera y otras grave— /

en la dorada costa valenciana.

Cuando tu amor bendigo

crece en mi alma el deseo

de realizar, contigo,

mi delicioso viaje perigeo.

Luis Hernández Alfonso

Cárcel de Baza 24-27
de mayo MCMXXXIX

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.

Fotografía: Aurore Ducellier.


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