Revista Libros

¿Y qué, si se lo dieron a Dylan?

Por M.a. Brito @mabrito67
Eso digo yo, y qué. A lo mejor, al igual que pasa con otras cosas, estamos asistiendo a cambios de paradigmas y no nos estamos enterando, y resulta que la literatura no se trata sólo de escribir un libro con su ISBN de sopotocientos números y letras. Hace un par de días regresaba de un viaje y en mi minúsculo asiento de avión, en el 20D por cierto (con D de Dylan), leía un artículo del escritor y director de cine Ray Loriga, en donde nos ofrecía una definición muy acertada de lo que significaba ser escritor. Decía Loriga, que la profesión de escritor podría consistir en "conseguir formular con las palabras de uno los sentimientos de los otros". Esto podríamos trasladarlo a todas las manifestaciones del arte, la pintura, la fotografía, y la música también, por supuesto. El arte, al fin y al cabo, consiste en eso, en conectar y llegar a un acuerdo con el espectador, lector o escuchante de música.

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Bob Dylan en 1978 (imagen extraida de google images

Yo no fui seguidor de Dylan. No es que no sea mi tipo, sino que cuando el Dylan revolucionario, ese que puso su sello eterno en generaciones venideras de cantautores decidió apartarse del mundanal ruido a pesar de que sus miles de seguidores de pronto se sintieran huérfanos, fue allá por 1966 y yo no era ni tan siquiera un embrión de proyecto de bloggero. Luego, años después, lo escuché y también tengo que decir que no entendía un carajo lo que cantaba. Pero su guitarra (de eso sí me di cuenta) tenía un martilleo insesante que calaba. Su armónica emitía acordes sencillos, claros, y parecían venidos no de sus pulmones sino de su garganta, esa misma que empujaba los versos por la boca, pero parecía que estos no se formaban allí, en sus cuerdas vocales, sino que salían desde más arriba, casi de la nariz, de ahí ese sonido nasal, arrastrando las frases, tan característico de Bob.
Luego vino lo que vino luego. Porque un día me entró la curiosidad y me atreví a leer sus letras traducidas:
"¿Cuántos años puede existir una montañaantes de ser descolorida por el mar?¿Cuántos años pueden algunos existirantes de que se les pueda permitir ser libres?Sí, y ¿cuántas veces puede un hombre voltear la cabeza,pretendiendo no ver?La respuesta, mi amigo, está soplando en el viento,La respuesta está soplando en el viento."
Y me dije, ¡caramba! resulta que eso que decía, eso que no entendía, ¡eran poemas!, unos poemas de gran calado, tanto que seguramente muchos de sus contemporáneos no serían los mismos si Dylan no hubiera sido el primero. Tanto, que aunque este poema no hubiese sido publicado en un poemario, sus palabras siguen hoy por hoy soplando en el viento formulando preguntas y susurrando respuestas.
De verdad. No entiendo tanto alboroto. Cuando se lo dieron a Vargas Llosa me pareció en su momento un reconocimiento exagerado, porque sí, vaya si escribía bien, pero últimamente, qué se yo, como que no se parece mucho a lo que fue. ¿Y qué me dicen del nóbel del año pasado?  Svetlana Aleksièvich, periodista, que no es lo mismo que escritora al uso. Poner a Svetlana, con todos mis respetos, a la altura de Gabriel García Márquez, como que me cuesta verlo. ¿Y Camilo José Cela? ¿Por qué no Miguel Delibes? Tampoco veo cien por cien lo de Dylan, dicho sea de paso. Pero mucho menos a Churchill, que se llevó el nobel de literatura en 1953 por su "maestría en la descripción biográfica e histórica así como por la brillante oratoria para la exaltación de la defensa de los valores de la humanidad" (¿dónde está la palabra "literatura" en ese reconocimiento?).
Pues creo que lo voy entendiendo. Después de leer a Loriga en el asiento 20D de un Madrid-Tenerife Norte, lo he entendido: al final, expresar con las palabras de uno los sentimientos de los otros es literatura en sí misma, es el cúlmen del arte, estén esas palabras escritas en una servilleta de una cafetería o en una impresión en tapas de cuero ribeteadas de oro.
Qué quieren que les diga. Me quedo más con Dylan que con Churchill, aunque puestos a elegir me quedo con cien años de soledad, enarbolo mi descontento porque Jorge Luis Borges o Cortázar no hayan tenido el honor de recibir un Nóbel y desde ahora me pongo de abanderado para que el próximo Cervantes se lo den a Pedro Guerra, dicho sea de paso.

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