Revista Coaching

¿Vives de verdad o a medias?

Por Maria Mikhailova @mashamikhailova

Semana #4 del Reto: VIVIR UNA SEMANA CON PLENITUD

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Esta es la idea para la cuarta semana del reto Atrae la Vida que Sueñas. Si aun no te has unido y te apetece, recuerda que estás a tiempo.

Y la idea además me trae a la mente un relato que escribí en el siglo pasado (cómo suena, ¿verdad?, bueno, muy a finales del siglo pasado). A los 18 años sufrí mi primera crisis existencial, cosa por otro lado nada extraña. Cuando una crece y se pregunta por la vida, se da cuenta de que ya no va a ser una niña nunca más y los años empiezan a pasar a una velocidad vertiginosa… es además a esa edad cuando muchas buscamos el amor, pero en realidad (y sólo hablo desde mi propia experiencia) lo que buscamos es a nosotros mismas, a darle sentido a la vida.

Escuchaba el otro día a Borja Vilaseca, entrevistado por Leticia del Corral, que a los 19 le pasó algo parecido. Muchos jóvenes a esas edad o incluso antes empiezan a desfasar, a darse a la bebida, a la droga, a probar, a experimentar… que no es otra cosa sino una llamada al mundo: ¿quién soy, qué quiero de la vida?

Yo, un poco al estilo de Borja (lo confieso, me encantó encontrar ese punto de unión con él), me empapé de libros filosóficos y literarios de todo tipo. De hecho, la filosofía era mi asignatura favorita en el instituto (junto con literatura, pero ambas van tan de la mano, cuando son obras de calidad). Sartre, Borges, Cortázar, Kafka, Proust… Me dejaba pasear sola por la ciudad con mi mochila a cuestas, me había cortado el pelo y parecía un chico, combinaba americanas con pantalones de chandal… ése era mi grito al mundo: ¡no quiero ser como el resto, soy diferente, nunca me voy a casar!

En esos tiempos escribía mucho: Elisa en el País de las Maravillas, con claras influencias de El Maestro y Margarita de Bulgakov, uno de los grandes genios del S.XX; escribía también novelas cortos, poemas y cuentos. Uno de esos cuentos se llamaba “Medianamente feliz”. En él ridiculizaba la vida de un hombre medio que no era ni muy feliz ni muy desdichado, que tenía lo que tenía la media: casa, coche, mujer, hijos, un trabajo estable y aburrido. Un hombre que un día se da cuenta de que su vida es gris, que su vida son fotocopias en blanco y negro y se vuelve loco. Un hombre maduro que comprende de pronto que no sabe para qué vive, qué le hace diferente o especial…

Y la semana pasada, justamente el lunes 29 de junio de 2015, mientras estaba dando mis largos en la piscina del gimnasio de Utrecht, me di cuenta de algo terrible: no estoy disfrutando mientras nado, estoy pensando en mi maravilloso proyecto, pero no dejo que mi mente se tranquilice, que mi cuerpo disfrute el agua fresca, de la sensación de movimiento y los impulsos de mi brazadas. De repente me hago consciente de que no respiro bien, de que no me siento enormemente agradecida por ese precioso instante de relajación y bienestar. Y también me doy cuenta de que estoy nadando con prisa y con cuidado. Cuidado para no mojarme la cabeza, porque luego habría que secarla con el secador y no me apetece perder el tiempo en esas cosas. Cuidado, porque me dejé los ojos maquillados y si los mojo, pareceré un oso panda.

Fue un momento de revelación. Un momento que podría fácilmente extrapolarse a otras áreas de mi vida. Me di cuenta de repente de que vivo muchas cosas de mi vida con cuidado, con una pequeña dosis de miedo, tan pequeña que apenas es perceptible, muy lista ella. ¿Miedo a qué? Miedo a vivir, a vivir de verdad, a vivir al máximo, a vivir la vida con plenitud.

Podréis imaginar que lo primero que hice fue zambullirme en el agua con todo mi cuerpo: ¡adiós pelo y adiós ojos! ¿Qué más da? Fue tan simple, disfrutar nadando con todas mis fuerzas, sin que me importara mojar la cabeza, nadar a crol, de espalda… o simplemente dejarme llevar tumbada sobre por el agua, como si estuviera en el mar.

Tampoco suelo usar la sauna ni el baño turco, ¿sabéis por qué? ¡Porque no quiero perder el tiempo! Porque siempre voy con prisas a todas partes, como si el tiempo escaseara, como si tuviera que estar con urgencia en ese u otro sitio. Mi preocupación máxima era que eran ya las 15:00 y aún no había comido. Pero entonces oí una voz desde dentro: ¡pero si no tienes hambre todavía!

¿Os dais cuenta de que muchas veces seguimos unos patrones rígidos y ridículos, impuestos por el sistema (y no me refiero al gobierno solo, el sistema somos todos: trabajadores, padres, hermanos, hijos, profesores, autónomos…) y ni nos planteamos si tienen sentido o no. Se come al mediodía. A partir de las 16:00 ya es tarde. Hay que levantarse a tal hora. Hay que darse prisa para acabar esto o lo otro.

Fue increíble darme cuenta de todo aquello. A partir de ese momento mi día cambió. Mientras me cambiaba en el vestuario, en lugar de hacerlo con prisas y mal, me di mi tiempo. Me sequé tranquilamente el pelo. Cogí la bici y en lugar de pedalear con rabia porque estaba llegando tarde a casa para comer (y de hecho no había nadie esperándome, por lo que no había necesidad de llegar a ninguna hora), me dispuse a recibir el aire fresco de finales de junio, a saborear los olores que me llegaban del bosque de al lado, a observar las casitas flotantes con sus flores y sus terracitas de cuento con sillones de madera en los que los abuelitos aprovechan para tomarse sin prisas su café, dejándose acariciar por los escasos rayos de sol de este país del norte. Llegué a casa sin agobios, sin cansancio, de buen humor. Comí pasadas las 16:00 y me sentí una mujer nueva.

¿Cuál es entonces el reto? Que vivamos al menos una semana con plenitud y sin prisas. Al menos un día en esta semana. Pero seamos conscientes de todo: desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Observemos todo lo que nos ocurre:

  • ¿Cómo estoy sentado mientras leo esto? Mi postura, mi cuerpo, la respiración

  • ¿Qué pensamientos me dicen que tengo que correr, cómo me hablo por dentro?

  • ¿Me estoy dando algún tipo de órdenes mentales?

  • ¿Qué dejo de hacer por seguir las normas (mías o impuestas por otros)?

  • ¿Qué miedos pequeños y casi invisibles hay detrás de cada acción que realizo?

  • ¿Qué pasa si hago las cosas de otra manera?

  • ¿Cuál es MI manera de hacer las cosas?

  • ¿Cómo me gustaría a mí respirar, moverme, comer, hacer deporte, hablar, mirar…?

Porque Mindfulness es esto: vivir con consciencia cada momento de nuestra vida. No se trata de poner nuestra mente en blanco como un monje zen, no es tan sencillo y probablemente no es lo más necesario. Lo que nos falta a la mayoría que vivimos en las grandes ciudades y en la sociedad occidental es apreciar la vida. ¿Te acuerdas de lo que comiste ayer, y anteayer? ¿Qué ropa llevabas el jueves pasado? ¿Cómo respirabas ayer de camino al trabajo?

Aprovechemos el verano para ser más felices, para darnos cuenta de cosas sencillas pero sensacionales que la vida nos está regalando… como respirar, comer, movernos, hacer deporte, nadar, pasear, sentir, amar.

Y si no tienes Facebook y quieres realizar este ejercicio por tu cuenta, accede a las 4 primeras semanas del reto a través de este artículo.

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