Revista Filosofía

Virtud del maestro

Por David Porcel
El maestro tiene que salir de sí mismo, hasta donde pueda, y entonces, habiendo abandonado la egolatría, dejar a quien tiene enfrente expresarse, descubrirse, hasta que ya no pueda decir más. Resulta llamativo que las políticas educativas y la pedagogía actual apenas se pronuncien sobre las condiciones de la educación. Los métodos, estrategias, inteligencias, entornos, ratios, de nada sirven si el maestro no es maestro y los alumnos no son alumnos. Y a veces, incluso, habiendo sido forzosamente asimilados, aquellos métodos y estrategias alejan al maestro de su virtud y al alumno de su oportunidad. ¿Será que la enseñanza no puede ser metódica? ¿Será que sólo lo puede ser para quienes son metódicos por naturaleza? ¿O será que la enseñanza no conoce procederes ni procedencias?
El maestro tiene que salir de sí mismo, literalmente, hasta que apenas pueda pronunciar yo soy. De otra forma no podrá sino escucharse, fabricarse, verse discurrir por caminos siempre prefabricados, ajenos a él, y al otro. En una sociedad obsesionada por acrecentar la autoestima y aliviar la herida de la indignación, el maestro olvida que tiene que dejar de proyectarse, al menos provisionalmente, para rescatar del olvido aquella otra voz de quien tiene enfrente, como el artista que, confiando intensamente en la belleza de la materia, se abre a ella para enseñar su luz.

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