Revista Cultura y Ocio

Virgen – @Innestesia

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Son las 5 de la tarde de un sábado de abril y la religión acaba de pasar por mi ventana. La planta baja de una casa de pueblo en una calle estrecha. Hora de la siesta y silencio sepulcral. Tengo 8 años y las persianas están cerradas, no entra la luz – dormir es un poco como morir. De repente empieza a sonar el ruido de algo solemne sucediendo al otro lado de la pared. Cánticos, música entrecortada. En un estado de somnolencia considerable, me acerco y abro la ventana de par en par.

Entonces un Cristo moribundo y sangriento, desnudo y coronado con espinas, me mira a los ojos desde una vitrina de cristal durante cinco, diez, quinientos minutos. Tumbado en su lecho y rodeado de adultos que sufren y plañen, la angustia de Cristo me vapulea la infancia. Le sacan ellos de procesión por el pueblo. Tras él, una Virgen que se muere de la pena en vida. Es Semana Santa en mi pueblo y yo no entiendo nada.

Rompo a llorar desconsolada sin apartar la vista del dolor de la humanidad entera. Aún no tengo escudos, ni sé luchar estas batallas. Es fuerte, es serio, es profundo y, al mismo tiempo, ajeno. Este sentimiento no me pertenece. No formo parte de él. Veo a las señoras, a los señores, pero entiendo en ese momento que nunca seré uno de ellos. Porque no quiero volver a sentirme así jamás. Sigo con la mirada fija. Él también. El cura habla de cosas que no comprendo y la gente, como un coro, repite cosas que solo ellos conocen. Yo no presto demasiada atención porque hay un Cristo moribundo intentando cambiarme la vida.

Caen mis lágrimas a borbotones, el corazón me pesa en el pecho. Todo lo que había aprendido de Dios se vuelve vacuo, insulso. Ni aquel cura ni mi abuela llevaban razón. Los libros estaban equivocados. Estoy viviendo algo tan profundo que no puedo escapar. Ni quiero. Sobran las metáforas, las paradojas, las alegorías. Cobra sentido lo que antes solo fuera parafernalia. La Navidad, las oraciones antes de dormir, los domingos de misa, las estampitas, el pelo de la Virgen del Espinar, el “fue crucificado, muerto y sepultado”, el Papa, la comunión. Al menos durante un segundo.

Sin previo aviso la multitud continúa con su letanía de camino a la ermita. Yo no. Yo me quedo allí clavada intentando, inocente, asimilar que Dios me ha mirado a los ojos, pero no soy capaz. Aún soy virgen en religión. Entra mi abuela por la puerta y me rescato a mí misma en el abrazo de mi persona favorita. Me olvido allí, por un instante, de las profundidades abisales del ser humano y dejo que ella, siempre llena de flores, me alivie de la culpa y el sufrimiento per saecula saeculorum.

Años después teorizaría sobre este momento y sobre la fe, pero fue en aquella ventana de una casa baja de pueblo cuando me sucedió la religión.

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