Revista Opinión

Vivir en Corrientes

Publicado el 19 abril 2010 por Fragmentario
La cruz de los milagros

La cruz de los milagros

Hace cinco años emigré del Chaco, provincia de la laica República Argentina, para vivir en el país de Corrientes.

Pese a lo que diga cualquier geógrafo, este suelo que piso circunstancialmente es considerado por sus habitantes un país aparte, idea que puede apreciarse tanto en la voz estridente de Ramona Galarza (Yo, que vengo del país/ de la tierra de San Martín) como en la explicación que me da un remisero sobre la guerra de Malvinas (que enfrentó, como se sabe, a Corrientes y al Reino Unido de Gran Bretaña, contando con algunos aliados menores en cada bando). De a poco, también este chauvinismo se vuelve 2.0.

Que se entienda, entonces: lo que un porteño (enemigo número uno del correntino bien nacido, desde la época de federales y unitarios) llamaría con desprecio provincianismo, en realidad es nacionalismo (por oposición al internacionalismo cosmopolita capitalino). Corrientes está orgullosa de su estirpe, lengua y cultura hispana y guaraní, único mestizaje que aquí se reconoce como puro, pese a la aparente contradicción de términos.

Pero el fenómeno más característico, sin dudas, es el religioso. Si bien en privado la mayoría practica alguna forma de sincretismo (gauchitogiles, sanlamuertes), en público la gente hace parecer a la Ciudad del Vaticano lo que es, o sea, una embajada de la cultura correntina. Cuando llegué me impresionó viajar en colectivo por el centro y ver a la multitud repetir al unísono, ante cada iglesia que cruzábamos, la señal de la cruz. Las exhibiciones de coordinación de grupos que hacen los chinos son juegos de niños frente a esas manos que recuerdan, sin necesidad de mirar por la ventana, en que momento santiguarse.

Una anécdota servirá, probablemente, para reforzar esta descripción.

Segundo día de clases de tercer año, profesora nueva de una materia nueva llamada Historia del Arte. Actividad, analizar un cuadro azteca y otro español para buscar puntos en común. Como las dos obras tienen carácter mítico, recurro a la fenomenología de las religiones (Mircea Eliade) para exponer livianamente una tesis señalando las imágenes de jóvenes dioses murientes y las prácticas caníbales que comparte el cristianismo (bajo la forma de la eucaristía) con las religiones precoloniales y que pueden explicar las coincidencias pictóricas.  Aunque mi tesis es completamente académica, toda la clase me mira hubiera dicho cosas gravísimas. La profesora sonríe y se limita a preguntar: ¿Vos no sos correntino, no?

En general convivo con la moral conservadora de mis vecinos con piedad y cariño (al fin y al cabo, el extranjero soy yo, y sería desagradecido pasármela señalando con el dedo) pero hay hechos que no se pueden callar. No, no es normal que la iglesia sea la que pide explicaciones al Estado cuando un documento oficial no incluye la cruz católica, y mucho menos que la curia amenace con impedir el retiro de símbolos no republicanos. No es sano para la democracia que ante una decisión administrativa los cruzados salgan a anunciar una nueva lucha. A veces los obispos no tienen nada que envidiarle a los ayatolás iraníes, pero eso no significa que haya vía libre para actuar como talibanes. Personalmente estoy a favor de eliminar toda simbología religiosa de las instituciones estatales, pero pienso dar un debate al respecto, no una batalla.

En algún momento la sociedad correntina tendrá que entender que hay un fino límite que separa la identidad cultural del fundamentalismo y que hoy, para desgracia de las ideas republicanas que fundaron el país (que también es Corrientes), se lo está cruzando.


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