Ser el tonto del pueblo es algo así como ser su pararrayos, el desmantelador de
truenos que de otra manera acabarían por prender en algún fleco y hacer arder el
pueblo entero.
Bartolo y los demás, Jesús Tadeo Silas
Maudencio García no estaba tonto por una pedrada. Tampoco por golpearse contra una esquina de pequeño. Ni siquiera por un ataque de meningitis. En realidad, Maudencio García era tonto por definición. En el diccionario ilustrado que había en el local social de la parroquia, consultando la entrada “tonto”, se podía ver una lámina que contenía el encefalograma plano de Maudencio García. Ese encefalograma lo tomaron el día de su nacimiento, pues apenas respiraba y no daba señales de actividad cerebral. No obstante, el bebé Maudencio fue creciendo como si de un niño vivo se tratara, de hecho creció más que cualquier otro niño y a los cinco años tenía ya el cuerpo de un adolescente de dieciséis, incluido aquello que hizo que lo bautizaran como Maudencio y no como Guillermina, alternativa que sus padres barajaron como nombre, para el caso de haber sido tonta, digo, niña. A los dieciséis años Maudencio seguía dando encefalograma plano y treinta y dos centímetros en erección, además de un rijo a la altura de un mico.
Filomena Trebisonda era una mujer soñadora. Fea y pavisosa, pero soñadora. Soñaba de día, soñaba de noche y soñaba a media pensión. El sueño recurrente era que se casaba con un actor de cine y que tenían varios hijos, una mansión y una vida de lujo. A los treinta y seis años, Filomena seguía soñando, era aun mas fea y la sosería en lugar de desaparecer, había echado raíces, profundas y gruesas. Un día, mientras se bañaba en el río, vio que a unos metros de ella se bañaba también Maudencio. Éste, se tumbó de espaldas en el agua, haciendo el cristo y Filomena no pudo dejar de ver la especie de periscopio que en alarde vertical sobresalía en la parte, más o menos central del cuerpo de Maudencio. Se puso a soñar que era Angelina Jolie bañándose junto a Brad Pitt y que saliendo de las aguas como una Venus Afrodita, lo seducía sin remedio. Soñó que entre las hierbas altas de la orilla, Brad Pitt la hacía suya de mil y una maneras, y soñó, y soñó, y soñó…
A los cinco meses no había forma de disimular el sueño y pese a la diferencia de edad, los padres de ambos decidieron que se casaran cuanto antes. Compraron entre los dos consuegros una casa en el pueblo más lejano de la provincia y les asignaron una cantidad mensual para su sustento. Y mandaron decir unas misas en la parroquia por la suerte que Dios les había deparado, pues al fin y a la postre, sólo se jodió un hogar.