Revista Comunicación

Vivir sin Tony Soprano

Publicado el 09 septiembre 2014 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Empezaba a sonar Don’t stop believen’ con una malicia como nunca lo había hecho. El don de Nueva Jersey se había acercado a la rocola y le había obligado a que cambiase el ritmo de la escena. Entonces, se sucedía un continuo vaivén de temas de lo más banal entre tres miembros de la familia mientras Meadow quemaba rueda intentando aparcar el coche. Cuando por fin Tony levantaba la cabeza y esperaba a que su hija entrase al local, un fondo negro asaltaba la pantalla y millones de espectadores gritaban con la voz queda y un nudo ahogado en sus gargantas. Después, entendían que no era cosa de sus televisores, y que la serie había concluido.

Ese es el mejor final que se haya escrito para una serie de TV. El final de Los Soprano. Porque la historia de Tony concluía, y el espectador era despedido abruptamente de su lado. De principio a fin, habíamos seguido de cerca las desventuras de ese antihéroe, de ese mafioso, de ese asesino, pero también de esa persona con una vida común, de ese padre de familia, de ese aficionado a la historia, de ese alguien amigo de sus amigos…

Chase, he wouldn’t tell. For him, that kind of obsession is as misguided as asking, “What happened to the Russian in ‘Pine Barrens’?” [...] Chase clearly meant that disappearance to be one of life’s loose threads.

El problema aquí eran las palabras de Bobby ‘Bacala’ Baccalieri: Es probable que ni lo oigas cuando pase o en la versión original You probably don’t even hear it when it happens, right? La escena, además, está repleta de grandes elementos que han marcado la vida de Tony: el tigre que lleva marcado en el brazo y que se revela como parte de su ser, el deportista de élite que nunca fue, una residencia de ancianos similar a la de Livia…¿O a aquella experiencia que él nunca conocerá? Además, durante esos cuatro intensos minutos hay reminiscencias a El padrino y a otros intentos de asesinato que sufrió el mafioso a lo largo de la serie: el grupo de afroamericanos, el hombre que se dirige al baño tras observar a la familia…  

Vivir sin Tony Soprano?

Finalmente, hace unas par de semanas apareció un artículo que se suponía que debía explicar el final de esta obra. Bajo el título Did Tony die at the end of The Sopranos? la escritora Marta P. Nochimson exponía algunas de las principales razones por las que creía que no había muerto a través de la palabra del propio David Chase, el creador de la serie, pero fundamentalmente funcionaba como una excusa para rastrear reminiscencias e influencias en Los Soprano.

Gandolfini contribuyó a dar forma, entidad y vigor a un individuo que, para entrar en la pequeña pantalla, esta tuvo que acomodarse a su presencia, y no al revés. En vez de ajustarse a los cánones, los cánones se transformaron con él.

Toni de la Torre, crítico de TV.

La verdad es que el artículo se me hizo interesante, pero nadie podía cambiar el verdadero final: aquel que yo había imaginado. Y es que Tony Soprano tenía que morir tras ese telón negro, del mismo modo que había muerto en mí como espectador, y esa era la mejor forma en la que nadie lo había logrado hasta la fecha. Sí, es posible que todo fuese una elaborada simulación, que todo siguiese un esquema propiamente audiovisual, pero ese negro… Ese negro era el fin. Y nada puede cambiar la fuerza de un final abierto: ni el propio autor de la obra (aunque estoy convencido de que es lo último que querría David Chase).

De todos modos, siempre nos queda la duda, la ambivalencia de lo que pudo ser que, tras esa última escena, termina con la historia de Tony. Viva o muera. Porque Tony era su doble familia, su madre castradora, sus ataques de pánico, sus amantes, sus asesinatos, sus negocios sucios, y también todo lo bueno. Y cuando esa escena termina, ya no es nada de eso, porque no lo volvemos a ver. Y por eso es tan jodidamente perfecto. Porque es el nacimiento del antihéroe americano; porque es, simplemente,  un nuevo capítulo de la historia de la televisión.

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