Revista Cultura y Ocio

Voces del puerto

Publicado el 14 junio 2017 por María Bertoni

“Retorcedme sobre el mar,
al sol, como si mi cuerpo
fuera el jirón de una vela.

Exprimid toda mi sangre.
Tended a secar mi vida
sobre las jarcias del muelle.

Seco, arrojadme a las aguas
con una piedra en el cuello
para que nunca más flote.

Les di mi sangre a los mares.
¡Barcos, navegad por ella!
Debajo estoy yo, tranquilo”.

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“No quiero barca, corazón barquero,
quiero ir andando por la mar al puerto.

¡Qué dulce el agua salada
con su salitre hecho cielo!
¡No quiero sandalias, no!
Quiero ir descalzo, barquero.

No quiero barca, corazón barquero,
quiero ir andando por la mar al puerto”.

Del libro Marinero en tierra. 1925.

Voces del puertoHasta el miércoles 21, el film de Klingenfeld se proyectará en el Gaumont a las 13:30 y a las 20:30.

En Legado del mar, el longevo Juan Iglesias se viste y desviste con parsimonia antes y después de darse una vuelta por el puerto. La cabellera tupida y blanca, la piel curtida por el sol y el viento de sal, la anatomía maciza levantan el recuerdo del poeta. Lo apuntalan el origen español del apellido y la rutina diaria que consiste en salir de casa para caminar entre los barcos amarrados, verificar la integridad de sogas y redes, hacer memoria con otros pescadores.

Probablemente sin proponérselo, Gastón Klingenfeld invoca el espíritu de Rafael Alberti en el documental que desembarcará mañana jueves en el cine Gaumont. Por lo pronto, algunos espectadores creemos reconocer al fallecido literato andaluz en ciertos rasgos físicos de Don Iglesias, y algunos de sus versos entre los testimonios e imágenes que el realizador porteño registró en un pequeño pueblo pesquero ubicado en Bahía Camarones, al sudeste de la Provincia de Chubut.

Acaso porque Poseidón y sus herederos mortales desconocen fronteras, es legítimo imaginar que el espíritu del poeta español frecuenta aquel rincón de la Patagonia marítima. Se sentirá como en Cádiz cuando escucha hablar a Iglesias padre e hijo, a la madre de un joven que desapareció en aguas profundas, a la vecina que pide reconocimiento para los hombres que, parafraseando a Alberti, se retuercen sobre y le dan su sangre a la mar.

Sin dudas Klingenfeld comparte ese respeto. Lo expresa a partir del protagonismo que les acuerda a los entrevistados, a los barcos –en especial al pionero Pica I–, a la masa de agua a veces amable, a veces tempestuosa.


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