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Vivir - Anise Postel-Vinay (con Laure Adler)

Publicado el 14 octubre 2016 por Rusta @RustaDevoradora

Vivir - Anise Postel-Vinay (con Laure Adler)Edición:Errata naturae, 2016 (trad. Laura Naranjo Gutiérrez)Páginas:112ISBN:9788416544158Precio:12,90 €
Pensaba que, al envejecer, la sombra de lo que había vivido se difuminaría, que me olvidaría de ello un poco. Pero tengo la impresión de que es al contrario: ahora, setenta años después de mi regreso, ese pasado está cada vez más presente en mí. La huella se va ha­ciendo más honda.Durante la guerra, perdí la capacidad de dormir a pierna suelta y nunca más la recuperé. A menudo tengo la misma pesadilla: la Gestapo me persigue. Pero corro tan rápido que me despierto.

Existen muchos libros sobre la experiencia en los campos de concentración nazis, pero entre estos no abundan los testimonios de mujeres que formaron parte de la Resistencia francesa. Anise Postel-Vinay (París, 1922) fue una de ellas: a los diecinueve años comenzó a colaborar con el Servicio de Inteligencia, un año más tarde la apresaron y finalmente en 1943 fue deportada al campo de Ravensbrück, donde permaneció hasta su liberación en 1945. «Me prometí que, si lograba regresar con vida, emplearía hasta mi último aliento en contar todo lo que había visto» (p. 61), dice en estas páginas. Eso, contarlo todo, dar a conocer el horror, es lo que hace en este pequeño pero meritorio libro, Vivir (2015), escrito con la ayuda de Laure Adler (Caen, 1950), escritora y periodista, conocida sobre todo por sus biografías de figuras intelectuales como Marguerite Duras, Hannah Arendt o Simone Weil. No hay en Vivirpretensión literaria alguna; tan solo unas vivencias, crudas y precisas, para no olvidar.El nombre de Anise Postel-Vinay, como el de todos los resistentes, va unido a la palabra compromiso: educada en los valores de la libertad y la independencia, desde el principio de la ocupación tuvo claro que no iba a quedarse de brazos cruzados, a pesar del riesgo que corría. Contribuir, aportar información, era un motivo de orgullo para ella, para todos los miembros de la Resistencia. Este texto resulta interesante, en primer lugar, por expresar los pensamientos de una generación que, ante el auge de los totalitarismos del siglo XX, se implicó en la acción política, una conciencia que, en opinión de la autora, se ha perdido entre los jóvenes de hoy, que no han conocido la barbarie y tienen prioridades distintas: «a pesar de su energía, de su amabilidad, veo que son tremendamente distintos a cómo éramos nosotros; nosotros éramos militantes, aún creíamos en el progreso, como nuestros padres» (p. 92).El capítulo más extenso narra su reclusión en el campo de Ravensbrück, pero, antes de llegar ahí, Anise Postel-Vinay estuvo más de un año en prisión tras ser detenida mientras llevaba a cabo un encargo de la Resistencia: «Tras un año de reclusión, te vuelves blanca, verde, tu pelo cambia de color» (p. 38). En la cárcel, precisamente, se perfilaron las primeras alianzas entre camaradas, alianzas que se volvieron indispensables en el campo de concentración. En medio del horror, es posible encontrar un valor hermoso en el compañerismo entre mujeres, mujeres de todas las edades y de diferentes lugares de Europa (Francia, Chequia, Polonia…), unidas para hacer frente al calvario. La vida en el campo dependía de su condición física —las jóvenes y fuertes, como ella, lo tenían mejor porque resultaban útiles para realizar trabajos; las mayores y las débiles, en cambio, tenían más opciones de acabar gaseadas—, por lo que la colaboración resultaba vital para ayudarse entre ellas, para encubrir a las enfermas y tratar de proteger a las más vulnerables. La autora comparte las argucias que empleaban para esquivar lo peor, aunque, pese a todo, la realidad era desoladora: decenas de miles no sobrevivieron.Más allá de la amenaza de la cámara de gas, la crueldad del campo de concentración se vivía todos los días, en todas las actividades: «Todo estaba calculado para consumir­nos, para mantener nuestra carencia en cada ámbito: sueño, cuidados, comida, ropa… Nunca teníamos su­ficiente de nada, pero sí un poco: un poco de sueño, un poco de comida, algo de ropa, una enfermería. La intención era agotar a los detenidos para que acaba­ran desapareciendo por sí mismos» (p. 52). Su testimonio pone de relieve que, además de los asesinatos por asfixia, las condiciones de vida, el hambre o la dureza del trabajo eran otra causa significativa de mortalidad, o como mínimo de secuelas, físicas y psíquicas, permanentes. Ravensbrück, como otros campos de concentración, también fue un centro de experimentos médicos: podían llamar a una prisionera, no para matarla directamente, sino para hacer brutalidades con su cuerpo, probar técnicas salvajes que la dejaban agonizante o lisiada, todo para incrementar los conocimientos del ejército nazi. Anise Postel-Vinay describe las consecuencias de estos experimentos en sus compañeras, así como el sigilo con el que sus captores los ponían en práctica: «Aquélla era la tendencia general de los nazis: les importaba un bledo cometer los crímenes más atroces, pero no querían que nadie se enterase» (p. 46).

Vivir - Anise Postel-Vinay (con Laure Adler)

Anise Postel-Vinay

Tras la liberación, las cosas no fueron fáciles: adaptarse de nuevo a comer con normalidad, a dormir, asimilar todas las pérdidas. La herida permanece con el paso del tiempo. En las últimas páginas, la autora reflexiona sobre cómo se ha tratado este tema posteriormente, el espinoso asunto de la memoria histórica. Ella, como otros supervivientes, sintió la necesidad de contarlo, pero durante la posguerra se encontró con una Europa que quería pasar página y no invertía lo suficiente en hacer justicia, una Europa, en suma, poco proclive a escuchar su voz. Anise Postel-Vinay se ha sentido, y se sigue sintiendo, muy frustrada por este tratamiento, cree que todavía hoy el nazismo no se ha comprendido y teme que la historia pueda repetirse. Con independencia de que se comparta o no su parecer —ante todo, Vivir es un libro testimonial, la pura verdad de su autora—, plantea interrogantes pertinentes acerca de cómo enfocar el discurso histórico y los homenajes después de un acontecimiento devastador. Vivir enriquece el conocimiento de este episodio a través de la mirada de una víctima directa de la barbarie, una mirada lúcida que cuenta lo que vio con aspereza y sugiere interesantes reflexiones para seguir pensando en ello.Cita en cursiva de la pág. 93.

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