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Y claro, sonríes

Publicado el 27 abril 2015 por Cosechadel66

Huele a tierra mojada y limpia, y Javier sonríe y es de ancha presencia y da ganas de que no se vaya demasiado lejos. Se oye el murmullo del agua y Mayte plantea un juego donde nunca se puede perder más que el tiempo de esa forma en la que el tiempo se debería perder siempre. Y hablando de perder, que a veces es ganar, la mirada se pierde entre los árboles como la mirada de Juan se pierde entre los ojos de Alex, y comparten eso que se comparte cuando uno se perdería agustito como la mirada entre los árboles y el tiempo con Mayte una tarde de abril en un Balneario en la Serranía de Cuenca.

Se pasea lento y sin prisa, y dan ganas de abrazar a Isidro, sin motivo aparente, sólo porque suele merecer un abrazo cada dos por tres, ocho, que es mucho más que seis. Te quedas mirando el río Cuervo desde un puente, y piensas que por que no hay caracolas que suenen a eso, y te apetece tener el ojo de Elisa para capturar ese momento, y que además las caracolas llevaran su voz contando cualquier cosa. Te tomas un café con leche, corto de café y largo de calma, como se deben tomar los cafés, y charlas con Alfredo hasta que no te das cuenta de que el café se queda frío y hay que volver a empezar, y pides un Alfredo con leche para terminar de conversar con el café, o algo así. Te vuelves con la risa de volver rostros de Carolina, y al ver a Fabián comprendes su porqué, que si pasas con ellos al lado de la fuente de los tres caños, un poco antes de llegar al camino al Mirador de la Reina, capaz es de que de uno de ellos se pare el agua para romper a reír a borbotones.

Te sienta bien el aire, y te sienta bien Rafa, un tipo de esos de los que ojalá se hicieran llavero pa llevarlos contigo. Y te sienta bien Paloma, que si Rafa es llavero, ella es llave, de las que abren su vida para que entres y te sientas cómodo, de esas escasas personas con las que puedes compartir momentos que sabes guardarás adentro. Y te sientan bien Rafita y Lucía, que llevan a la vista algo indefinido y mezclado de sus padres, algo que reconoces y sonríes, algo bueno, algo así como los ojos y la grandeza simple de los buenos, la de birra que a las dos empieza y que nunca quieres que termine. Y te sienta bien hasta la perra, que te mancha y te cagas en ella como sólo te puedes cagar en algo que sientes como tuyo.

A cada vuelta descubres un rincón nuevo de un edificio del siglo XVIII, un lugar mágico, de la magia del tipo de una charla con Ángeles, de que te ofrezca un favor sin conocerte, mirando a los ojos, de frente, como se hacen las cosas cuando son tan verdad como que la estatua de de Don Baldomero un día va a terminar por abrazar a uno que se siente a mirar los jardines del Balneario de Solán a su lado.

Abres los ojos, y los pulmones, y la mente, y las orejas para escuchar a Fernando, que un momento te hace un Gin Tonic Premium con tónica de buen saber, ginebra de mejor rollo, floral de anécdotas surtidas y especia de cuando quieras repetimos. Y lo saboreas saboreando un momento junto a Esther, monta tanto, tanto monta con Fernando, que tendrías que juntarles si no fuera porque están juntados, y les pondrías a Laura como quien pone la última pieza de un puzzle perfecto de tres, recomendado de 8 a 99 años.

Amanece en el Real Balneario de Solán de Cabras, y todo eso pasa y pasan todos esos, y Ojazos sonríe, y me sigue, y la persigo, y siempre sabemos la colocación del otro, como Guti y Raúl, como Puskas y Di Stefano. Y la vida transcurre como el río Cuervo por debajo de nuestra ventana. Y piensas en sitios y personas. En buenas personas y en buenos sitios. Y en la suerte que tienes de tener tan buena gente junta en tan buen sitio como este.

Y claro, sonríes.

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